Cuando tenía como unos 7 años, yendo camino a la escuela, un muchacho, que vivía a espaldas de casa, azuzó a unos perros que tenía contra mí. Eran tres perros de raza Doberman, y recuerdo que me quedé paralizado en el suelo, viendo los hocicos de los perros cerca de mi cara, mientras que el muchacho se reía. Desde entonces, el miedo hacia esta raza de perros ha estado ahí, y cada que veo un animal de estos, no puedo evitar sentir un frío intenso que recorre mi espalda, y tengo que hacer un esfuerzo muy grande para separar el miedo real, que sucedió aquella vez, del miedo que no es real, porque la amenaza no es real; estuvo, pero […]