¡Señor, ten piedad del Pastor, piedad del rebaño! Hijos míos queridísimos, escuchen la voz de quien no busca, no desea, no quiere más que el bien de ustedes. Muchas veces les dije, y me resulta dulce repetirlo, que la fe, la piedad, el devoto y sincero apego a la Iglesia por parte de ustedes, es para mí incesante objeto de consolación y alegría; sin embargo yo no puedo disimular, debo decírselos por deber de conciencia, ¡ay de mí si callara! el mal está también entre nosotros y es bastante grave. ¡Oh Piacenza! ¡oh ciudad predilecta, piensa en la fe de tus padres; y ve cómo has decaído de la antigua grandeza! ¿Quién te traicionó? ¿quién te redujo así? Ya que […]