1. Preséntate
¡Saludo atentamente a Uds. jóvenes insatisfechos con la mediocridad e interesados en el aprendizaje y el servicio! Mi nombre es Eduardo Quintero. Soy un sacerdote Scalabriniano, colombiano, con 36 años de edad.
2. ¿Cuál fue tu proceso vocacional?
Noté la semilla de la vocación durante mi infancia, cuando servía como acólito en la parroquia de mi pueblo. Era un numeroso grupo de acólitos que cantaban y servían en la misa dominical. Ahí estaba yo, junto a otros niños tímidos e inquietos como yo. Me parecía novedoso e inspirador encontrarse con Dios en el misterio Eucarístico; era una experiencia que se entretejía con la inocencia, las dudas, las travesuras, el asombro y el servicio al altar. Soñaba con ser un misionero: un testigo de la misericordia divina, heraldo del Evangelio, reflejo de la ternura de Dios.
Transcurrieron los años y mi interés por la vida religiosa se distrajo con el bullicio y la rebeldía juvenil. Era un joven tímido y reservado, de familia numerosa y pobre. Pasaba el tiempo entre el estudio y los amigos, mientras crecía y maduraba.
Al terminar el bachillerato, decidí buscar respuesta a la inquietud vocacional que sentía. Así fue como participé en algunos retiros y visité a algunos sacerdotes, aunque no tenía clara la diferencia entre vida diocesana o religiosa. Un día conocí al Promotor Vocacional de los Misioneros Scalabrinianos y, ¿sabes?, ¡el carisma de servicio a los migrantes me entusiasmó! En febrero de 1992 ingresé al Seminario Scalabrini de Bogotá, Colombia.
Después de dos años y medio de estudios filosóficos fui admitido a la siguiente etapa. Era en México y viajamos en julio de 1994. Ese período tuvo un tinte migratorio elevado, ya que tuvimos contacto directo con los migrantes: escuchábamos sus planes, ilusiones y fracasos. Ser un vaso de agua en el desierto para esos hermanos nuestros fue inspirador y cuestionante. Al postulantado siguió el noviciado, cuyo enfoque es la formación humana y espiritual del joven.
Hice mi primera profesión religiosa y fui enviado a Chicago, Estados Unidos para los estudios teológicos. Recibí las órdenes menores del acolitado y lectorado, seguido por la profesión perpetua en octubre y el diaconado en diciembre de 1999. Fui ordenado sacerdote en junio de 2000, rodeado por cohermanos, familiares y amigos. Ciertamente la vida de oración, el compartir comunitario, la formación humana y académica hicieron posible mi consagración al Señor al servicio de los migrantes.
3. ¿Cuales fueorn tus experiencias misioneras?
Mi primera asignación misionera fue en la Casa del Migrante de Cd Guatemala. Fue un periodo de cinco años de noviazgo ya que iniciaba mi vida ministerial y misionera; estuvo marcado por momentos gratificantes, de aprendizaje e interacción, al igual que ocasiones estresantes y complejas. Sin duda alguna, el diálogo constante con los migrantes acerca de sus necesidades y sufrimiento, en un esfuerzo por ser una mano amiga y presencia eclesial, nutrió mi consagración. El recuerdo de seres agradecidos y caras sonrientes, que hasta ese momento habían experimentado vejámenes e indiferencia, sigue siendo de paz, motivación y esperanza. ¡Aún hay mucho que hacer, únete al proyecto Scalabriniano!
En 2005 fui enviado a trabajar a la parroquia de Our Lady of Sorrows en Vancouver, Canadá por tres años exactos. Es una parroquia fuertemente representada por tres grupos étnicos: italianos, canadienses y latinos. La celebración de sacramentos y sacramentales, los grupos parroquiales y el área administrativa enriquecieron mi experiencia ministerial. Aprendí muchas cosas y pulí mi conocimiento del inglés e italiano. La comunidad (padres, hermanas y fieles) fue muy paciente conmigo; juntos logramos proyectos comunes.
Actualmente sigo en el proceso de adaptación y aprendizaje en la Casa de Filosofía de Cd. de México en la formación de futuros misioneros para los migrantes. Agradezco a quienes pusieron su confianza en mí, a pesar de mis grandes limitaciones.
4. Un Mensaje para los JSF
Querido joven, ¡no tengas miedo! El Señor te continúa invitando para que lo sigas generosamente y cooperes arduamente en la predicación de su palabra. Quizá nos parecemos mucho: no soy especial ni poseo grandes talentos, pero ¡Dios quiere que pongas tu nada a su servicio! ¡Muchos lo han hecho, anímate tú también!
Fuente/Autor: La Redaccion