De los Escritos y Discursos de Juan Bautista Scalabrini.
¡Entre las gravísimas pruebas a las que está sometida hoy la Iglesia, entre las tempestades aún más graves que la amenazan, es hermoso contemplar la calma, la imperturbable calma, como ella continúa su obra civilizadora en el mundo!…
Segura de sí y de la ayuda que le viene desde lo alto, ella, del pacífico ejército de sus soldados, casi todos los días saca alguna escuadra, elegida entre los más valientes y los manda a los cuatro puntos cardinales de la tierra, los lanza sobre las playas más remotas, más allá de los mares, más allá de inmensos desiertos, más temibles que los mares, para infundir en los nuevos la fe, para conservarla y acrecentarla en aquellos que ya la poseen, para salvar a las almas. Este es un hecho único en el mundo, un hecho que ya dura desde hace veinte siglos y del que hoy nosotros mismos tenemos aquí ante los ojos una prueba elocuente.
Son almas generosas que, desposadas con la pobreza de Cristo, abandonan riquezas, honores, patria, dulzuras domésticas y todo lo que hay en el mundo de más tiernamente querido, vuelan anhelantes en auxilio de nuestros compatriotas emigrados más allá del océano. ¡Han escuchado el grito de dolor de estos hermanos nuestros lejanos y van!… ¡Oh! vayan nuevos apóstoles de Jesucristo: ite, angeli veloces… ad gentem expectantem…et conculcatam [vayan, ángeles veloces… a la gente que espera… y está maltratada].
¡Vayan a cada región del nuevo mundo, porque en cada región del nuevo mundo no hay un pueblo más envilecido que el nuestro!; ¡porque allá les esperan almas que tienen necesidad de ustedes!. ¡Los pueblos, los pueblos mismos piden el pan del espíritu y no hay quien se lo parta!
Vayan, que el Ángel de los Estados Unidos los llama para mostrarles a más de quinientos mil italianos abandonados. Vayan, que los Ángeles del Paraná, del Perú, de Argentina, de Colombia, y de otros estados los llaman, mostrándoles un millón trescientos mil italianos sedientos de verdad y en continuo peligro de caer en los lazos de la herejía (…).
Vasto, sin confín es el campo abierto al celo de ustedes. Allá hay templos para levantar, escuelas para abrir, hospitales para erigir, hospicios para fundar; está el culto del Señor para proveer, hay niños, viudas, huérfanos, pobres enfermos, viejos tambaleantes y para decirlo en pocas palabras, todas las miserias de la vida sobre las cuales hacer descender los influjos benéficos de la caridad cristiana. ¿Cómo proveer a tantas y tan graves necesidades?… ¡Vayan: ite! La Providencia, que vela con ternura de madre sobre las obras iniciadas por ella, ella misma resolverá el arduo problema. Preocúpense solamente de responder a sus amorosos consejos.
Hagan que todos gusten cuán es suave el Señor (…).
Les esperan, lo sé, inmensos esfuerzos, no pocos peligros, muchas contradicciones, continuas luchas y sacrificios, pero es precisamente esto lo que debe asegurarlos de la validez de la empresa a la que se aprestan, lo que debe agregar vigor al espíritu de ustedes. El consuelo, la guía, la más segura defensa de ustedes esté en esa cruz que les he entregado: ¡la Cruz! que, según la expresión de Crisóstomo, es la luz de los humildes, el sostén de los débiles, el madero de la vida, la llave del cielo, el signo de la victoria, el terror de satanás, la fuerza de Dios. Empuñando esta espada (siento podérselo decir) ustedes vencerán. Vencerán, me parece que les repita desde esa urna el Mártir patrono de este templo, el glorioso Antonino. Él que vio brotar aquí, junto a sus sagradas cenizas, los primeros gérmenes del instituto de ustedes, él los acompañará sin duda con el favor de su patrocinio.
(Discurso a los Misioneros próximos a partir – 17 julio 1888)
Fuente/Autor: Una Voz Viva