“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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UN MÁRTIR POR CADA DÍA
01/27/2020
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UN MÁRTIR POR CADA DÍA

27 de enero de 2020

Esta semana vamos presentando a los 13 Mártires Mexicanos, que van a ser Batificados el Domingo 20 de Noviembre, Fiesta de Cristo Rey, en el estadio Jalisco de Guadalajara, Jal.

JORGE RAMÓN Y VICENTE RAMÓN VARGAS GONZALEZ

Jorge Ramón Vargas González

Nació en Ahualulco, Jal., el 28 de septiembre de 1899.
Laico célibe, martirizado en Guadalajara, Jal., el 1º de abril de 1927.

Hijo de un honrado médico y de una valerosa matrona, comparable a la madre de los Macabeos, fue el quinto de once hermanos. Se le bautizó el 17 de octubre de ese año, imponiéndole el nombre de Jorge Ramón, aunque durante su vida utilizó el primero. Siendo niño, su familia se trasladó a Guadalajara, domiciliándose en una casa de la calle de Mezquitán. Como muchos jóvenes católicos en México, Jorge participó de los anhelos y de las inquietudes de quienes sufrían el flagelo de la persecución religiosa; ejemplos en su familia no faltaban, en especial el de su íntegra y piadosa madre.

Durante la persecución religiosa, en 1926, siendo Jorge empleado de la Compañía Hidroeléctrica, su hogar sirvió de refugio a muchos sacerdotes perseguidos, entre otros, el padre Lino Aguirre, quien sería luego obispo de Culiacán, Sinaloa, de quien Jorge fue custodio y compañero de correrías. A finales de marzo de 1927, los Vargas González recibieron en su hogar al proscrito líder Anacleto González Flores, columna de la resistencia católica de Jalisco y sus alrededores; la familia conocía de sobra lo que podía costar su acción. Anacleto compartía el aposento de Jorge.

En ese lugar los sorprendió la celada del 1° de abril. Todos, hombres, mujeres y niños, entre vejaciones y sobresaltos, fueron aprehendidos por Atanasio Jarero, jefe de la policía de Guadalajara. Un mismo calabozo sirvió para alojar tres de los Vargas González: Florentino, Jorge y Ramón; su crimen, haber alojado a un católico perseguido.

Horas después encerraron en una celda contigua a Luis Padilla Gómez y a Anacleto González Flores. Jorge, desde la reja de su prisión dio a entender a Luis Padilla que serían fusilados; le quedaba claro que en esas circunstancias la muerte lo incorporaría a Cristo. Se lamentó luego de no poder recibir la comunión siendo ese día viernes primero, pero su hermano Ramón le reconvino: “No temas, si morimos, nuestra sangre lavará nuestras culpas”. La entereza de ánimo de los hermanos se mantuvo, charlando con desenfado antes de ser ejecutados. Por una orden de último momento, uno de los tres hermanos, Florentino, fue separado del resto. Antecedió a la muerte algún tipo de tormento, pues el cadáver de Jorge presentó un hombro dislocado, contusiones y huellas de dolor en el semblante; lo cierto es que llegada la hora, con un crucifijo en la mano, y ésta junto al pecho, el siervo de Dios recibió la descarga cerrada del 201 batallón, que ejecutó la sentencia. Durante el sepelio, cuando la madre de las víctimas estrechó en sus brazos a Florentino, le dijo: ¡Ay, hijo! Qué cerca estuvo de ti la corona del martirio; debes ser más bueno para merecerla; el padre, por su parte, al enterarse cómo y porqué murieron, exclamó: Ahora sé que no es el pésame lo que deben darme, sino felicitarme porque tengo la dicha de tener dos hijos mártires.

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Ramón Vicente Vargas González

Nació en Ahualulco, Jal., el 22 de enero de 1905.
Laico célibe, estudiante universitario pasante en medicina.
Fue martirizado en Guadalajara, Jal., el 1º de abril de 1927.

Fue el séptimo de once hermanos; tres notas lo distinguieron de ellos: el color rojo de su pelo, que le ganó el sobrenombre de Colorado, su elevada estatura y su jovialidad. Radicado con su familia en Guadalajara, Ramón, siguió los pasos de su padre al ingresar a la Escuela de Medicina, donde destacó por su buen humor, su camaradería y su clara identidad católica.

En cuanto pudo hacerlo, atendió gratuitamente la salud de los pobres. A los 22 años, próximo a concluir sus estudios universitarios, recibió en su hogar, con responsabilidad subsidiaria, a Anacleto González Flores, quien no tardó en advertir las elevadas prendas de Ramón, pidiéndole sumarse a los campamentos de la resistencia activa como enfermero: Por usted hago lo que sea, Maistro, pero irme al monte, no, contestó el interpelado.

La madrugada del 1° de abril de 1927 alguien azotó la puerta de los Vargas González; Ramón atendió el llamado; al entreabrir la puerta, un nutrido grupo de policías se apoderaron de la casa. Se cateó la vivienda y se aprehendió a sus ocupantes. Ramón mantuvo la calma pese a su indignación; en la calle, aprovechando el tumulto, pudo escapar sin que lo advirtieran sus captores, pero no tardó el volver sobre sus pasos y entregarse.

Cuando supo que iba a morir, su hombría de bien y su esperanza cristiana le bastaron para unir su sacrificio al de Cristo. Ante una exclamación de su hermano Jorge, respondió: “No temas, si morimos nuestra sangre lavará nuestras culpas. Para atenuar la cruel sentencia, el general de división Jesús María Ferreira, ofreció dejar en libertad al menor de los hermanos Vargas González; el indulto correspondía a Ramón, pero éste, sin admitir reclamos, cede su lugar a Florentino. Era más del mediodía, urgía matar a los reos cuanto antes. Antes de ser fusilado, Ramón flexionó los dedos de su mano diestra formando la señal de la cruz.

Fuente/Autor: CEM (Conferencia Episcopal Mexicana

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