Primera: Nu 6, 22-27; Salmo 66; segunda: Ga 4, 4-7; Evangelio: Lc 2, 16-21
Primera: Nm 6, 22-27
Salmo 66
Segunda: Gal 4, 4-7
Evangelio: Lc 2, 16-21
Nexo entre las lecturas
La mujer es el centro de atención de la liturgia. Particularmente la mujer como madre. Y esa mujer y esa madre es María. San Pablo en su carta a los gálatas dice de Jesucristo: “nacido de mujer, nacido bajo la ley” (segunda lectura), para indicarnos que como hombre Dios necesariamente ha tenido que tener una madre. La bendición litúrgica de la primera lectura parece que fue escrita dirigida a María madre: “El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te dé la paz”. El rostro del Señor es Jesús de Nazaret, el hijo de María. El evangelio nos permite intuirlo cuando con impresionante sencillez nos dice, refiriéndose a los pastores: “Fueron de prisa y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre”.
Mensaje doctrinal
1. Mujer y Madre de Dios. “Nacido de mujer” es Jesús. Mujer, con toda su feminidad, es María, la nueva Eva, origen y espejo de toda mujer redimida. Siendo Jesús el Verbo de Dios, resulta obvio que María es la Madre de Dios, la gloria suprema de la mujer. Dios, en su inmensa sabiduría, ha querido vivir la experiencia de tener una madre, de mirarse en la ternura de sus ojos, de acunarse en sus brazos y de ser estrechado en su regazo. Para ser Madre de Dios María no tuvo que renunciar o dejar al margen nada de su feminidad, al contrario, la tuvo que realizar en nobleza y plenitud, santificada como fue por la acción del Espíritu Santo. Al nacer de una mujer Dios ha enaltecido y llevado a perfección “el genio femenino” y la dignidad de la mujer y de la madre. La Iglesia, al celebrar el uno de enero la maternidad divina de María, reconoce gozosa que María es también madre suya, que a lo largo de los días y los meses del año engendra nuevos hijos para Dios.
2. Madre, bendición y memoria. En el designio de Dios, que es fuente de la maternidad, ésta es siempre una bendición: como a María, se puede decir a toda madre: “Bendito el fruto de tu vientre”. Una bendición primeramente para la misma mujer, que mediante la generación da cumplimiento a la aspiración más fuerte y más noble de su constitución, de su psicología y de su intimidad. Bendición para el matrimonio, en el que el hijo favorece la unidad, la entrega, la felicidad. Bendición para la Iglesia, que ve acrecentar el número de sus hijos y la familia de Dios. Bendición para la sociedad, que se verá enriquecida con la aportación de nuevos ciudadanos al servicio del bien común.
3. La maternidad es también memoria. “María hacía ´memoria´ de todas esas cosas en su corazón” (evangelio). Memoria no tanto de sí misma, cuanto del hijo, sobre todo de los primeros años de su vida en que dependía totalmente de ella. Memoria que agradece a Dios el don inapreciable del hijo. Memoria que reflexiona y medita las mil y variadas peripecias de la existencia de sus hijos. Memoria que hace sufrir y llorar, que consuela, alegra y enternece. Memoria serena y luminosa, que recupera retazos significativos del pasado para bendecir a Dios y cantar, como María, un “magnificat”.
Sugerencias pastorales
1. La madre, “sol de la casa”. Esta expresión aplicó el papa Pío XII a la madre en un famoso discurso. Como el sol, la madre aporta “calor” al hogar con su cariño y su dulzura; como el sol, la madre ilumina los “ángulos oscuros” de la vida hogareña cotidiana; como el sol, la madre anima, suscita, regula y ordena la actividad de los miembros de la familia; como el sol, en el atardecer, la madre se oculta para que comiencen a brillar en la vida de los hijos otras luces, otras estrellas. La Virgen María fue el “sol” de la casa de Nazaret para su hijo Jesús y para su esposo José. En ella encuentra toda esposa y madre un modelo que imitar, un camino que seguir. ¿Cómo puede ser hoy, una esposa y una madre, sol de la casa? ¿Cuáles son las expresiones de cariño y de dulzura para “calentar” el hogar? ¿Cómo iluminar los “ángulos oscuros” del esposo, de los hijos, y de los demás seres queridos que conviven en la misma casa? ¿Qué formas de tacto y mesura habrá de usar para orientar la actividad de la familia hacia la unión, el bienestar, la paz, la felicidad? ¿En qué modo habrá de “ocultarse” para no opacar las nuevas luces que aparecen en el horizonte de sus hijos? Sería una desgracia para la familia y para la sociedad el que la madre, en lugar de ser el sol de la casa, viniese a ser noche y tiniebla, tormenta y huracán. ¡Madre!, sé siempre luz del hogar, levanta tu mirada hacia María la Madre y sigue sus pasos.
2. Valorar la maternidad. En el mundo actual la maternidad pasa por un estado de ambivalencia. Por un lado el fenómeno de la disminución de la natalidad en el mundo, especialmente en Europa y Occidente, es real y evidente, al igual que casi se ha perdido el carácter “sacro” de la maternidad por su colaboración con la obra del Creador y el respeto a las leyes divinas sobre las fuerzas y límites procreativos del hombre y la mujer; por otro, la mujer desea satisfacer a toda costa su vocación íntima a la maternidad, o quiere tener menos hijos para poder dedicarse más y mejor a su tarea de madre educadora, o adopta con amor y decisión hijos “anónimos” o “huérfanos”, a costa incluso de muchos sacrificios. Ante esta ambivalencia, simplemente delineada y que por tanto abarca otros muchos aspectos, es necesaria una campaña para que tanto la mujer como la sociedad en general valoren más la maternidad. ¿Qué se puede hacer en tu ambiente para lograr esta valoración? ¿En qué pueden las leyes, los medios de comunicación, las instituciones estatales y eclesiales contribuir a valorar la vocación original y primaria de toda mujer?
Fuente/Autor: P. Octavio Ortíz | Fuente: Catholic.net