“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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Meditando La Palabra

Año A – Tercer Domingo de Pascua

24 de abril de 2020

Abril, 26: Tercer domingo de Pascua Hch 2, 14.22-28 / Sal 15 / I Pe 1, 17-21 / Lc 24, 13-35

  1. El texto de Lc que acabamos de escuchar (un relato excepcionalmente bien construido) fue inicialmente, quizá, una breve noticia acerca de uno o dos discípulos, quienes, decepcionados/asustados, abandonan Jerusalén (cf. Mc 16, 12-13; Lc 24, 1314); y «en favor de los cuales» «se dejó ver» Jesús en el camino.
  2. Este breve relato inicial fue reelaborado y enriquecido por Lc, quien en este texto nos expone lo que para él constituye el paradigma de todo camino cristiano, que él nos invita a recorrer.
  3. Lleva a cabo esta finalidad no mediante una reflexión abstracta, sino historizando la breve noticia inicial que había recibido; y lo hace resaltando varios momentos de una experiencia que él considera sencilla y, a la vez, muy profunda:

3.1. En el primer momento dos «ex-discípulos» (ya no lo son): —  Que habían dejado todo por seguir a Jesús. —  Vuelven a casa «des-ilusionados» por la muerte en cruz de su maestro. —  Y durante el camino comentan, desesperanzadamente (los

verbos con un posible contenido positivo están en pasado), entre ellos el final amargo de una aventura, que habían iniciado con tantas ilusiones.

3.2. El segundo momento está marcado por la presencia de otro caminante, que: —  Se les hace el encontradizo. —  Ilumina su vida desesperanzada desde la Palabra de Dios. —  Ellos, al ir escuchándolo, sienten que su corazón arde con esa Palabra que les llega.

3.3. El tercer momento queda configurado por el hecho de que: —  El camino termina y el caminante hace ademán de seguir adelante. —  Ellos lo invitan a que se quede/cene con ellos. —  Y lo reconocen «al partir el pan» (a pesar de que él no era el anfitrión).

3.4. En el último momento del relato los dos «discípulos» (ya lo son de nuevo): —  No se quedan allí saboreando su alegría. —  Sino que se levantan y vuelven a Jerusalén y relatan al resto de la comunidad «cómo lo habían reconocido al partir el pan». —  Aquella comunidad, a su vez, les anuncia que «era verdad, el Señor fue resucitado y se dejó ver en favor de Simón».

  1. Creo que todos, cuando volvemos a escuchar el relato dos mil años después, nos volvemos a sentir impactados por la experiencia que nos transmite y, desde luego, fácilmente identificados con ella y con ellos.
  2. Pero, ¿cómo puede iluminar, hacer que «arda nuestro corazón», nuestra vida de hoy y aquí esta palabra que acabamos de escuchar? Como os decía, el relato es, para Lc, el paradigma de todo camino creyente en la vida cristiana; pero, además, nos apunta dónde podemos encontrar al Señor, dónde puede este ser encontrado.
  3. Y lo primero que nos dice el texto es dónde estos «ex-discípulos» no encontraron al Señor: — Ni en Jerusalén ni el templo. — Ni en el cumplimiento de la Ley. —  Ni en ninguno de los lugares, tiempos y personas donde se suponía que «debía» estar.
  4. Por el contrario, sí lo encontraron /sí se dejó encontrar por ellos/ por nosotros.

7.1. En nuestra propia historia, a menudo desesperanzada: —  «Fue un profeta» / Todos los verbos están en pasado. —  «Nosotros esperábamos»/ No parece haber ya espacio para él. —  «Pero a él no lo vieron» / futuro.

7.2. En la palabra, que ilumina/ interpreta esa historia: —  «Y empezando por Moisés. —  y siguiendo por los profetas… —  … les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura».

7.3. En la fracción del pan: —  «Lo partió —  y se lo dio». —  «Y lo reconocieron al partir el pan».

7.4. En la comunidad: —  «Estaban diciendo: “era verdad, el Señor fue resucitado y se dejó ver en favor de Simón”». —  «Ellos, a su vez, les contaron lo que les había pasado por el camino —  y cómo lo habían reconocido al partir el pan»

  1. Habría que añadir que no podemos marcar al Señor dónde ha de hacerse presente (volveríamos a caer en planteamientos precristianos y propios de cristianos actuales muy integristas); habría que resaltar que el Señor no queda limitado por estas presencias; que él puede dejarse ver en favor de alguien de la manera más insospechada, como tantas veces nos lo ha demostrado la historia.
  2. Y no olvidemos que estas presencias-encuentros, como nos ha dicho la I lectura («de lo cual nosotros somos testigos»), terminan siempre en una misión, que ayuda a alguien a recuperar su esperanza.
  3. Hoy el Resucitado también se ha hecho presente en favor de todos nosotros en la historia que vivimos, en la Palabra que ha sido proclamada, en la eucaristía que estamos celebrando y en la comunidad de la que formamos parte; vamos, pues, a darle gracias al Señor por ello y a pedirle que nos ayude a llevar a cabo la misión que, seguro, a cada uno de nosotros nos ha encomendado.

 

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