Primera: 2Cro 36, 14-16.19-23
Salmo 137
Segunda: Ef 2,4-10
Evangelio: Jn 3,14-21
Nexo entre las lecturas
Tanto amó Dios al mundo…: aquí reside el mensaje que la Iglesia nos transmite mediante los textos litúrgicos. Ese amor infinito de Dios ha recorrido un largo camino en la historia de la salvación, antes de llegar a expresarse en forma definitiva y última en Jesucristo (Evangelio). La primera lectura nos muestra en acción el amor de Dios de un modo sorprendente, como ira y castigo, para así suscitar en el pueblo el arrepentimiento y la conversión (primera lectura). La carta a los Efesios resalta por una parte nuestra falta de amor que causa la muerte, y el amor de Dios que nos hace retornar a la vida junto con Jesucristo (segunda lectura). En todo y por encima de todo, el amor de Dios en Cristo Jesús.
Mensaje doctrinalSugerencias pastorales
1. Convertirse al Amor. Los textos litúrgicos nos han mostrado que el amor para Dios es darse, entregarse, buscar el bien de la persona amada. Este amor no es el más frecuente entre los hombres, ni resulta fácil. Es más frecuente encerrarse en la propia concha siendo uno mismo sujeto y objeto de su amor. Es más frecuente aprovecharse del otro (esposo o esposa, padre o hijo, amigo o amiga, acreedor o cliente, alumno o maestro, párroco o parroquiano…) para satisfacción del propio yo, de los propios intereses, gustos, pasiones. Es más frecuente buscar nuestro bien, que querer el bien de los demás; querernos bien a nosotros mismos en lugar de hacer el bien al prójimo. Es más fácil no darse, no hacer nada por los demás, no ayudar a quien sufre necesidad, no colaborar en las diversas actividades de la parroquia, no buscar formas concretas de amar a Dios, a la Virgen santísima, a nuestros seres queridos, a nuestros hermanos en la fe, a los hombres independientemente de su religión, raza o condición. Con todo, en la mayoría de los casos lo que es más frecuente y fácil no es lo mejor ni siquiera para nosotros mismos. Hemos de convertirnos al Amor: ese amor que actúa en nosotros porque Dios nos lo regala y nosotros lo acogemos con gozo. Hemos de convertirnos al Amor, que nos saca de nuestra propia concha y nos pone indefensos ante los demás para que vivamos por la fuerza del Amor.
2. Cristiano igual a humano. Bien podría decirse: Cristiano soy y nada de lo humano reputo ajeno a mí. El concilio Vaticano II nos ha enseñado que Cristo revela el hombre al hombre. La auténtica humanidad del ser humano no la vamos a encontrar en los programas de la TV o en los artículos de la prensa, en la invasión sonora de la discoteca o en las reuniones masivas con un cantante famoso, en la fugacidad de la bebida y de la droga o en la falsa consistencia de una relación degenerada…En todos estos campos está muy presente el hombre, pero muy poco lo humano, los valores dimanantes de su dignidad de imagen e hijo de Dios. El Papa Juan Pablo II gusta repetir que el hombre es el camino de la Iglesia; y se podría añadir también que el cristiano es el camino del hombre. Es evidente que me refiero a un cristiano que lo es de verdad y a un hombre que se mide por su vocación y dignidad, no con parámetros de otra índole. Por eso, alguien se atrevió a decir que el tercer milenio o será cristiano, o simplemente no será, pues el hombre terminaría autodestruyéndose. Si esto es verdad, y lo es, ¿no vale la pena vivir a fondo la vocación cristiana? ¿Por qué no luchar para instaurar en la sociedad un verdadero humanismo, es decir, un cristianismo vivido con autenticidad? ¡Vale la pena!
Fuente/Autor: P. Octavio Ortíz | Fuente: catholic.net