“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

GOETHE
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01/27/2020
Solemnidad de la Natividad del Señor
01/27/2020

Meditando La Palabra

B – Domingo 4o. de Adviento

27 de enero de 2020

Sagrada Escritura

Primera: 2 Sam 7, 1-5.8-12.14.16
Salmo 88
Segunda: Rm 16, 25-27;
Evangelio: Lc 1, 26-38

Nexo entre las lecturas

“El misterio de la Encarnación del Verbo” anunciado por el Ángel a María Santísima es el punto de unión de nuestras lecturas. El segundo libro de Samuel nos presenta al rey David con la intención de construir un templo para Yahveh. En un primer momento, el profeta Natán aprueba el proyecto, pero a continuación indica a David que la voluntad de Dios es diversa: no será él, el rey David, quien construirá el templo, sino que será Yahveh quien dará a David, una “casa”, una descendencia y un reino que durarán por siempre (1L). Así pues, David no podrá apoyarse sobre la estabilidad de un templo construido por mano humana, sino sobre la estabilidad que Dios dará a su casa, de la cual nacerá el heredero de la promesa. El pleno cumplimiento de esta profecía se tiene en Cristo, piedra angular empleada en la construcción del nuevo templo (1 P 2, 4-10 ). El cuerpo de Cristo resucitado que vive en su Iglesia, es el verdadero templo (Jn 2, 20-22). Dios habita en medio de nosotros en el cuerpo de Cristo, hijo de David e Hijo de Dios (Jn 1, 14). Por medio de las palabras del ángel dirigidas a María, nosotros conocemos la encarnación del Hijo de Dios; entramos en contacto con el misterio del Emmanuel, del Dios con nosotros (EV). El misterio escondido por siglos se ha manifestado en Cristo con el fin de atraer a todos a la obediencia de la fe (2L). Porque tanto ha amado Dios a los hombres que les ha dado a su Hijo único.

Mensaje doctrinal

1. El Hijo de David, es el lugar verdadero donde Dios reside. El mensaje de Natán al rey David se concentra en esta idea: “tú no pondrás tu fuerza y esperanza en un templo construido por mano humana. Tu seguridad está, más bien, en la promesa de Yahveh que te dará una casa y una descendencia que durará eternamente”. Así pues, tú deberás contar siempre y en cada ocasión, con la estabilidad que Dios dará a tu casa. Ésta será tu seguridad, ésta será tu fortaleza. De esta descendencia nacerá el Mesías.

Este oráculo sirve de fundamento a un tema característico de la historia de la salvación. El tema del templo de Dios, de la morada de Dios entre los hombres. La tradición cristiana ha reconocido en Jesús de Nazareth, Hijo de Dios e hijo de María, a ese verdadero templo, morada de Dios. En efecto el nuevo testamento nos ofrece varios pasajes significativos:

– Jesús es la piedra angular del templo (1 P 2,4-10).
– Dios habita en medio de nosotros en el cuerpo de Cristo, hijo de David e Hijo de Dios (Jn 1,14).
– El cuerpo de Jesús resucitado y viviente entre nosotros es el verdadero templo (Jn 2,20-22; 1 Co 3,17).

Esto no significa que se deba restar importancia a los templos que los cristianos construyen como lugares de culto y devoción, sino más bien, pone de relieve que el templo es importante y necesario porque allí está el cuerpo de Cristo resucitado. En la Eucaristía Cristo ha querido permanecer entre nosotros verdadera, real y sustancialmente presente. Por eso, el cristiano no sólo valora el templo construido por mano humana, sino que más aún, promueve la construcción de nuevos templos que sean lugares de oración, lugares de Eucaristía, lugares de encuentro de Dios con el hombre; sabiendo, sin embargo, que es Cristo el verdadero templo de Dios. El pasado mes de agosto de 2002 decía el Papa Juan Pablo II con ocasión de la consagración del santuario de la Divina misericordia en Cracovia: “… existen tiempos y lugares que Dios elige para que en ellos los hombres experimenten de modo especial su presencia y su gracia. Las personas impulsadas por el sentido de la fe, viene a estos lugares seguras de ponerse de frente a Dios presente en estos templos”.

2. La Encarnación del Verbo, una invitación al gozo profundo. Al escuchar el mensaje del ángel, María es invitada en primer lugar a la alegría. “Alégrate María”. Ciertamente se trata de una alegría especial, la alegría que nace porque Dios viene, Dios está por venir, y es ella, la doncella de Nazareth quien será una “digna morada” para su Hijo. ¡Misterio inconmensurable: Dios se hace hombre! ¡Dios se hace hombre en el seno de una virgen purísima, su creatura!

“Aquel a quien el orbe no puede contener
en ti, se ha encerrado
y se ha hecho hombre.”

Misterio que ha sido mantenido en secreto durante siglos eternos -dice san Pablo- y que ahora se ha manifestado. “Dios, en el sublime acontecimiento de la encarnación, se ha entregado al ministerio libre y activo de una mujer”. Dios ha querido pedir la colaboración de María en la encarnación de su Hijo. María, por tanto, debe alegrarse porque es “agraciada”, porque es privilegiada. Ha sido perseverada de toda mancha de pecado para ser digna morada de su Hijo. María debe alegrarse porque el Señor viene, el Señor se encarna en ella, porque ha llegado la plenitud de los tiempos y Dios está con nosotros. Ella es “llena de gracia y el todopoderoso ha hecho cosas grandes en ella”. La alegría cristiana nace de este acontecimiento: Dios ha venido en rescate del hombre que se había perdido por el pecado. El Mesías esperado está aquí y su llegada supera cualquier expectativa

“Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras él moría en la cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural en las almas. Por tal motivo es nuestra madre en el orden de la gracia” (Lumen Gentium 61).

3. A Dios nada es imposible. El Señor ha elegido a una humilde doncella de un pequeño pueblo de Israel para constituirla en madre de su Hijo. El poder del Espíritu Santo la cubrirá con su sombra y tendrá lugar en ella el misterio escondido por los siglos, el misterio de la encarnación del Verbo de Dios. Admirable misterio del amor de Dios para quien nada es imposible. Por eso, podemos repetir con el salmista en este domingo: Cantaré eternamente las misericordias del Señor.

Cuando en la vida del hombre se insinúa el fracaso, el decaimiento de la fe, la pérdida de la esperanza, es preciso volver a esta verdad fundamental de nuestra existencia: “Dios se hizo hombre por amor a los hombres y para redimirlos del pecado. Para él nada hay imposible y él ha triunfado de la muerte y el pecado”. El mysteirum iniquitatis” ha sido vencido por el mysterium pietatis, es decir, por el amor misericordioso e indulgente de Dios que se da sin cálculo y sin medida. La misericordia de Dios es mucho más grande que el pecado. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz y el hombre la felicidad: para Dios nada es imposible. Del desierto puede hacer hermosos vergeles y sembradíos.

Sugerencias pastorales

1. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es el templo de Dios. En medio de la vida nos podemos sentir abatidos, atribulados por la presencia del mal, del pecado, de la muerte, de las penas de la vida. Es preciso, por ello, fortalecer la esperanza y tener presente que, en Cristo, tenemos al Emmanuel, Dios con nosotros. El Verbo de Dios encarnado ha dado su vida por nosotros en la cruz y, resucitado, permanece para siempre con nosotros en la Eucaristía. En el tabernáculo el hombre encuentra el lugar del descanso al final “del vértigo de la jornada”. En la Eucaristía se alimentan las virtudes, se corrigen las costumbres, el alma se llena de gracia para seguir el camino de la vida. Es el misterio de Dios presente que nos escucha y nos acompaña por los senderos de la vida. La Eucaristía es la fuente del amor misericordioso que vence sobre el misterio de la iniquidad. Que nadie se sienta solo. Que nadie desespere de su salvación, ni la de su prójimo. Que todos acudan a este templo de Dios en el que se nos ofrece el pan de la vida.

2. Construir el templo de Dios

• Construyamos primeramente el templo de Dios en nuestra propia vida. Permitamos que Dios dirija y gobierne nuestros pasos. Colaboremos activamente en su plan de salvación. Seamos piedras angulares, edificación de Dios, construyamos con arte y dedicación el templo de Dios. Cada uno de nosotros, como persona humana y como cristiano, debe ser el lugar de la manifestación de Dios entre los hombres. Construyamos, pues, en nosotros el templo de Dios mediante la vida de gracia, mediante la vida de caridad delicada con nuestros hermanos y mediante la verdadera humildad. “Donde hay caridad y amor allí está Dios”.

• Construyamos el templo de Dios en los demás por el apostolado. Sintamos la viva responsabilidad de participar en la historia de la salvación como enviados, como apóstoles, hombres del mensaje, embajadores de Cristo. Participemos en las actividades apostólicas de nuestra parroquia, no reduzcamos nuestra vida cristiana a la esfera estrictamente personal, cuando nuestra misión es ser luz de las naciones y sal de la tierra.

Fuente/Autor: P. Octavio Ortíz | Fuente: Catholic.net

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