Al leer el texto de la carta a los Romanos no me puedo quedar con lo bonito, en lo bien que resuena al leerlo sino que la Palabra siempre invita a profundizarla, a orarla y hacerla vida.
Son tantas las veces en las que sin poder expresar en palabras nos vemos directamente reflejados en el texto. Por lo menos a mí, esa palabra que va entrando tiene una continuación en la que voy respondiendo: por aquí es sí en mi vida, esta parte es aún no, por aquí hay mucho para mejorar, etc…
A partir de ahí, hay un trabajo a realizar y pienso en cómo encarnar esa Palabra de Dios en mi vida: ¿Cómo es mi caridad? ¿A qué me apego en verdad? ¿Qué lugar ocupan los otros y cómo los acojo en mí? ¿A quién sirvo? ¿Dónde puedo palpar la alegría? ¿Qué pasa en la tribulación? y… ¿La oración?
Me hago muchas preguntas y en todas ellas voy encontrando la misma respuesta: ¡la vida es camino! Sí, pero hay que apostar por querer caminar y dar buenos pasos, ver cómo todo lo alcanzable, incluso lo que también cuesta, pasa por el final del texto: en la oración… Si la vida está impregnada por la oración, entonces se irá encarnando este texto y muchos más:
Que vuestra caridad no sea una farsa; aborreced lo malo y apegaos a lo bueno. Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo. En la actividad, no seáis descuidados; en el espíritu, manteneos ardientes. Servid constantemente al Señor. Que la esperanza os tenga alegres; estad firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración. (Rm 12, 9-12)
Abre, Señor, nuestros ojos, para que podamos reconocer todo lo que nos das con tu Palabra y ayúdanos a encarnarla siendo asiduos en la oración.
Fuente/Autor: Mi oración…