“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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Scalabrini

REFLEXIONES DE SCALABRINI

27 de enero de 2020

«Es Cristo quien enciende el amor»

La vida consiste principalmente en el amor sin el cual, dice San Juan, se permanece en la muerte. Y la gracia del Salvador es aquella que llena el alma con este bálsamo de vida. Es Cristo quien enciende este amor, mostrando el prodigio incomprensible de su muerte, que urge, que impulsa con dulce violencia a corresponder al amor, a sacrificarse por su gloria y la salvación de nuestros hermanos: Charitas Christi urget nos [El amor de Cristo nos apremia]. Es Cristo quien enciende este amor, regalándonos nuevamente en su Resurrección la prueba más luminosa de su divinidad y la prenda más segura de nuestra futura Resurrección.

Es Cristo quien enciende este amor con el milagro continuo de la Institución de la Eucaristía, el misterio del amor por excelencia, con el cual Él se perpetúa en nuestros altares. (Homilía de Pascua – 1901)

«El amor nunca dice: basta»

Él arde por nosotros con el más ferviente amor, y el amor nunca dice: basta. Por nosotros Cristo vivió una vida de continuas privaciones, y no ve la hora de consumarla por nosotros (Lc. 12, 50). ¡Y llegó esa hora, llegó la hora del sacrificio y se vio la trágica escena de un Dios que muere, y que muere crucificado para el hombre! (Rom. 5, 9). ¿Qué puede haber más grande, más admirable que este exceso de caridad?

Nadie ciertamente, como afirma el mismo Jesucristo, puede mostrar mayor amor que la de dar la vida por sus amigos (Jn. 15, 13). Pero, ¿qué caridad no fue la suya al querer morir por nosotros sus enemigos, Él, nuestro Dios, nuestro Creador, ofendido y ultrajado por nosotros? Considerando esto el Apóstol decía: apenas se encuentra quien quiera morir por un hombre justo, pero Dios demostró en esto su gran caridad por nosotros, ya que siendo pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom. 5, 7). ¿Y por qué murió? Porque lo quiso Él mismo (Is. 53, 7) pues de lo contrario nadie habría podido obligarlo, como Él mismo lo dijo (Jn. 10, 17). ¿Pero por qué lo quiso? No por otro motivo, sino porque nos amaba: Dilexit nos, et tradidit semetipsum pro nobis [Nos amó y se entregó por nosotros] (Ef. 5, 2). (Carta Pastoral para la Santa Cuaresma – 1878)

«Amen a Jesús»

¡Oh Jesús, Tú eres la verdadera fuente de todo nuestro bien, y lo fuiste siempre, y lo fuiste constantemente y lo eres todavía! ¡Jesús, y al pronunciar este nombre, el corazón se enternece, el espíritu se conmueve y el alma despliega el vuelo de la esperanza! ¡Jesús, y este nombre es más dulce a la boca que un panal de miel, más grato al oído que el sonido del arpa, más suave al corazón que la alegría más pura! ¡Oh, amémoslo, amémoslo a Jesús! ¿Y a quién amaremos nosotros, si no amamos a este dulcísimo Salvador? (…).

Amen a Jesús, permanezcan unidos a Jesús, porque toda la perfección del cristiano está justamente aquí: la unión con Jesucristo. Aquí reside el principio de todo bien, el fundamento y el origen de toda nuestra grandeza. Yo soy la verdadera vid, dice el Señor, y ustedes son los sarmientos: Ego sum vitis vera et vos palmites (Jn. 15, 5). Ahora bien, como un sarmiento, separado de la vid, se seca y muere, así morirán también ustedes, si están separados de Jesucristo. La unión con Jesucristo es vital para nosotros, sin ella, nosotros estamos muertos, y muertas están nuestras cosas y nos volvemos cadáveres, como es cadáver un cuerpo sin alma (…).

Jesucristo es un querido hermano, al cual debemos estrecharnos en el camino de la vida, sostenernos, caminar con Él, porque de Él, como ya hemos dicho, nos proviene toda gracia, el valor de cada acción, la fuerza misma para cumplirla, en fin la vida y el espíritu de nuestra alma. (Carta Pastoral para la Cuaresma – 1878)

Fuente/Autor: de UNA VOZ VIVA

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