Si en toda vocación es Dios quien llama, toca al hombre responder a dicho llamado.
Si sientes que te llaman…
En una tarde cualquiera, un muchacho entra en la oficina de un sacerdote y cerrando la puerta le pregunta: “Padre, ¿cómo sé si tengo vocación?”. El sacerdote, conociendo al joven, comprende que éste tiene inquietudes deseando saber si Dios lo llama al sacerdocio.
La pregunta puede presentarse en otras formas, por ejemplo: ¿Qué es la vida religiosa? o bien el chico dice: “¿Cómo es la vida en el seminario? ¿Qué estudian?”.
El caso es que de pronto un muchacho presiente que el Señor lo está llamando al Orden Sacerdotal. Todo su proyecto vital anterior se tambalea, pues después de años de estudio con la idea de ser ingeniero o doctor y estando el título ya cercano, ha perdido el interés por su carrera y piensa cada vez más en las cosas de Dios. Lo que es más, duda mucho si de veras quiere a su novia o es nada más por costumbre que la visita.
Dependiendo de la persona y sus inquietudes, hay que analizar caso por caso. Puede ser que se trate de una auténtica vocación al sacerdocio o simplemente de una ilusión o inquietud pasajera.
¿Qué es la vocación?
Como suele suceder, las cosas más importantes de la vida, son difíciles de definir. El concepto de vocación se presta a diversas interpretaciones y por tanto puede provocar confusión. Podemos usar la palabra vocación de diferentes maneras, en diversos niveles. Existen, por ejemplo, escuelas “vocacionales”; se dice que alguien tiene “mucha vocación” para algún oficio o profesión; si un muchacho se sale del seminario “es que no tenía vocación”. Y también hablamos de “vocación matrimonial o religiosa”. ¿De qué estamos hablando?
En realidad, la palabra vocación proviene del latín: vocare, que significa llamado. Sentir una vocación equivale a decir que alguien me está llamando. De otra manera no tiene sentido.
Alguien llama
Debemos poner en claro antes que nada, que es Dios quien llama. Iluminados por la fe y experiencia enorme de la Iglesia, sabemos ciertamente que toda vocación viene de Dios. El uso de dicha palabra en otro contexto, es abusivo o equivocado. Aclaremos los puntos.
El primer llamado
Dios Creador nos llama del no ser a la existencia. Nosotros no nos damos la vida solos: la recibimos gratuitamente. Dios, por medio de los padres, va llamando a la vida a los seres humanos. No somos el resultado casual e intrascendente de un proceso biológico ciego, sino que Dios asocia en su obra creadora a causas segundas, en este caso los padres. En la formación de una familia, los padres son co-acreedores con Dios.
Tener un hijo es la respuesta al deseo de Dios expresado bellísimamente en el libro del Génesis con las palabra divinas: “Creced y multiplicaos, henchid la tierra” (Gen. 1,28).
No importa la mucha o poca conciencia que los esposos tengan del hecho, ellos están de cualquier manera, colaborando con la obra de Dios como causas segundas. Y sabemos por la fe, que el Señor, atento a los actos conyugales, crea personalmente el alma de cada niño concebido. ¡He ahí la grandeza de los actos sexuales! ¡He ahí el respeto absoluto que debemos tener por el niño en cualquier momento de su gestación!
Un segundo y sublime llamado
Pero Dios no nos llama a la existencia nada más para que vivamos, crezcamos, nos reproduzcamos y nos muramos. No somos animales. Él tiene un proyecto grandioso e inefable para cada persona llamada a la existencia. Si ha constituido a los esposos como colaboradores suyos en la procreación, es para un fin mucho muy superior al mero deseo de llenar la tierra de seres humanos.
Cada uno de nosotros, todos los hombres y mujeres que poblamos la tierra, estamos llamados “desde antes de la creación del mundo”, como nos dice San Pablo en su maravillosa carta a los Efesios, a participar de su propia vida divina, hasta la eternidad, lo que llamamos la “gracia santificante”.
Este llamado, esta vocación a la gracia, es el hecho más importante en nuestras existencias. Si el don de la vida humana es ya de por sí algo formidable, el que Dios nos llame a gozar de su propia Vida Divina, es algo inaudito, inefable, insospechable si no fuera por la revelación que Cristo nos hace en la Sagrada Biblia. Solamente por la fe, podemos entender el sublime llamado que Dios nos hace en su querido Hijo y de la aceptación de esta verdad toda nuestra vida adquirirá un sentido total. Fuera de esta perspectiva, la vida parecería un absurdo o una broma cruel. ¡Tántas idas y venidas, tántos trabajos y sufrimientos, para al fin morir y desaparecer!
Quede tan sólo claro, que Dios no nos llama únicamente a gozar de la vida humana, sino que aparte de esta existencia a nivel humano, Él nos llama a participar ya de su divinidad: es la vocación a la gracia. Y siendo la gracia de por sí santificante, en resumidas cuentas, Dios nos llama a la santidad. Todo hombre nacido en este planeta, está llamado a ser santo. La vocación a la santidad es universal.
De una manera brillantísima el Concilio Vaticano II en la constitución dogmática “Lumen gentium” nos aclara el llamado universal a la santidad por la participación de la Vida Divina: “El Padre Eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad; decretó elevar a los hombres a la participación de la Vida Divina” (LG2).
Más adelante en el número 39 el mismo documento nos dice: “por eso en la Iglesia todos, ya pertenezcan a la Jerarquía, ya sean apacentados por ella, son llamados a la santidad, según aquello del Apóstol: Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (I Tes.4,3).
Del mismo modo con que el apóstol San Pablo invita a todos a la santidad, el Papa Juan Pablo II, en su visita a Brasil, repite la misma idea: “La verdad es que estamos llamados todos -¡no temamos a la palabra!- a la santidad (¡y el mundo hoy necesita tanto de los santos!) una santidad cultivada por todos, en los varios modos de vida y en las diferentes profesiones y vivida según los dones y las tareas que cada uno ha recibido, avanzando sin vacilaciones por el camino de la fe viva, que enciende la esperanza y actúa por medio de la caridad”.
En Alemania, el Papa clama: “¡Sed Santos! Sí, santificad vuestras propias vidas y mantened siempre en vuestro corazón la presencia de Aquel que es El solo Santo”.
Tal vez jamás habías pensado en ser santo y sin embargo estás llamado a serlo, participando de la Vida Divina que se nos comunica por los Sacramentos a partir del Bautismo. “¡Yo no nací para ser santo!” hemos oído muchas veces y sin embargo la realidad es precisamente lo contrario: hemos sido llamados a la existencia para ser santos. Aquel grito no es sino una confesión de ignorancia o de cobardía ante la necesidad de responder al llamado de Dios.
El hombre responde
Si en toda vocación es Dios quien llama, toca al hombre responder a dicho llamado. Y como el hombre es libre por designio Divino, puede responder afirmativamente… o no. Podemos negarnos al don de la existencia suicidándonos. Podemos negarnos al llamado a la santidad, pecando. Es nuestra decisión y Dios la respeta porque no quiere autómatas. El pone ante nosotros la vida o la muerte, la gracia o la condenación. ¡Terrible cosa ser tan libres!
Fuente/Autor: Sociedad E.V.C.