¡Oh Espíritu de verdad!,
que has venido a nosotros en Pentecostés,
para formarnos a la escuela de del Verbo Divino,
cumple en nosotros la misión a la cual el Hijo te ha mandado.
Llena de ti mismo todo corazón
y suscita en muchos jóvenes el anhelo de lo
que es auténticamente grande y hermoso,
el deseo de la perfección evangélica,
la pasión por la salvación de los hombres y mujeres.
Haz que nosotros, los cristianos,
tomando conciencia de nuestra fe,
nos volvamos misioneros
y testigos del Amor en el mundo.
María, Madre de la Iglesia,
ayuda a todos los misioneros, sacerdotes,
religiosos y religiosas
y a todos los laicos a vivir de Cristo
y llevar siempre y dondequiera la “buena noticia” del Reino.
Amén.