Dichosos los pobres,
porque sólo de ellos pueden crear el Reino de la fraternidad, aquí y ahora.
Dichosos los sufridos,
porque ellos, con su no-violencia-activa, pueden alcanzar el Reino de Dios.
Dichosos los que lloran,
porque sólo los que se comprometen con la vida de los demás
pueden destruir las fuentes del sufrimiento humano.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia,
porque sólo los que quieren construir el mundo según el proyecto de Dios,
alcanzarán la fraternidad universal.
Dichosos los misericordiosos,
porque los que son capaces de amar con el corazón de Dios,
optarán por servir a los más pequeños y pobres y experimentarán así el amor gratuito de Dios.
Dichosos los limpios de corazón,
porque sólo los que no se venden por intereses personales o de grupo,
los que juegan limpios con la gente, los que no ponen precio a su servicio a los demás,
podrán descubrir el rostro de Dios en cada hermano.
Dichosos los que trabajan por la paz,
porque los que la hacen posible, se sentirán amados por el Padre.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia,
porque es un signo evidente de que luchan contra toda injusticia: egoísmo, poder, violencia.
Dichosos ustedes cuando los insulten,
los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa,
porque sólo los que están dispuestos a sufrir persecuciones,
insultos y calumnias sirven para formar en este mundo el Reino de Hermanos, que Dios quiere.
El huracán impetuoso del Espíritu,
al descender sobre los Apóstoles en Pentecostés,
los hizo nacer de lo alto, les cambió la mentalidad para que encontraran el tesoro del Reino.
Así se sintieron renovados, libres, felices.
“Y de este modo nació: el hombre nuevo,
el hombre constructor de fraternidad,
el hombre de la felicidad más profunda,
el hombre de las bienaventuranzas,
el hombre, sonrisa de Dios en el mundo,
el hombre, alegría constante para el hermano,
el hombre, nacido del Padre, por Cristo,
con la fuerza del Espíritu de las bienaventuranzas.”