“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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Editorial

Migración humana como evangelización caminante

27 de enero de 2020

Cuando la migración se mueve, es la historia que se mueve.

Dentro de la complejidad de la movilidad humana hay un aspecto profundamente eclesial y misionero: es la vocación de nuestro pueblo migrante a replantar la fe y la evangelización desde la diáspora, así como pasó con la Iglesia primitiva. Los núcleos migrantes en EE.UU. como dentro de nuestra República pueden convertirse en células de iglesia, una iglesia peregrina, domestica y nueva. Es la celebración de lo provisional, del no tener aquí ciudad permanente. El migrante y el refugiado hacen de su vida y de la Iglesia una tienda de pastores, que sigue a un Dios que nos reúne en asamblea santa en la soledad como en el bullicio de la ciudad, en el camino y en la calle como en las catedrales. Este pueblo caminante está llamado a descubrir en su salida y en su destierro la vocación bautismal a ser sacer¬dote, rey y profeta. Los catequistas, los padres que se hacen memorial con sus hijos de cómo Dios actúo con brazo extendido, marcan una Iglesia que sabe renacer en la derrota y vuelve el destierro canto de salmos y de profecía.
Es la fe de todo un pueblo que se mueve con él; es toda una religiosidad popular y profunda que va dejando huellas de Dios y de Iglesia en las carreteras que pisan o en las veredas en la montaña. La migración cuestiona al pueblo de acogida, la comunidad de la ciudad, la institución que lo acoge: es una procesión de creyentes, es una realidad que me provoca. El forastero no es motivo de crisis: simplemente la pone de manifiesto. Se puede repetir aquí la situación del cristianismo en su brotar dentro del Imperio romano: la diáspora (=dispersión) se transforma en levadura de un nuevo mundo. Otro aspecto evangelizador de la movilidad humana es: la inconformidad. El cristiano nace por su naturaleza inconforme. Su medida es “ser sin medida”. Su horizonte rebasa toda frontera. El mundo puede tal vez definir unas metas, puede complacerse de sus éxitos, puede inclusive descansar. El peregrino de la esperanza, el peregrino que regresa hacia la casa del Padre continua incansable, obstinado. Dios entra en la historia definitivamente como el enteramente otro, como signo de contradicción y vertiente del bien y del mal. (Profecía de Simeón: Lc. 2,34). El migrante nos remonta a esta dimensión genuinamente cristiana: no se resigna y anuncia el ya y todavía no.

Fuente/Autor: P. Flor Maria Rigoni

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