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La actualidad, Giovanni Battista Scalabrini, apóstol de los emigrantes

27 de enero de 2020

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Entrevista al vicario general de la Congregación por él fundada

ROMA, domingo, 13 de noviembre de 2005

Con motivo del centenario de la muerte del beato Giovanni Battista Scalabrini, fundador de la Congregación de los Misioneros de San Carlos, más conocidos como escalabrinianos, se ha celebrado del 10 al 12 de noviembre en Piacenza, Italia, un congreso internacional de Historia.

Giovanni Battista Scalabrini, nacido en Fino Mornasco (Como), Italia, en 1839, murió en 1905 en Piacenza, fue rector del Seminario, profesor y párroco en una zona obrera de Como. En 1876, con sólo 37 años, fue nombrado obispo de Piacenza.

Su actividad pastoral fue extraordinaria. Visitó cinco veces las 365 parroquias de su diócesis. Muy sensible al cuidado pastoral de los migrantes, el 28 de noviembre de 1887 fundó la Congregación de los Misioneros de San Carlos, con la finalidad de dedicarse completamente a la asistencia espiritual de los numerosos italianos emigrados a América. Esta congregación cuenta hoy con seis obispos, 693 sacerdotes, 15 hermanos y 102 religiosos estudiantes, con un total de 716 religiosos activos en 29 países, de los cinco continentes.

Para profundizar en la figura del fundador, y comprender el profundo sentido del carisma que anima la misión caritativa de la Congregación de los Misioneros de San Carlos, ZENIT ha entrevistado al padre Gaetano Parolin, vicario general de los Misioneros Escalabrinianos.

–El beato Giovanni Battista Scalabrini murió hace un siglo y sin embargo su espiritualidad, su testimonio cristiano y su obra social tienen un valor no sólo para la memoria. ¿Cuáles son los aspectos de su espiritualidad y acción pastoral que usted indicaría como de gran actualidad?

–Padre Parolin: Entre los aspectos de su espiritualidad, indicaría sin duda la concepción misma de la espiritualidad. Scalabrini va a la fuente, a la dimensión más verdadera de la espiritualidad. La espiritualidad como vida en el Espíritu, guiada y animada por el Espíritu, como sinergia con el Espíritu. Decía: «Que el Espíritu Santo habite en mí, me gobierne, me conduzca». Se trata, por tanto, de una espiritualidad fuertemente trinitaria y cristológica. De hecho, se desarrolla en la unión con Cristo, que es la perfección de la vida cristiana, la santidad misma. Parece casi leer la «Gaudium et Spes». La koinonia crística se alimenta con las que la ascética del tiempo llama «devociones». Éstas, sin embargo, en Scalabrini nacen del fuego mismo que «arde en Cristo». Escribía: «El sacerdote ante el Tabernáculo pida insistentemente que el hielo de su corazón se deshaga con aquel fuego celeste que arde en Cristo; que su alma se llene de fervor divino y pueda así ser testimonio fiel ante el pueblo». El espíritu que habita en el corazón, transformando alma y cuerpo, se convierte en imagen, recuerdo, palabra, testimonio de Dios. La persona espiritual no vive en función de sí misma. La ven y lo dicen los demás. Es una concepción muy hermosa y muy actual. De aquí nace su amor a la Eucaristía, la oración, la meditación, la devoción a nuestra Señora, al rosario, etc.

Entre los aspectos de su acción pastoral, indicaría sin duda su acercamiento global, integral y orgánico, a toda la persona, a todas las personas, especialmente los últimos, los marginados, en colaboración con todos. Es obispo de una diócesis pero piensa en los sordomudos, en las mujeres que trabajan mondando el arroz, de modo especial en los emigrantes del mundo. Capta todo el carácter dramático y el sufrimiento del fenómeno migratorio, pero también su lado providencial. Forma parte del proyecto del Padre unir a «todos los pueblos en un solo pueblo, todas las familias en una sola familia». Una visión por tanto abierta, amplia, que abraza a todas las iglesias y a todas las sociedades, a todas las fuerzas políticas, sociales y religiosas, a todas las personas, de cualquier credo, que se preocupan por el futuro de la persona humana. Scalabrini es hombre de reconciliación, de diálogo, de comunión.

–El Congreso que han organizado está dedicado a la eclesiología y la espiritualidad de Scalabrini, en el contexto histórico-teológico de finales del siglo XIX. ¿Qué puede decirnos sobre ello?

–Padre Parolin: Nosotros, los escalabrinianos, celebramos este año el centenario de la muerte de Scalabrini, en Piacenza en 1905. Entre las diversas celebraciones, se sitúa este congreso que ha buscado profundizar en su persona y su obra, en sus dimensiones espirituales, eclesiales y misioneras. En 1987, se celebró en Piacenza el I Congreso de Historia «Scalabrini entre el viejo y el nuevo mundo». Las conclusiones y los estudios sucesivos, apoyados por la publicación de las obras y las cartas de Scalabrini, señalaron la necesidad de profundizar estas dimensiones, como núcleo de su personalidad y su obra.

Los estudios historiográficos más recientes sobre todo afectan explícitamente a la concepción eclesiológica o de la misión, pasando a una visión de Scalabrini que afronta el problema de la «reconquista de la fe» de las poblaciones emigradas. Varios autores, protagonistas de este cambio, han estado en el Congreso.

Esta relectura de Scalabrini se detiene de modo especial en su eclesiología, según la cual el porvenir de la Iglesia se juega más que en el frente de la evangelización entre los infieles, en la presencia de la Iglesia dentro del fenómeno de la movilidad humana (migraciones tanto internas como externas), donde puede medir su capacidad de anunciar el Evangelio a los pobres (su «caridad»), su confianza en los pobres para la construcción de la Iglesia en su universalidad (comunión de diversidades), y su capacidad de unidad a través de la corresponsabilidad pastoral del Episcopado de las Iglesias locales. Es el Scalabrini apóstol de los migrantes, conciliador transigente, abierto a los problemas sociales y políticos, pero sobre todo el Scalabrini obispo y misionero.

–¿En qué sentido los migrantes y los escalabrinianos han contribuido a formar una «Iglesia de Cristo, peregrina por el mundo»?

–Padre Parolin: Los migrantes y los escalabrinianos han seguido las intuiciones y el carisma del fundador que, ya entonces, hablaba de las migraciones como de un fenómeno no pasajero sino permanente, estructural. Es lo que estamos viendo hoy. Por este motivo en cada sociedad, en cada comunidad eclesial surge, en el mismo territorio, un desafío a vivir de modo más verdadero y real la unidad y la catolicidad de la Iglesia, la comunión de las diversidades.

La pastoral migratoria específica, como específica es la cultura de cada grupo emigrado, se hace la pastoral más actual porque mira a evangelizar todas las culturas, también la de los residentes para que no sean espacio de conflicto sino de apertura y comunión. Volver a proponer el carisma escalabriniano en toda su candente actualidad significa ayudar a la Iglesia a caminar como peregrina en el tiempo, en el espíritu de Pentecostés.

–¿Cuáles son en su opinión las virtudes del beato Scalabrini que señalaría como punto de referencia para los jóvenes de hoy?

–Padre Parolin: Scalabrini ha abierto los ojos, la mente y el corazón a los horizontes del mundo hasta ver «en los hijos de la miseria y del trabajo» a los protagonistas de una nueva humanidad. Al estudio, a la documentación, unió una gran pasión por la Iglesia y por el mundo, por la unidad de la familia humana. En su proyecto pastoral, implicó a todas las personas de buena voluntad, prescindiendo de su credo político, social y religioso. Yo presentaría como referencia a los jóvenes de hoy esta apertura, esta pasión por las cosas grandes, esta solidaridad hacia las personas más marginadas.

Fuente/Autor: Zenit

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