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HISTORIA DE ESTOS DÍAS

27 de enero de 2020

En la sección de CARTAS editamos una Carta de un joven. Nos gustaría que dejaran su opinión. Gracias.

CABORCA

Fui a Caborca a buscar a Elizabeth Núñez. Su hermano Heriberto había fallecido en el desierto de Arizona al intentar cruzar sin papeles hacia los Estados Unidos.

Las autoridades del Consulado de México en Tucson habían notificado recientemente a Elizabeth y a su padre acerca de la muerte de Heriberto. A pesar de que les parecía extraño que no se hubiera comunicado con ellos durante 17 meses, lo hacían ya en Los Ángeles o en Tucson, lugares a los que se dirigía para trabajar como albañil desde que salió de Caborca en abril del año 2000.

La “Border Patrol” o Patrulla Fronteriza había encontrado los restos óseos de Heriberto Núñez a principios de noviembre de 2001. Junto con los restos había una credencial de elector y una tarjeta de un videoclub de Caborca, un pequeño pueblo ubicado en el estado norteño de Sonora, a unas cinco horas de Tucson, Arizona.

“John Doe 97”

Como es costumbre en estos casos, la Patrulla Fronteriza notificó de inmediato al Consulado de México sobre el hallazgo de los restos de quien, por cuestiones de trámites forenses, sería identificado mediante un número y un nombre: el mismo nombre que las autoridades migratorias de los Estados Unidos dan a todos aquellos que encuentran muertos en el desierto o en las montañas del Condado de Pima, nada más que con un número distinto.

En este caso se trataba de un “John Doe 97”, un hombre que posiblemente podría ser mexicano. De acuerdo a los datos de la credencial de elector, se trataba de Heriberto Núñez Robles, nacido el 1 de enero de 1976 en la Ciudad de Tuxpan, Nayarit.

El Consulado de México solicitó a la Cancillería que acudiera a la dirección que indicaba la credencial de elector. Ahí, en Nayarit, encontraron al padre de Heriberto, Víctor Núñez, quien dijo que la última vez que habían visto a su hijo había sido en la casa de su hermana en Caborca, Sonora, hacía poco más de un año.

Las autoridades del Consulado cotejaron la membresía de Heriberto Núñez al videoclub en Caborca y contactaron de inmediato a Elizabeth, la hermana del finado.

Describieron a Elizabeth las ropas que vestía Heriberto: tenis blancos, una camiseta color azul marino, letras Adidas bordadas, calcetas color blanco, chamarra de mezclilla y un escapulario. Elizabeth reconoció la descripción; los médicos forenses concluyeron también con las labores de identificación de los restos; los funcionarios del Consulado solicitaron entonces la autorización de Elizabeth para pedir a la funeraria la incineración de los restos y se organizaron los trámites de repatriación para la segunda semana de diciembre.

Nervios

“Era un muchacho muy alegre, muy trabajador, tenía muchos amigos, le gustaba bailar y también le gustaba el boxeo”.
El encuentro sería en la frontera entre Nogales, Arizona y Nogales, Sonora. El padre y los hermanos de Heriberto esperaban ya a Elizabeth en Nayarit para los funerales.

“Elizabeth está muy nerviosa -me dicen sus vecinos en Caborca- se ha ido a rezar al cerro de la virgen, a pedir que Heriberto regrese a casa con bien”. Pero Heriberto murió, había muerto ya hacía ya más de diez meses, pero nadie lo sabía.

Lo habían buscado. Lo buscaron en las cárceles; enviaron fotos para los Estados Unidos; tenían esperanzas de que “la Migra” (Migraciones en EE.UU.) lo hubiera capturadp y de que en cualquier momento regresaría de nuevo a Caborca.

Cuando llegué a Caborca, acompañada de dos sacerdotes, el padre Panchito y el Padre René, fui a buscar a Elizabeth al cerro de la virgen. No estaba.

Fui a buscarla a su casa, a la misma casa en la que vivió Heriberto durante su infancia, y ahí hablamos, ahí lloró.

Lloró y me dijo que ése que encontraron en el desierto no era su hermano. Me dijo que ella seguiría esperando a Heriberto porque estaba segura de que iba a regresar. “Yo voy a regresar mi negra”, le había dicho Heriberto a Elizabeth antes de salir hacia Estados Unidos.

“Nunca lo encontramos”

“No sé exactamente qué día se fue. Se fue como en abril 30”. Así inicia Elizabeth su relato. “Iba para Tucson a trabajar. Iban otros con él también a trabajar. Sus amigos me contaron que Heriberto llevaba un brazo descompuesto, le dolía mucho y dicen que ya cuando iban a llegar -les faltaba una hora para llegar- él dijo que se sentía muy mal, que ya no podía seguir y que se iba a regresar. Sus amigos le dijeron: Bueno, pues ni modo, y lo dejaron ahí”.

“Cuando ellos ya venían para ver si se había regresado, cuando lo volvieron a ver, ya no estaba y ya no lo encontraron, yo tenía esperanzas de que a lo mejor lo había agarrado la Migra o estaba en la cárcel y que algún día iba a regresar. Lo busqué mucho pero nunca lo encontramos, yo dije: algún día va a regresar, como otras veces ya se había ido y duró un año también sin avisar y al año regresó. Ahora ya se me hacía mucho, un año y siete meses que no sabía nada de él hasta ahora que me avisaron, hace como un mes que lo habían encontrado, pero pues ya sin vida”.

Elizabeth me habla de Heriberto, me cuenta que él creció con ella porque su mamá murió cuando él era muy pequeño. Me enseña un álbum de fotos. Una foto de Heriberto con su novia durante una fiesta de Navidad en la Pepsi.

“Él trabajaba en la Pepsi como repartidor de sodas. Era un muchacho muy alegre, muy trabajador, tenía muchos amigos, le gustaba bailar y también le gustaba el boxeo”, recuerda Elizabeth y rompe en llanto.

Le digo que dos sacerdotes me han acompañado a Caborca; le pregunto si le gustaría hablar con ellos. Me dice que sí. Y el padre René, familiarizado ya con lo que él llama el “vía crucis del migrante”, da a Elizabeth palabras de consuelo un par de días antes de que ella viaje a Nogales para recibir los restos de su hermano y los lleve en autobús a Nayarit, donde la esperan su padre y sus hermanos.

Fuente/Autor: Por Elva Narcía

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