Relfexiones de Scalabrini.
«Discípulos de un Dios pobre, humilde, crucificado»
Sí, también en nuestro exterior debemos hacer notar que somos discípulos de un Dios pobre, humilde y crucificado. Sin esto, ¿de qué serviría declararnos y jactarnos de ser cristianos? Siempre será verdad, que cualquier cosa que nosotros hagamos tendrá como motivo o el espíritu del hombre viejo o el espíritu del hombre nuevo. Si conformamos nuestro exterior con los sentimientos del primero, somos culpables; en cambio con el espíritu del segundo, todo es santo en nosotros, todo en nosotros es participación de la vida de Jesucristo, ya que Jesucristo solamente vive en nosotros mediante su espíritu (…).
No basta por lo tanto obrar bien, ser honestos, vivir, como suele decirse, como caballeros, combatir y sufrir de cualquier manera, para que nuestra vida pueda decirse cristiana; no es suficiente. Es necesario hacer absolutamente todo esto con la mirada puesta en Dios, con la intención en Jesús, con el sometimiento, con el amor y con el espíritu de Jesucristo. Debe ser Jesucristo el principio y el fin de nuestras obras, el alma de nuestra alma, la vida de nuestra vida. (Carta Pastoral – Cuaresma 1883)
«Convertirnos en otras tantas copias suyas».
Un pintor, que quiera retratar fielmente sobre la tela alguna persona amada, ¿qué hace? tiene siempre los ojos puestos sobre esa persona, para no hacer trazos con el pincel que no sirvan para representar algún rasgo del original. Así debemos, en cierto modo, hacer nosotros. Es necesario que todos nuestros pensamientos, que todas nuestras palabras, que todas nuestras acciones, que todos nuestros deseos, que todas nuestras disposiciones, que todos nuestros padecimientos, sean como otros tantos trazos de pincel, que formen y expresen en nosotros algún rasgo de la vida de Jesucristo, hasta convertirnos en otras tantas copias suyas.
Ello ocurrirá, Venerables y Queridos Hermanos, ¿saben cuándo? Cuando juzguemos todas las cosas como Jesucristo las ha juzgado. Cuando amemos lo que Él ha amado y de la misma manera que Él ha amado. Cuando tengamos en nuestro corazón los mismos sentimientos y las mismas disposiciones que Él ha tenido en su corazón.
No todos, es cierto, estamos obligados a vivir en una pobreza exterior tan grande como fue la pobreza en la que Él vivió, como tampoco no todos estamos obligados a sufrir los tormentos inefables que Él debió sufrir; sin embargo todos indistintamente, grandes y pequeños, ricos y pobres, sacerdotes y laicos estamos obligados a tener sus mismas disposiciones interiores de pobreza, de humildad, de caridad, de sacrificio y de todas las demás virtudes cristianas, de modo que estemos dispuestos a sacrificar todo, a sufrir todo, también la muerte, antes que faltar a su santa ley: hoc enim sentite in vobis quod et in Christo Jesu [tengan los mismos sentimientos de Jesucristo] (Flp. 2, 5).
Sin embargo, no nos hagamos ilusiones mis amados. Nosotros no tendremos jamás esta conformidad interior con Jesucristo, si no tenemos también con Jesucristo alguna conformidad exterior. La vida de Jesucristo, dice el Apóstol, debe manifestarse en nuestra carne mortal (1 Co. 4, 11). (Carta Pastoral – Cuaresma 1883)
Fuente/Autor: Una Voz Viva