“Sean acordadas a los misioneros las facultades parroquiales”
Les sucede con frecuencia a nuestros Misioneros el encontrar en su camino a muchos italianos. La llegada del hombre de Dios vuela de boca en boca como una buena nueva y esos míseros, llorando por la alegría, corren a su encuentro, ya que en el sacerdote italiano, no sólo ven revivir las imágenes de la religión y de la patria, sino que saben que pueden depositar en su seno paternal lo que inquieta a sus conciencias, sin diezmar el escaso pan a sus hijos. Son concubinos forzosos, son hijos todavía no regenerados por las aguas bautismales, son los mil casos de conciencia de una vida casi desligada de todo vínculo civil…
Pero, lamentablemente, el pobre Misionero no tiene facultades para esa parroquia; o el párroco no pudo ser interpelado, o no le quiso conceder las facultades (…).
Tendría miedo de inferir un insulto a la perspicacia y al celo de Su Eminencia si yo gastara palabras para poner de relieve semejante desorden. Sin embargo es necesario que se ponga remedio y pronto, ya que semejantes vergüenzas no sólo hacen odiosa a la religión y proporcionan un pretexto a los espíritus desprejuiciados o malévolos para combatirla y burlarse de ella, sino que también echan la duda y la incredulidad en esas pobres almas simples de los colonos que se acostumbran a actuar sin sacerdote (ya que no pueden pagar generosamente lo que debería ser gratuito) y que, juzgando las instituciones por los efectos prácticos, deben deducir consecuencias muy tristes para su fe por la evidente impotencia del bien y del espíritu de desinterés y de sacrificio, contra el mal, el egoísmo y la simonía.
Termino rogándole nuevamente a Su Eminencia que trate de obtener lo que ya fue decidido al respecto por esta Sagrada Congregación, es decir que los Obispos de Brasil separen las colonias italianas de las parroquias brasileñas, dejándolas enteramente bajo la atención de los Misioneros para los italianos emigrados. Comprendo que se trata de una cosa muy difícil, pero es necesario tratar de lograrlo.
Mientras tanto yo propondría, mejor aún propongo y pido sin más, como medida absolutamente indispensable, que sean acordados a dichos Misioneros todas las facultades parroquiales en favor de los colonos italianos, siempre con la obligación para los Misioneros de transmitir a los párrocos de esos lugares copia exacta de los bautismos realizados y de los matrimonios celebrados.
En caso que de ese Episcopado no se pudiese obtener para nuestros Misioneros ni plena libertad de acción, ni el ejercicio absoluto de las facultades parroquiales, yo creo sería mejor retirarlos de Brasil y darles nuevo destino, ya que considero un grave daño y una grave responsabilidad de conciencia malgastar fuerzas tan preciosas en un trabajo santo, pero vuelto estéril por la mala voluntad de los hombres.
“La idea de la nacionalidad”
La idea de la nacionalidad no es una idea convencional, sino real. Varios elementos concurren para concretarla: tradiciones históricas, comunión de razas, afecto por el lugar natal, tradiciones locales o de familia, glorias y dolores comunes, etc.
La idea de la nacionalidad está conforme a las necesidades del hombre y no sin una poderosa razón Dios dividió a los hombres en diferentes naciones y a los pueblos y a las naciones les asignó límites.
Para el progreso moral y material de la humanidad era necesaria esta división. La diferencia del genio de las varias estirpes, la admirable variedad de tendencias, de aspiraciones, de afectos que distinguen un pueblo de otro contribuyen a crear ese gran movimiento intelectual que hace progresar a la humanidad y satisface a las nuevas necesidades de los tiempos y de los lugares.
La división de los hombres en varias estirpes, en varias naciones, genera la emulación, primera fuente de la actividad moral, intelectual y material del género humano.
Sin lugar a dudas las luchas y los celos entre las naciones producen errores y frecuentemente también injusticias; pero esas luchas mezquinas, esas condenables codicias no excluyen que la gran emulación entre pueblo y pueblo, la carrera afanosa hacia lo mejor, donde cada uno trata de preceder adelantarse al vecino y al adversario, no sean favorecedoras de verdadero y real progreso y por lo tanto de bien. [37]
Fuente/Autor: Una Voz Viva