A los que me diste los he custodiado
Recen también para mí en este día, vigésimo aniversario de mi consagración como Obispo de sus almas, siento más que nunca la carga de la responsabilidad que tengo por ustedes ante Dios. Recen, oh mis buenos y queridísimos hijos, para que El me conceda la gracia de amarlos siempre como los amo, y que, llegado al final de mi vida, al entregarlos a El, yo pueda decirle con serena confianza: ¡Padre, aquellos que me diste los he custodiado, y ninguno de ellos se ha perdido!
Fe, vigilancia, oración – Piacenza 1899
Ganar a todos para Cristo, he aquí la constante, la suprema aspiración de mi alma
Han transcurrido ya seis lustros, desde que esta elegida porción del rebaño de Cristo ha sido confiada a mis cuidados y por ella deberé un día, que no puede estar muy lejano, rendirle estrictas cuentas a El. ¿Podré yo decirle con frente serena: Señor, los que me diste los he custodiado y ninguno de ellos se ha perdido por mi culpa?
Pensamiento terrible que está continuamente en mi mente, y que me obliga, me incita a reparar con una visita general, diligentísima, las faltas y los defectos de mi no breve gobierno episcopal.
Les anuncio, por lo tanto, hermanos e hijos míos, que he decidido emprender personalmente la sexta Visita Pastoral en todas y cada una de las parroquias de la Diócesis.
Si me fijarse en mi edad, debería ciertamente turbarme; pero es tan vivo en mí el deseo de volverlos a ver una vez más y de dirigirles todavía una vez más mi palabra de pastor y de padre, que toda dificultad me parece insignificante y todo esfuerzo me parece liviano.
Por otra parte no confío en mí, consciente de mis limitaciones, sino en la ayuda del Supremo Pastor, Jesucristo; de El que iba a las ciudades y a los poblados, evangelizando y sanando toda enfermedad entre el pueblo, y que, luego de haber mojado con sus sudores la tierra, dio por sus amadas ovejas la sangre y la vida.
En el nombre de Dios, por lo tanto, vendré a ustedes, queridísimos; y vendré para anunciarles Su voluntad, para recordarles las verdades eternas, para prevenirlos del veneno del error, para corregir abusos, si los hubiese, para reconducir al redil a la ovejita perdida, para invocar sobre la cabeza de sus hijos las bendiciones del cielo, para rezar con ustedes por el eterno descanso de sus queridos difuntos, para llevar a todos los consuelos del espíritu y animarlos al bien.
Seré feliz, si al terminar la visita pudiere, en verdad, repetir con el Apóstol: “Me hice todo a todos para ganar a todos a Cristo”.
Ganar a todos a Cristo, he aquí la constante, la suprema aspiración de mi alma.
Carta Pastoral del 5 – 05 – 1905 – Piacenza 1905.
Fuente/Autor: Una Voz viva