“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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Meditando La Palabra

B – Domingo 1o. de Cuaresma

27 de enero de 2020

Primera: Gén 9,8-15
Salmo 25
Segunda: 1Pe 3,18-22
Evangelio: Mc 1, 12-15

Nexo entre las lecturas

La salvación es el punto de convergencia de las lecturas de este primer domingo de cuaresma. Jesucristo es el nuevo Adán, que en el desierto de la tentación y de la oración, salva al hombre de sus tentaciones y de su pecado, y le llama a entrar mediante la conversión y la fe en el Reino de Dios (Evangelio). La salvación de Cristo está como prefigurada en la salvación que Dios realizó con Noé y su familia (la humanidad entera) después del diluvio mediante el arco iris, signo de su alianza salvífica (primera lectura). El arca de Noé, arca de salvación, prefigura en la segunda lectura el bautismo, por el cual el cristiano participa de la salvación que Jesucristo ha traído a los hombres mediante su muerte.

Mensaje doctrinal

1. El hombre necesita salvación. Es una enseñanza constante de la Biblia. Es igualmente una experiencia ínsita en la vida y en la conciencia de cualquier ser humano. El hombre que entra en su interior con sinceridad, descubre en sí unas fuerzas, unos impulsos que lo dominan, unas cadenas que le sujetan y no le dejan respirar libremente ni volar a las alturas que ardientemente anhela. El hombre, aherrojado en sí mismo y en la cárcel de un mundo hostil, busca una mano amiga, busca un redentor, un salvador, que rompa sus cadenas, que le permita volar por los espacios del amor, de la verdad, de la vida. La Biblia nos enseña que hay un solo y único Salvador, que es Dios, que nos ofrece su salvación en Jesucristo. Ante el mundo caótico y pecador de los orígenes, Noé es salvado por Dios y con él, como un nuevo Adán, recomienza Dios una creación nueva, cuyo centro será el respeto a la vida. Este nuevo Adán y esta nueva creación son figura e imagen del novísimo Adán, que es Jesucristo, y de la novísima creación, cuyo centro es la vida nueva, vida de gracia, implantada por la muerte y resurrección de Cristo, y de la que el hombre participa mediante el bautismo. En efecto, “el misterio de Cristo es la luz decisiva sobre el misterio de la creación; revela el fin en vista del cual, ‘al principio Dios creó el cielo y la tierra’: desde el principio Dios preveía la gloria de la nueva creación en Cristo” (CEC, 280).

2. Características de la salvación. A) Salvación universal. El Dios creador de todas las cosas y de todos los hombres, desea también la salvación de todos. Hay, pues, un llamado universal a la salvación. El diluvio (primera lectura), que es como una negra nube sobre el cielo de la salvación, cesa por obra de Dios, que hace resplandecer el arco iris como signo de la alianza salvífica de Dios con la humanidad entera y con el mismo cosmos. Jesucristo nos llama a la salvación invitándonos a entrar en el Reino de Dios por la puerta del bautismo (bautismo de agua y Espíritu, bautismo de sangre, bautismo de deseo); una puerta abierta a todos, sin excepción, ya que por todos Cristo ha muerto y ha vuelto a la vida. El descenso a los infiernos, de que nos habla la segunda lectura, es una manera simbólica de expresar la universalidad de la salvación aportada por Cristo, que se extiende no sólo al presente y al futuro, sino al mismo pasado de la humanidad desde sus mismos orígenes. B) Salvación cierta. No podemos dudar de la fidelidad de Dios, en que se apoya nuestra certeza de salvación. Con la certeza con que aparece el arco iris al salir el sol después de la tormenta, con la certeza con que Cristo ha muerto y resucitado, con esa misma certeza se nos ofrece la salvación de Dios. Nada ni nadie podrá arrancárnosla, como ninguna ley natural podrá borrar el arco iris del cielo ni ninguna ideología hará desaparecer la presencia histórica del Crucificado.

3. La respuesta del hombre. San Marcos resume en dos palabras la respuesta que Jesús espera del hombre ante la presencia del Reino y la oferta de salvación: conversión y fe. “Convertíos y creed al Evangelio” (Mc 1,15). La conversión no es un momento puntual de la vida humana y cristiana; tampoco es la reacción a una ideología que con su fuerza utópica me atrae y me encandila hasta “convertirme”. La conversión cristiana es conversión a la persona de Jesucristo, es decir, dejar otros caminos, por muy atractivos que aparentemente puedan resultar, y tomar el camino de Cristo. Igualmente, la fe con la que somos invitados a responder, no es sólo una fe humana, ni una fe puramente ‘religiosa’, sino fe en Jesucristo, es decir, en su vida y en su doctrina como camino de salvación para el hombre. Una fe que no está unida al misterio de Cristo o que no conduce a Él, es una fe insuficiente, que necesita ser completada e iluminada por la verdadera fe en Cristo Jesús.

Sugerencias pastorales

1. Convertirse no es pecado. El hombre satisfecho de sí mismo, que se siente quizá humanamente realizado, corre el riesgo de pensar que la conversión es casi como una mancha en su vida de hombre honrado, algo indigno de su honor y del concepto que tiene de sí. Sobre todo, cuando la verdadera conversión no sólo es interior, sino que requiere hacerse visible en la vida de familia, en el trabajo profesional, en las relaciones con la sociedad. ¿No será pecado reconocerse pecador? ¿No será pecado dejar un camino que a los propios ojos y a los de los demás parecía recto, impecable, digno de alabanza? Tal vez haya hoy que decir a los hombres, a los mismos cristianos que convertirse no es pecado. En definitiva, es un ejercicio de sinceridad a toda prueba, incluso a prueba de dolor y a costa del prestigio humano. No es pecado reconocerse pecador y querer cambiar, caminar por un sendero diverso al andado, volver quizá a comenzar la vida después de muchos años de existencia. Arrancar el miedo a la conversión, como si se tratase de algo horrendo y pecaminoso, es uno de los objetivos de la cuaresma.

2. Vivir la experiencia bautismal. La mayoría de nosotros hemos sido bautizados cuando teníamos algunos días o meses de vida. En aquel momento nuestros familiares hicieron una gran fiesta, sin que nosotros nos enterásemos de nada. Después, quizás es tradición familiar celebrar el aniversario de ese acontecimiento, o tal vez ese acontecimiento se conserva en el cajón del olvido, del que lo sacamos en alguna ocasión particular nada más. La Iglesia, sin embargo, nos enseña que el bautismo tiene que ser una experiencia vivida todos los días y fundamento de una auténtica espiritualidad cristiana. Vivir diariamente la experiencia del bautismo es vivir la experiencia de la salvación que Cristo nos ofrece día tras día, es vivir nuestra pertenencia a la Iglesia y consiguientemente nuestra adhesión y amor a Ella, es vivir la experiencia de gracia y de amistad gozosa con Dios, es vivir la conciencia de la presencia y acción del Espíritu Santo en nuestro interior, es vivir un proceso de progreso espiritual y de transformación que cada día se repite y que no termina sino con la muerte. En definitiva, vivir la experiencia bautismal es vivir en santidad, cualquiera que sea nuestro estado de vida, nuestra edad y condición, nuestra profesión o tarea en este mundo.

Fuente/Autor: P. Octavio Ortíz | Fuente: Catholic.net

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