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Pagan migrantes entre mil 500 y 2 mil dólares a los coyotes
Nogales, México (22 mayo 2006)
El Grupo Beta de Nogales, Sonora, intenta de todo para desalentar a los indocumentados de cruzar la frontera por el desierto, donde ahora la ruta es más larga.
Los integrantes de este grupo gubernamental de apoyo y protección a los migrantes, les muestran fotografías de cadáveres encontrados por la Patrulla Fronteriza: cuerpos hinchados o semidevorados por algún animal o con heridas provocadas por asaltantes.
Les exhiben el mensaje que en el 2003 dejó Arturo Gómez, quien murió junto con otros 13 migrantes al ser abandonado en el desierto.
“El coyote es de Teopisca, se llama Pascual, localidad Jerusalem, municipio de Teopisca, Chiapas, me llamo Arturo Gómez, nos engañó que sabía mucho y al final era negativo, eramos 14 personas, todos no aguantamos, adiós”, se lee en la servilleta de papel.
Las advertencias, sin embargo, no sirven de mucho.
“La mayoría está decidida a pasar como sea. Dicen ‘a mí no me va a pasar eso, yo no soy tonto y no me voy a perder, el pollero es de confianza’, siempre hay un argumento para seguir adelante”, dice Enrique Palafox, encargado del Grupo Beta.
En el 2006, informa, alrededor de 30 personas han fallecido en la zona; sólo durante marzo, el Grupo Beta rescató a 652 personas del desierto, 22 de ellas heridas.
“Los engañan diciéndoles que sólo caminarán unas horas, cuando en realidad ahora toma al menos dos días caminar por el desierto para evadir a la Patrulla Fronteriza. Muchos no aguantan el recorrido, menos si no están acostumbrados a caminar”, comenta.
Ir y venir
Con 32 grados centígrados a la sombra, Christian Aguilar -de 21 años, casado y con dos hijos-, traga saliva y lamenta su mala suerte. Luego de 10 días de viaje desde Comitán, Chiapas, cruzó la frontera con una decena de migrantes, sólo para ser golpeado, asaltado, y abandonado a su suerte.
Fue rescatado por la Patrulla Fronteriza después de vagar dos días por el desierto con la mente fija en el recuerdo de la esposa y sus dos hijos que lo vieron partir.
“Uno lo único que quiere es salir adelante. En mi pueblo no hay trabajo y no quiero regresar así, sin nada”, dice acongojado, mientras descansa en las instalaciones del Grupo Beta.
En cambio, Juan Pablo Sánchez, procedente de Cuajimalpa, en el Distrito Federal, sólo espera que su familia le envíe dinero para regresar a su casa.
No quiere intentarlo más. Fue víctima de la primera regla no escrita de los polleros: si alguien se queda atrás, será abandonado a su suerte para no poner en riesgo a los demás miembros del grupo.
Los dos migrantes intentaron la ruta empleada por la mayoría para cruzar la frontera.
Llegan a Nogales, en donde contactan a un pollero, quien los instala en un hotel para luego trasladarlos a Altar y después a Sásabe, donde son entregados a un guía que los llevará a través del desierto, en un recorrido de más de 100 kilómetros de matorrales. La tarifa va de los mil 500 a los 2 mil dólares y en algunos casos los polleros “revenden” a los migrantes para evitarse el viaje.
“Pasan hasta por cinco manos diferentes y a veces les dicen que los cambian de lugar para acercarlos a la frontera, pero en realidad, los traen en vueltas aquí mismo en Nogales”, comenta Palafox.
“Otras veces los golpean, el guía se esconde en el desierto con los maleantes y abandonan a los migrantes esperando que la Patrulla Fronteriza o nosotros los encontremos”.
Por la región de Sásabe cruzan diariamente entre mil 500 y 2 mil 500 migrantes todos los días, estima el funcionario; de ellos sólo el 20 por ciento logra vencer al desierto.
Fuente/Autor: José Alonso Torres/Mural