“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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Adviento Tiempo de preparacion

27 de enero de 2020

ADVIENTO, TIEMPO DE PREPARACIÓN A LA MIGRACIÓN DE JESÚS.
LA HOSPITALIDAD-ACOGIDA COMO RESPUESTA DE AMOR
ADVIENTO, es un tiempo litúrgico en nuestra Iglesia, en el cual el misterio de Dios se hace visible, Dios mismo pone su morada entre nosotros, se hace “en todo semejante a nosotros menos en el pecado”, tiempo en el cual: al invierno de nuestra vida llega la primavera de la misericordia de Dios. La caridad encuentra su fundamento, la fe su manantial y la esperanza su cumplimiento. La hospitalidad-acogida, es la respuesta de la humanidad a esta acción benéfica de Dios.
PREPARACIÓN, significa poner atención, afinar los sentidos: la mirada, el oído, el olfato, la degustación y el tacto. Significa disposición, concentración, focalización.
MIGRACIÓN, en su sentido amplio significa movimiento, traslado, acción de cambiar de lugar o posición. La hospitalidad-acogida, es consecuencia de esta actitud.
VER
Es relevante el hecho que en los últimos años, debido sobre todo al cambiamiento de factores socio-económico culturales, la emigración de personas se haya recrudecido y sea ahora estudiada de manera siempre más sistemática por las diversas disciplinas. El tema de la hospitalidad-acogida toca el tema de las relaciones interpersonales: la necesidad de amar y sentirnos amados, que es en suma una característica esencial de la vida asociada, que responde a la exigencia de superar la indiferencia, el miedo y la soledad a favor del bien personal y comunitario.
Tratar este tema desde la perspectiva del Adviento, significa ir a la raíz de la hospitalidad, a las motivaciones que conducen a las personas a ser acogedoras o a rehusarse a serlo, a los sentimientos que se prueban al momento en el cual se goza de un ofrecimiento acogedor o se experimenta el rechazo y el sufrimiento provocados por la cerrazón o peor aun el rechazo por el desprecio. Lo hacemos desde la perspectiva cristiana, concentrándonos en el imperativo evangélico “amar a Dios y a tu prójimo como a ti mismo”.

JUZGAR

Los evangelios sinópticos ilustran la acogida como una característica del modo de ser de Jesús, que se concretiza en un típico modo de actuar (Mt 14, 13-21; Mc 6, 31-44; Lc 9, 10-17), enfocado en modo singular por la sintética anotación de Lucas “se acercaban a él todos los publícanos y los pecadores para escucharlo”. Los fariseos y escribas murmuraban: “este acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15, 1-2). El cuarto evangelio desarrolla el tema como una meditación sobre la revelación ofrecida y recibida, que transforma el creyente y lo mete en la vida divina (Jn 14, 23).
En Pablo, la acogida se traduce la apertura de ánimo y en disponibilidad operativa, donde apertura indica el comportamiento inicial de positiva orientación hacia una realidad externa del sujeto, mientras la disponibilidad operativa designa el consolidarse en el tiempo de aquella disposición, conducida en profundad y vivida en la dedicación practica de la realidad que interpela . La presencia simultánea de dos dimensiones, apertura e disponibilidad, dirige las personas a través de nuevos ámbitos de relación, donde la acogida se enlaza con la hospitalidad. Dice Bentoglio (1995) “en el epistolario paulino (…) surge una constante referencia a las relaciones interpersonales, vividas en profundad e iluminadas desde la fe compartida, orientadas a la esperanza escatológica y sostenidas por un espíritu agápico, en la línea de los enseñamientos evangélicos de la apertura de confianza a Dios y al prójimo. (…) No se define un concepto puramente teórico, tampoco un comportamiento practico. Al origen se impone una decisión de la voluntad, que da lugar a un acercamiento preciso y conciente, que envuelve al sujeto en su interioridad, en presencia de un objeto que pide una relación positivamente deliberada ”.

ACTUAR

Notamos ante todo que desde un punto de vista bíblico teológico, acogida y hospitalidad no son sinónimos. La acogida es un elemento fundamental de la autenticidad de la vida cristiana, se define con las características de ágape, mientras que hospitalidad se configura solo como una manifestación concreta del ser acogedor, como una prueba de la primera, por lo tanto “mientras se puede decir que la persona que acoge es también hospital no podemos afirmar el contrario”, porque la acogida comporta la apertura de la persona traducida en disponibilidad operativa mientras la hospitalidad no la conlleva necesariamente. En nuestra vida cotidiana lo experimentamos constantemente: esta socialmente aceptado el ofrecimiento de la hospitalidad de “hoteles, albergues, moteles, etc., que no exigen en si mismos algún grado de participación personal, sino solo la prestación de determinados servicios dirigidos a satisfacer una necesidad, entran en la lógica del “dar y recibir”. La acogida, al contrario, es tal solamente si se coloca en la interioridad de la persona, si se construye sobre una apertura a una dimensión universal, si en la praxis realiza la realidad del servicio generoso y gratuito, lejos del compromiso y de la retribución.

Acoger, por tanto, no es en primer lugar abrir la puerta de la propia casa, sino un espíritu, una actitud interior. Es un tomar al otro al interno de si mismo, aceptando el riesgo del disturbio y del quitarnos la seguridad que pretendemos poseer, es preocuparse de él, es estar atentos, ayudar a la persona a encontrar un lugar en la sociedad. Es ponernos ante la encrucijada de la caridad y el servicio, es entrar en la dinámica del Reino que nos recuerda que nuestra patria definitiva esta en Cristo, que solo “somos peregrinos en este mundo en búsqueda de una vida mejor” (Beato Scalabrini).

Acoger es poner en juego mi propia vida, porque el “otro” me hace descubrir mi propia pobreza y debilidad, mi incapacidad de entenderme con algunos, mis deseos de superioridad.

Acoger, lo deducimos por tanto, no es natural al hombre. Es necesario abrirse al divino, al universal, es una actitud que se aprende y que conlleva una formación continua en busca de valores, sobre el sentido de la historia, de los “signos de los tiempos”. Todo esto en el equilibrio entre el ser y el hacer.

Acoger es también una experiencia hecha con y por los otros, puesto que la acogida no es solo la necesidad de responder a la necesidad de alguien, es sobre todo la necesidad de construir una sociedad acogedora que produzca nuevos modelos de convivencia, un nuevo modo de ser familia, un ambiente en el cual se educa al amor social como presupuesto de la virtud de la justicia. En este dinamismo se sitúa la exhortación a la acogida , presente en el magisterio de la Iglesia sobre la movilidad humana.

Desde el momento en que la acogida reclama un imperativo evangélico, por lo cual teológico, necesitamos desvincularla del ámbito restringido de las categorías psico-sociológicas. Puntualizamos que no se trata de un ideal para realizar, sino de una realidad divina a la cual se está invitado a participar.

En cuanto categoría teológica la acogida funda la autentica hospitalidad cristiana, porque añade la conciencia que cuando “la hospitalidad brota de la acogida, no es más solamente, la presentación de un servicio socio-humanitario si no se convierte en una autentica expresión del ágape evangélico” .

El reto esta abierto, es fundamental que el migrante, aquel que llega lo ayudemos a convertirse en co-protagonista de su misma acogida, de lo contrario nuestra acción benéfica se convertirá en un verdadero obstáculo en su integración.

El adviento es pues un tiempo propicio para evaluar nuestra disposición de recibir a Dios en nuestra vida

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