“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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Meditando La Palabra

A – Domingo 12o. del Tiempo Ordinario

27 de enero de 2020

Primera: Jer 20,10-13
Salmo 68
Segunda: Rm 5, 12-15
Evangelio: Mt 10, 26-33

Nexo entre las lecturas

En el Evangelio de este décimo segundo domingo ordinario escuchamos por tres veces la invitación de Jesús: No tengáis miedo. Se trata del discurso misionero del evangelio de san Mateo. Jesús alerta a sus apóstoles sobre las dificultades que encontrarán en su actividad misionera y los instruye sobre el falso temor a los hombres y el verdadero temor de Dios. Es, pues, una invitación llena de vigor a la confianza, a la seguridad en Dios (EV). La experiencia que vive el profeta Jeremías es semejante. Le ha tocado en suerte, como vocación divina, anunciar un mensaje de destrucción para Jerusalén. Un mensaje impopular que hiere los oídos de sus oyentes. Incluso sus amigos le dan la espalda y se vuelven contra él maquinando insidias e intrigas. “Pavor en torno”. Sin embargo, Jeremías se levanta con una confianza magnífica: el Señor está conmigo como fuerte soldado. (1L). La segunda lectura nos ofrece un nuevo texto de la carta a los romanos que venimos escuchando cada domingo. También aquí el elemento de confianza y seguridad subyace a la exposición del pecado y de la redención obtenida en Jesucristo. El tema de fondo de la liturgia es, por tanto, una contraposición entre el miedo del mundo, de los hombres y de la desesperación del pecado y la confianza en Dios que cuida providentemente de sus creaturas y se muestra como soldado que fortalece a los suyos. El bien ha triunfado sobre el mal y la muerte gracias a Cristo Jesús.

Mensaje doctrinal.

1. No tengáis miedo. En el discurso misionero de Mateo, Jesús insiste reiteradamente sobre la necesidad de alimentar la confianza y desechar el temor. En realidad los apóstoles eran los encargados de anunciar “la buena noticia”, un mensaje lleno de esperanza y consolación, pero al mismo tiempo, un mensaje destinado a enfrentar directamente la “sabiduría del mundo” y los “pecados del hombre”. La bandera de Jesús se levantaba como una bandera de contradicción que ponía al descubierto los pensamientos de muchos corazones. Cuando Jesús llama a todos a su redil, su acción necesariamente pone al descubierto el pecado del mundo y lo separa. Jesús era consciente de que sus apóstoles iban al encuentro inevitable de la persecución, del martirio, de las insidias y asechanzas de los hombres. Primeramente los anima a la predicación: lo que os digo de noche anunciarlo en pleno día. Los exhorta a ser heraldos apasionados de la palabra de Dios. San Pablo dirá a Timoteo Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por su propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. 2 Tim 4, 2-4. El apóstol de Jesucristo debe predicar sin temor desde los terrados. Debe ser consciente que él es fuerte en su debilidad, que no debe preocuparse de su elocuencia, porque el Espíritu Santo le dictará aquello que debe proclamar. Ciertamente debe predicar la doctrina sana, no cualquier tipo de doctrina.

Jesús exhorta a sus apóstoles en segundo lugar a no temer a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. En este caso, desea confirmarlos de frente a las amenazas físicas, los malos tratamientos a causa de la Palabra, las conjuras y todo esfuerzo destinado a hacerlos apostatar de su fe en Él. Hasta qué punto los apóstoles interiorizaron esta invitación, lo vemos en la actitud de Pedro y los apóstoles en el libro de los Hechos 5,29.42. Afirman con toda seguridad que es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres y, después de ser azotados, se muestran felices al ser considerados dignos de padecer por el nombre de Jesús.

Finalmente Jesús repite la exhortación a no temer pues la providencia de Dios no dejará que les suceda ningún mal. En el fondo, el secreto para no temer se encuentra en la conciencia de que se está en la manos de un Dios Padre providente que cuida de modo especial del hombre creado a su imagen y semejanza. El camino “del no temer” pasa por tanto por “la senda del abandono en las manos de Dios”. Deponed en Dios todos vuestros cuidados porque Él se cuida de vosotros.

2. Ponerse de parte de Dios ante los hombres. En todo caso, lo importante es ponerse de parte de Dios ante los hombres. Opción alta y difícil en un mundo como el nuestro, pero que llena la vida de entusiasmo y confiere a la propia existencia el sentido de “una misión”, de un envío, de una tarea que se debe cumplir, de una verdad a la que se tiene que ser fiel, de una actitud a la que no se puede abdicar. Se trata de ponerse a favor de la verdad. El cristiano siente en su corazón la invitación de San Pablo “veritatem autem facientes in charitate” Ef 4,15,texto que la Biblia de Jerusalén traduce como ser sinceros en el amor, sin dejarnos llevar infantilmente por el error. El hombre tiene el derecho de ser respetado en su búsqueda de la verdad , pero antes tiene la obligación moral de buscarla y de seguirla una vez encontrada. El amor a la verdad es, en particular, una vocación propia del cristiano. Él ha sido llamado a dar testimonio de la verdad, la verdad de Dios, la verdad del mundo, la verdad de la revelación, la verdad de Cristo. En la encíclica Fides et ratio encontramos esta afirmación: la perfección del hombre no está en la mera adquisición del conocimiento abstracto de la verdad, sino que consiste en una relación viva de entrega y fidelidad al otro…. El mártir, en efecto, es el testigo más auténtico de la verdad de la existencia. El sabe que ha hallado en el encuentro con Jesucristo la verdad sobre su vida y nada ni nadie podrá arrebatarle esta certeza.(Fides et ratio 32). El mártir es el ejemplo más fehaciente del “ponerse de parte de Dios de modo incondicional sin temer a los que matan el cuerpo”. El suscita en nosotros una gran confianza porque dice lo que nosotros ya sentimos y hace evidente lo que también nosotros quisiéramos tener la fuerza de expresar (Cfr. Fides et ratio 32)

Sugerencias pastorales.

1. El impulso misionero de la vocación cristiana. Parece necesario recuperar en la vida parroquial, y en la vida de los fieles en general ,la dimensión misionera de la vocación cristiana. En la entraña misma del cristianismo está la misionalidad, el envío, la tarea de ir y anunciar la buena nueva y convertir a los hombres al amor de Jesucristo. Una fe cristiana concebida sólo como perfección personal o consolación psicológica no es una auténtica fe cristiana. “Como el Padre me envió, así os envío yo” Jn 20,21. Cristo nos envía al mundo como ovejas entre lobos, pero nos asegura su amor, su presencia y su fortaleza. Es necesario reavivar el sentido de misión y de apostolado entre nuestros fieles. Preguntémonos cuántos fieles en nuestras parroquias tienen un apostolado que los compromete a dar su tiempo y sus energías en la medida de sus posibilidades. Avivemos con nuestro ejemplo, con nuestra iniciativa, con nuestro apoyo y entusiasmo el sentido de la misión en los jóvenes. Animémosles a organizar círculos de oración, misiones populares en la ciudad o en zonas rurales, asistencia a los más desvalidos, difusión de la doctrina cristiana. ¡Son tantas las posibilidades que, quizá yacen latentes en el corazón del joven y sólo esperan nuestra palabra que las despierte y encamine! “Reconoce, oh cristiano, tu dignidad” decía San León Magno. Hoy podríamos parafrasear: “Reconoce, oh cristiano, tu misión, tu tarea, tu responsabilidad de cara a Dios, de cara a la Iglesia, de cara a los hombres”.

2. La superación del subjetivismo en la vivencia de la propia fe. De la mano del punto anterior se encuentra el peligro del subjetivismo en la vida cristiana. Es un peligro que nos asecha especialmente hoy pues vivimos en una sociedad de tipo individualista. Esta tendencia a la subjetividad se manifiesta, especialmente, en el ámbito de la conciencia moral. A ésta ya no se la considera como un acto de la inteligencia de la persona que debe aplicar el conocimiento universal del bien a una determinada situación y expresar así un juicio sobre lo que se debe hacer aquí y ahora; sino más bien la conciencia aparece con el privilegio de fijar de modo autónomo, los criterios del bien y del mal y actuar en consecuencia a este juicio de valor.

¡Cuánto bien podemos hacer a nuestros fieles ayudándoles a formar una conciencia fundada en los principios de la recta razón y en los principios del evangelio! Una conciencia recta que ilumine y dé fuerzas a su caminar por la vida. Dediquemos el tiempo necesario para formar en ellos principios fundamentales que los sostengan en medio de las duras circunstancias de la vida. Sólo así, a través de una formación sólida, se cumplirá el deseo de Cristo: no tengáis miedo.

Fuente/Autor: P. Octavio Ortíz | Fuente: Catholic.net

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