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Vida y Obra de San Carlos Borromeo

27 de enero de 2020

San Carlos Borromeo
4 de Noviembre

Para San Carlos Borromeo su principal preocupación fue la formación de un clero capaz y virtuoso. Por eso dedicó al seminario su atención preferente. También abrió una casa para vocaciones tardías. Para atender mejor a las necesidades pastorales de la diócesis, fundó la Congregación de Oblatos de S. Ambrosio, sacerdotes al servicio del ordinario, pero de vida común y dispuestos a ir a donde se les enviase.

Cuidó también de la educación de la juventud y fundó el Colegio Helvético para suizos católicos; el Colegio Borromeo en Pavía; el Colegio de Nobles de Milán; la Universidad de Brera, confiada a los jesuitas, etc. En el aspecto social, creó obras de beneficencia y de rehabilitación: asilo de arrepentidas, orfanatos, asilos nocturnos, etc.
Aunque era de carácter autoritario e intransigente, supo organizar la acción apostólica de la diócesis utilizando los cuadros de las órdenes religiosas. Los barnabitas colaboraron muy estrechamente con él, hasta el punto de que le consideraban como su segundo fundador. Con los jesuitas mantuvo excelentes relaciones, fuera de algún caso aislado. Pero con los generales de la Compañía de Jesús tuvo cierta tirantez por negarse éstos a darle todas las personas que él pedía, entre las que figuraba el P. Roberto Belarmino, futuro cardenal.

Hay un acontecimiento célebre en la vida de Carlos que define la heroica abnegación y sentido de responsabilidad de su cargo: la llamada peste de S. Carlos. Cuando el 11 de agosto de 1576 hacía su entrada solemne en Milán D. Juan de Austria, que marchaba camino de Flandes, estalló la espantosa noticia de que había peste en la ciudad. Aquel mismo día prosiguió D. Juan su viaje y los milaneses comenzaron a aprestarse para luchar contra el terrible enemigo. Borromeo, que se encontraba fuera de la ciudad, al saber la noticia aceleró la vuelta para tomar las medidas oportunas. Los lazaretos rebosaban ya de apestados, a los que faltaban no sólo los auxilios materiales, sino también los espirituales. El arzobispo comprendió cuál era su deber. Hizo pedir limosna por la ciudad y de su patrimonio vendió los objetos preciosos que le quedaban. Incluso cedió las colgaduras de su palacio para hacer vestidos. Dormía escasamente dos horas para poder acudir personalmente a todas partes, visitaba todos los barrios alentando el ánimo de los que desfallecían, administraba él mismo los últimos sacramentos a los sacerdotes que sucumbían en aquella obra de caridad. Despreció el peligro de contagio, y ordenó un triduo de oraciones públicas y procesiones. Pero la peste siguió en aumento durante el otoño y todo el año siguiente de 1577. Hasta el 20 de enero de 1578 no se declaró su extinción. Por su extraordinaria conducta durante la peste, aquella dura prueba se denominó la peste de San Carlos.
A los trabajos de la administración central de la diócesis, añadió las visitas pastorales de los extensos territorios de su jurisdicción, que abarcaba también parte de los cantones suizos, y otras misiones pontificias. Intervino activamente en los cónclaves de Pío V y Gregorio XIII para asegurar una elección digna. En fin, fue un celoso pastor y un obispo reformado y reformador según el concilio de Trento.
En relación con los gobernadores de Milán, especialmente con el marqués Antonio de Ayamonte, tuvo serios encuentros de jurisdicción, motivados por las opuestas tendencias político-eclesiásticas de aquella época. Pero siempre procedió con pureza de intención en el servicio de la Iglesia.
Por fin, agotado prematuramente por su trabajo, le acometió una fuerte calentura en una de sus correrías pastorales. Gravemente enfermo llegó a Milán el 2 de noviembre de 1584, y al anochecer del día siguiente entregó su alma a Dios. «Una lumbrera de Israel se ha extinguido», exclamó Gregorio XIII al recibir la noticia de su muerte.
L. Pastor resume acertadamente su vida en estas palabras: «El Cardenal de Milán, con la acerada rectitud de su carácter se presenta a los ojos de sus contemporáneos y de la posteridad como uno de los grandes hombres que lo sacrificaron todo para hallarlo todo; que renunciaron al mundo y precisamente por su renuncia ejercieron un inmenso influjo sobre él. Fuera del fundador de la Compañía de Jesús, ningún personaje ejerció tan honda y duradera influencia en la restauración católica como S. Carlos Borromeo; es una columna de la historia eclesiástica en la frontera de dos épocas, el Renacimiento moribundo y la victoriosa Reforma católica» (Pastor, vol. 19, 116).
Su cuerpo se conserva incorrupto en la cripta de la catedral de Milán, encerrado en una soberbia caja de plata, regalo de Felipe IV de España. Fue canonizado el 1 de noviembre de 1610. Su fiesta se celebra el 4 de noviembre. La iconografía del santo es muy rica. El mejor cuadro es el pintado por Ambrosio Figini y conservado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán.

Fuente/Autor: La Redacción

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