SAN CARLOS BORROMEO
VIDA Y OBRAS
LOS AÑOS JUVENILES.
La mañana del 2 de octubre de 1538, la ciudad de Arona recibió con alegría la noticia del nacimiento de un hijo del Sr. Del lugar, Gilberto II Borromeo.
La familia, de origen toscano, con descendencias legendarias que se remontan a la tardada romanidad, se estableció en Milán al final del siglo XIV; en 1439 recibió de Felipe María Visconti el feudo de la roca de Arona, posesión confirmada en 1536 por Carlos V de Absburgo, el nuevo dueño de Milán.
En aquel entonces, ya es jefe de la familia del padre de Carlos, Gilberto. Este se casó, en 1529, con Margarita de Médicis, lo cual no tendría mucha importancia, si no hubiese procurado a los Borromeo el parentesco de dos destacados personajes hermanos de Margarita: Juan Jaime de Médicis, llamado el Medejino Marqués de Meleñeno, un caudillo al servicio de Carlos V, que se había construido un dominio personal en el lago de Como; y Juan Ángel que en 1545 se volvería obispo de Ragusa, en 1549 cardenal y en 1559 Papa, con el nombre de Pío IV. Veremos cómo esto dará inicio a todas las vicisitudes de Carlos y de su hermano Federico.
Carlos es el tercer hijo varón de los condes de Borromeo, por lo tanto es casi normal, según las costumbres de la época, ponerlo en la carrera eclesiástica considerando también los notables apoyos que pueden dar sus poderosos tíos de Médicis. Por lo tanto, desde muy temprano el padre y los tíos procuran preparar los niños venideros de Carlos, cuidando que se le atribuyan beneficios y cargos, empezando por la abadía de Arona que se le entrega en 1545 (cuando el beneficiario tiene solamente 7 años) después de la renuncia del tío Juan Ángel de Médicis, desde hace poco nombrado al obispado de Ragusa.
Sobre la infancia de Carlos no es oportuno entretenerse demasiado, también porque el esquematismo o rigidez de todos los antiguos biógrafos, empezando por el primero y más importante, Bascapé, está en contraste demasiado evidente con la excesiva documentación de los escritores más recientes. Además este periodo es poco importante en lo que es el balance de su ascenso hacia la santidad: crece como cualquier otro muchacho normal suficientemente dotado para recibir una adecuada instrucción, se divierte como cualquier otro joven de su condición, cabalga, caza, lee. Seguramente es un tímido, algo introvertido, y este estado suyo es favorecido por su apariencia no muy agradable y por cierta dificultad de expresión. No sorprende, por lo tanto, que tenga pocos amigos, pero estos de mucha confianza, como aquel Luís Viñola que lo ayudará primero en Pavía y después por muchos años.
No tiene una tendencia muy marcada hacia una vida espiritual fuera de lo común, aunque es preciso decir que es preciso y puntual en el cumplimiento de sus deberes religiosos; y no es nada formalista, por la sana educación recibida desde los primeros años y por el buen ejemplo de sus padres.
Parecería poco prudente dar gran importancia a narraciones muy poco fidedignas y con un sabor demasiado agiográfico, como aquél de la luz que se difundió en el cuarto donde Carlos había nacido, o por aquella costumbre suya de levantar pequeños altares, en torno a los cuales organizaba con seriedad ceremonias religiosas; sin embargo, estas tradiciones inspiraron el himno típico de la festividad de San Carlos que se cantaba en las vísperas.
Quizá sea oportuno hacer relevar como desde los años juveniles Carlos Borromeo fuese un prudente administrador de sus bienes. La abadía de Arona daba 50 florines de oro, que en aquel entonces se consideraba una buena cantidad. Desde 1550, al momento de la atribución de la abadía a Carlos, desde poco pasado al estado eclesiástico con la tonsura y la vestición del hábito talar, esta cantidad es, por lo menos legalmente, a su disposición y el joven delgado se impone muy temprano para que él mismo pueda usar de este capital, principalmente en pro de los menesterosos.
Desde aquel entonces se preocupa de rodearse de gente de confianza, con la disposición para seguir sus órdenes tendidas a una administración sagas, pero siempre cuidadosa de las necesidades de las personas. En los años hacia 1552 la vida de Carlos pasa entre Arona y Milán, donde es discípulo diligente y atento, aunque no es excelente, de numerosos maestros, que le dan una buena cultura humanística y un buen conocimiento de la lengua latina.
Esto nos consta, entre otras cosas, por la carta al padre de 155, retórica y ampulosa, llena de citas clásicas, según lo dice su biógrafo Dero; lo vemos juvenilmente entusiasmado por estos nuevos estudios, que seguramente lo hacen sentir más arriba de muchos coetáneos suyos: no parece grande la distancia de cualquier otro estudioso de su nivel que haya empezado a ponerse en contacto con los autores griegos y latinos.
Mientras tanto, fallecida en 1548 su madre Margarita, el padre se volvió casar con Tadea Dae-Verme, que quedará afectuosamente cercana a la familia hasta su temprana desaparición en 1552. Casi en coincidencia con este último hecho luctuoso, empiezan los estudios universitarios de Derecho Civil y Canónico, que Carlos cuna en Pavía, bajo la dirección del famoso jurisprudente Francisco Alciati, más tarde cardenal gracias al interés de su mismo antiguo discípulo. Unas cartas de este periodo nos enseñan cómo Carlos está, desde aquel entonces, en contacto con algunas destacadas personalidades de la Iglesia milanés, lo cual explica parcialmente el constante interés por la ciudad de Milán y el conocimiento profundo de sus problemas desde antes de su llegada como arzobispo; en detalle sabemos que tiene muy buenas relaciones con el famoso arcipreste de San Ambrosio, Bonaventura Castilioni.
Continuará.
Fuente/Autor: Misioneros de San Carlos-Scalabrinianos