Me has llamado, Señor, cuando no sabía tu nombre.
Me hiciste surgir después de la vida hecha fracaso.
Me llamaste sacándome de mi país, de mi raza,
de mi familia, del hogar amado.
Me pusiste en camino, camino de andanzas el tuyo
siempre en éxodo, siempre con el corazón en vela.
Me llamaste con la promesa de tus labios puros,
me elegiste, me encaminaste, me pusiste en tus manos,
y derramaste en mi vida tu cántaro de gracia lleno,
dejando vacío en mi tierra aquel primer cántaro.
Yo me puse en camino con alas en el corazón,
con miedo y asombro y espanto en mi pie descalzo.
Me hice en tus manos como un juguete de niño
y tú hiciste de mí un hijo en tu abrazo.
Yo esperaba ver la promesa cumplida en mi casa
y mi corazón temblaba de frío y silencio a cada paso.
Yo seguía creyendo en tu Palabra, que eras Dios,
y un Dios amigo que conmigo estaba, bien cercano.
Yo sentía, Señor de los caminos, que mi corazón se
arrugaba; y aún así, mi fe en tu promesa seguía como
estrella en madrugada.
Y llevando tu presencia a mi lado, como un enamorado.
Yo creí, Señor, que lo imposible se hace posible
cuando el corazón del hombre no se aparta de tu lado.