El Mes de María se reza en Mayo, en el llamado mes de las flores, que se llama así, porque con la llegada del buen tiempo y tras las lluvias invernales, el campo y los jardines comienzan a cubrirse de un verde intenso y de los colores y aromas de las flores. Es el apogeo de la primavera.
Y así, desde la edad media se consagró el “mes de las flores” a la Virgen María para rendir culto a las virtudes y bellezas de la Madre de Dios. Quizá se escogió este mes también como una sustitución cristiana de las solemnidades paganas de ese mes en honor de Flora, de hecho todo el mes de mayo estaba consagrado a la diosa como mes de las flores y mes de la madre y tomaba su nombre de una diosa de la naturaleza romana llamada “Maia”(madre natura vinculada a la idea de vegetación y florecimiento), de cuyo
nombre deriva el mes, que nosotros hoy conocemos como mayo.
La primera noticia clara que se tiene de la consagración del mes de mayo a la Virgen, viene de Alfonso X, “el Sabio”, rey de España, en el siglo XIII. Este rey – Juglar cantaba en sus “Cantigas de Santa María” los loores de mayo en honor de la Virgen Santísima.
La Orden franciscana siempre ha tenido unos lazos muy especiales con la bienaventurada Virgen María, hasta el punto de ser contado entre las órdenes marianas surgidas en la Edad Media. Origen de estos lazos profundos es la experiencia espiritual de Francisco, el cual “rodeaba de amor indecible a la Madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad. En su honor cantaba alabanzas especiales, le dirigía oraciones y le ofrecía afectos tantos y tales que ninguna lengua humana puede expresar. Mas, lo que más nos llena de gozo, es que la constituyó Abogada de la Orden y puso bajo sus alas a los hijos que estaba para dejar, para que encontrasen en ella calor y protección, hasta el final” (2Cel., 198).
Escribiendo sus últimas voluntades a Clara, afirma con sencillez y convicción: “Yo, fray Francisco pequeñuelo, quiero seguir la vida y pobreza del altísimo Señor nuestro Jesucristo y de su Santísima Madre, y perseverar en ella hasta el final”. Por eso, para Francisco, María Santísima no es solamente una obra maestra de la gracia para contemplar, sino, sobre todo, un modelo de fe y un estilo de vida para imitar; aunque para sus seguidores, los Franciscanos de todos los tiempos, Jesús y María se convierten en la imagen de la humanidad nueva a la que los hombres tienen que conformarse para realizar su propia existencia según el proyecto de Dios, es decir, la voluntad de extender su amor a todas las criaturas.