Los tres Evangelios sinópticos, nos narran que Jesús subió con tres de sus discípulos a la montaña a orar. Y orando su cara se transfiguró y aparecieron Moisés y Elías hablando con él. Los apóstoles, Pedro, Juan y Santiago, quedaron atónitos. El impetuoso Pedro, tomó la palabra y dijo: Maestro que bien estamos aquí. Si quieres podemos hacer tres tiendas: Una para ti, una para Moisés y otra para Elías.
La oración, seguramente no transformará nuestro rostro, pero la oración, si es auténtica, poco a poco irá transformando nuestro interior; es imposible escuchar a Jesús y quedarse como antes.
Tampoco la oración nos dejará inactivos, como tampoco Jesús permitió que los apóstoles se quedaran allí arriba del monte bien tranquilitos, sino que bajaron de nuevo al llano y por el camino les habló de su pasión.
Después de haber estado con Jesús, hay que bajar, es decir, hay que ir al encuentro de los hombres, hay que volver a las tareas cotidianas que muchas veces nos van a pedir un gran esfuerzo, esta será quizás nuestra pasión, la dura realidad de la vida.
Pero creo que la auténtica pasión es tener pasión por el hombre que se encuentra en tantas ocasiones aplastado en su dignidad, envuelto en una serie de miserias que no le dejan ser él mismo.
Y es a este hombre que tenemos que encontrar y luchar para que recupere su dignidad perdida. Vivir los sufrimientos y angustias del hombre forma parte de la pasión del apóstol.
Fuente/Autor: Hna. María Nuria Gaza