A orillas de los ríos de otras tierras bien distantes, nos
sentamos a llorar y a recordar a nuestra familia; sentimos el
corazón triste y desolado, Señor Dios nuestro, y ahora,
despojados de todo, sin nada, sólo nos quedas tú.
Somos peregrinos en busca del pan nuestro de cada día; la
tierra no tiene un lugar donde acoger nuestra pobre tienda. Día
y noche, el camino se hace duro y desconocido, y el corazón de
los hombres se ha congelado a la hospitalidad.
Donde llegamos, Señor, nos dan trabajos duros que ellos no
hacen; y hacen fiesta con nuestro folklore y nuestras costumbres.
Somos el indio, el emigrante, el exiliado, el fugitivo, y nos
sentimos como hoja al viento, como un gran circo.
Nos piden, que toquemos y cantemos nuestras canciones; que
dancemos con el colorido inigualable de nuestros vestidos:
¿Cómo cantar un canto nuestro en tierra extranjera? ¿Cómo
divertir con nuestros aires limpios al sucio que explota?
No podemos, Señor, olvidar nuestras raíces, ni nuestra propia
historia; no podemos desenraizarnos para entrar en el anonimato
del consumo. El árbol de nuestra tierra tiene frutos propios y
sabrosos, y no podemos perder la identidad que nos hizo un
pueblo diferente.
No podemos olvidarnos de los nuestros, de la casa, de los hijos;
no podemos olvidar el maíz de nuestros campos en invierno, ni
los frijoles, ni la tortilla, ni los plátanos, ni el aguacate; todo ese
mundo es nuestro y lo perdimos por no poder vivirlo.
Que nuestra lengua se pegue al paladar si nos olvidamos de la
tierra; que enmudezcan nuestros labios si olvidamos nuestra
oración con la luz; que callemos para siempre si no tenemos
ganas de volver con los nuestros; que seamos errantes siempre
si lo que ahora no somos lo consideramos mejor.
Acuérdate, Señor, de nuestras pobres casas dejadas en la
montaña; bendice nuestros hijos que crecen sin el cariño de unos
padres; sé tú misericordia y compasión con los pobres alejados,
y mantén sus vidas en pie, siempre en pie, hasta el regreso.
No queremos, Señor, devolver el mal a los que nos arrojaron
de la casa; ni queremos la violencia para volver a lo que era
nuestro. Reconcilia a los hombres, hazlos buenos y que sean
como hermanos, y que tu tierra sea una gran casa para todos:
aún para nosotros.
Alegra nuestro corazón que busca peregrino una salida; fortalece
nuestra debilidad que lucha por sobrevivir; da esperanza a
nuestras vidas y que dejemos de ser marginados, y que la fe en
ti, Padre bueno, dé seguridad a nuestro pobre corazón.
Amén.