“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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Editorial

Mirando al Crucificado

27 de enero de 2020

El Miércoles de Ceniza, como todo buen católico, me acerqué a recibir en mi frente la Ceniza. Atrás del sacerdote, en la pared, estaba colgada un gran Cruz. Chorros de sangre caían de las llagas del Crucificado. Sentimientos de compasión inundaron mi corazón, viendo aquel cuerpo tan lastimado. En un momento de profunda piedad le dije: “¿Qué puedo hacer por ti?”

De repente aquel cuerpo tomó vida, los labios de su boca se abrieron y murmuraron:
“Ya es tiempo que dejes de compadecerte de mí. De nada sirve. Ya tengo dos mil años clavado en esta Cruz, y a veces me pregunto si valió la pena. Mira a toda esta marea de gente, mira a tantos jóvenes que, como tú, se está apretujando para recibir un poco de polvo en la frente. Con eso ya piensan haber cumplido. Saliendo del templo… la vida sigue igual. ¡Cuánta hipocresía! Se olvidan de mis palabras: “Yo no les pido ofrendas, sino que tengan compasión” (Mt 12, 7) y “Yo quiero amor y no sacrificios” (Os 6,6).

Ésta es la pura verdad: para muchos chavos esta ceniza en la frente es toda su Cuaresma. Y fíjate que no me refiero sólo a los “lejanos”, sino también a los jóvenes de muchos Grupos Parroquiales, que vas presumiendo ser amigos míos.

Desde esta Cruz quisiera gritar a toda la “chaviza” del mundo.
Mira esta manos. ¡Están clavadas! Necesito las tuyas para seguir bendiciendo.
Mira estos pies. ¡Están atados! Préstame los tuyos para seguir caminando.
Mira mi corazón. ¡Ya no late! Sea tu corazón el que siga amando y latiendo para los demás.
Mira mi boca. ¡Está callada! Sólo por medio de la tuya puedo seguir llevando el mensaje.
Vete, Padre Román, y dile a todo joven que encuentres por el camino que,
hay un hombre clavado
en la Cruz”.

Fuente/Autor: Padre Román, cs

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