“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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MENSAJE A LOS JOVENES UNIVERSITARIOS

27 de enero de 2020

Hoy en día, cada vez más jóvenes tienen acceso a las universidades. Este ha sido un gran logro educativo, y los gobiernos de muchos países han hecho grandes esfuerzos para lograr que cada día más personas tengan acceso a niveles de educación superior. El día de hoy, existen muchas universidades: seculares, religiosas, privadas y públicas. Sus alumnos se enfrentan a problemas propios de su edad, y propios del mundo que les ha tocado vivir.

La juventud universitaria comparte muchos rasgos comunes sin importar su país, o el tipo de universidad en el que estudian. Entre esos rasgos está un período de adaptación al mundo, un acendrado espíritu cientificista y, por desgracia, un creciente alejamiento de la religión.

Universidad es sinónimo de universalidad. No olvidemos que “católico” quiere decir “universal”. Sin embargo, cada día esta universalidad parece disminuir en su fuerza. Pareciera que universalidad significa alejamiento de la espiritualidad.

La juventud es un estado de la vida caracterizado por un falso sentimiento de “inmortalidad”, de invulnerabilidad y de omnipotencia. El joven se siente, por naturaleza, eternamente joven, invulnerable a cualquier peligro y capaz de resolver cualquier cosa. Esto se da, especialmente, porque su corto recorrido en la vida no ha sido capaz de mostrarle que lo que siente y piensa no siempre es acorde con el mundo real.

Mientras estudian, los jóvenes parecen más preocupados por vestir la ropa de moda, lograr obtener un trabajo para comprar un buen automóvil o conseguir una pareja, que en Dios o en la religión .

Sin embargo, al pasar del tiempo, se darán cuenta de que el mundo es particularmente difícil. Que la gran oferta de profesionistas limita sus posibilidades de encontrar un buen trabajo, que las personas con quienes se relacionan frecuentemente carecen de los valores y principios necesarios para lograr una relación estable, y en el último de los casos, que la felicidad no está en las cosas materiales.

Dentro de una apretada agenda que incluye visitar a la pareja, salir con los amigos, asistir a algún bar o discoteca los fines de semana, estudiar y atender a sus deberes familiares, los jóvenes universitarios generalmente dan poco o ningún tiempo a su vida espiritual. La noción de Dios y de Jesucristo se encuentra alejada. Muchos de ellos no visitan una iglesia salvo cuando están a punto de presentar un examen verdaderamente difícil.

La religión, Dios y la vida espiritual no es un asunto de “viejitas”. Es la solución a una vida cada vez más materializada y a un afán de satisfacción individual que acaba dejando cada vez mayores vacíos en el alma.

Uno de los problemas más duros que enfrenta la juventud es el control en el uso de las drogas. Con frecuencia al tratar de huir del tedio, de las responsabilidades, de hogares problemáticos o de la depresión, utilizan substancias que les proporcionan un medio de escape temporal que, por supuesto, destruye completamente sus vidas.

Por otra parte, la búsqueda de una pareja es una necesidad imperiosa. Y no es extraño, pues precisamente existe un lazo íntimo de gran fuerza en la intimidad. No en vano el hombre exclamó “Esta vez sí que es hueso de mis hueso y carne de mi carne…” (Cfr. Gen 2, 23). Cuando una persona encuentra en otra la “carne de su carne”, la unión que se despierta entre ellos es poderosa. Sin embargo, tratar de encontrar la felicidad en otra persona es una búsqueda que termina siendo parcial.

Existe, igualmente para los adultos y los jóvenes universitarios, un camino que necesariamente les dará una felicidad plena. Esa felicidad está en Cristo Jesús. Muchos levantan las cejas ante esta afirmación. Otros tantos se alejan de uno al decir cosas como esta. Pero hay muchas razones para afirmar lo que acabo de expresar:

Cada persona es llamada a una vocación individual. Algunos están llamados a permanecer solteros. Otros son llamados a la vocación matrimonial. Otros sienten la llamada de Nuestro Señor Jesucristo y devuelven su vida a Dios. No importa cuál sea la vocación individual, siempre existe la felicidad de la plena realización y felicidad individual en cada uno.

Dios nos ha dado dos misiones en la vida: darle gloria y ser felices.

La vida interior, la religiosidad y la espiritualidad no es algo que deba asustar a los jóvenes universitarios. No es necesario que estén todo el día en la iglesia para que Dios entre en sus vidas. De hecho, las personas con vocación laical –es decir, que no se entregan a la vida religiosa- tienen un deber especial en participar de la vida cotidiana en sus diferentes facetas: economía, política, sociedad. La religiosidad es algo que, aunque puede mostrarse al mundo, tiene su mayor fuerza en el interior del ser humano.

Cristo Jesús enseña a los jóvenes universitarios el valor de la caridad, de la solidaridad. ¡Y cuantas oportunidades tienen para actuar en Jesucristo! La pobreza, la marginación, los desastres naturales son momentos preciosos en los que el vigor, la entrega y la pasión de la juventud pueden obrar grandes milagros. Pero esos milagros no se materializan frente a la Televisión, o saliendo el fin de semana de farra con los amigos, y mucho menos intoxicándose con drogas. El mundo necesita de jóvenes alertas, trabajadores, atentos a las necesidades del mundo. Paso a paso, los jóvenes pueden encontrar ocasiones para amar a su prójimo como a sí mismos. En cada esquina, en cada desastre natural, los jóvenes pueden expresar su religión y su vocación cristiana ayudando a los más necesitados.

Los jóvenes universitarios no tienen por qué contentarse con la apatía, el aburrimiento y la ociosidad. Sus propias parroquias pueden esperarles en cosas tan simples como unirse con su guitarra al coro, o al acopio de víveres para los más necesitados.

Más aún, en sus propias casas tienen una misión en el honrar a su padres, en comportarse con rectitud y en cumplir las obligaciones propias de su edad y de su condición.

Ser un joven responsable, es un medio para obtener la verdadera felicidad en Cristo más efectiva que cualquier droga, o que cualquier película, o que cualquier persona que busquen como pareja.

Los jóvenes universitarios no deben terminar la universidad para “empezar a vivir”, ni tienen que casarse para “empezar a vivir”, tampoco necesitan encontrar un trabajo para “empezar a vivir”. Cristo es el agua viva. Quien beba de esa agua jamás morirá. ¡Y que simple es beber de esa agua!

Muchísimas familias tienen una Biblia en casa. Con frecuencia es un libro que se lee poco y cuando se lee, se lee mal. Los jóvenes universitarios pueden abrir esta “biblioteca” que tienen en un solo tomo, leer durante cinco minutos cualquiera de los evangelios, y encontrar en Jesús al amigo que nunca traiciona, al maestro que siempre enseña, al líder que siempre lucha, al hermano que nunca muere, al guía que siempre ilumina. No es necesario darse golpes en el pecho, estar en la iglesia mañana tarde y noche. Simplemente es abrir el corazón, dejar de analizar cada palabra y cada detalle del evangelio, para dejar fluir con sencillez la Palabra hecha Carne. ¡Abran el Evangelio! ¡Dejen que las palabras del Señor fluyan a través de sus cuerpos! En hebreo, el mismo significado tiene “espíritu” y “viento”. Que los jóvenes universitarios dejen que ese viento, ese espíritu del señor refresque sus vidas. Que cuando tengan miedo les de Valor, cuando estén deprimidos les de Esperanza, cuando estén enfurecidos les de Misericordia. No solamente se aprende a vivir en las aulas, ni siquiera en la vida misma. Jesús es la vida eterna. Quien crea en él no morirá.

Una vez, cuando estaba en la Universidad, llevé a un ejecutivo de la empresa en la que trabajaba al aeropuerto. En el camino el me preguntó “¿Y tú lees la Biblia?” Yo contesté “Si”, a pesar de que rara vez la leía. El era estadounidense y me preguntó “¿Y lees la Biblia en Inglés?” A lo cual respondí “No.” “Entonces, te mandaré una. Siempre es bueno leer la Palabra de Dios, no importa el dialecto. El idioma siempre es el mismo.”

Muchos meses después, recibí un paquete que contenía una Biblia y una carta. Conservo ambos hasta el día de hoy. Particularmente había una frase que me dejó intrigado:

“Dios es maravilloso. Nos ama y podemos confiar en él todas las necesidades de nuestras vidas. Yo te reto a que pongas a Dios a prueba y veas si lo que te digo es verdad o no. Junto con esta carta te envío una Biblia, rezando porque la leas cuidadosamente. Obedece a Dios. ¡Confía en Jesús! ¡Ámalo!”

Invito a los jóvenes universitarios a que lean la Biblia. A que vivan sus vidas en Cristo Jesús. A que obedezcan, amen y confíen en Dios. Y del mismo modo que ese ejecutivo hizo conmigo, los reto a que pongan – en el mejor sentido- a Dios a prueba, y vean si lo que digo es verdad o no.

Hasta hoy, Dios nunca me ha defraudado. No tiene por qué hacerlo con ustedes.

¡Vivan con Universalidad!

(Agradecemos el presente tema a la revista católica electrónica Regína Angelorum)

Fuente/Autor: Revista católica electrónica Regína Angelorum

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