,
y me dejé seducir,
desde que aprendí tu nombre
balbuceando en familia.
,
y me dejé seducir,
en cada nueva llamada
que el alto mar me traía.
,
y me dejé seducir
hasta el confín de la tarde,
hasta el umbral de la muerte.
,
y me dejé seducir
en cada rostro de pobre
que me gritaba tu rostro.
,
y me dejé seducir,
y en el desigual combate
me has dominado, Señor,
y es bien tuya la victoria.
Pedro Casaldáliga
Fuente/Autor: Pedro Casaldáliga