“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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Scalabrini

«Los Santos son prodigios de la gracia de Dios»

27 de enero de 2020

De los Escritos y Discursos de Juan Bautista Scalabrini.

Como las obras de la creación cantan la gloria de Dios autor de la naturaleza, así las obras de la santificación exaltan la gloria de Dios autor de la gracia y, por lo tanto, todo el esplendor, en el que las virtudes de los Santos resplandece, se refleja sobre El que obró en ellos cosas grandes, maravillosas. En efecto, ¿qué son los Santos si no prodigios de la gracia de Dios? ¡Ah!, que un hombre no conserve casi nada de la humanidad corrupta, que por la práctica de la abnegación personal haya logrado sojuzgar la concupiscencia carnal, vencer los estímulos de la codicia, domar la fiebre del orgullo; que haya dado un nuevo curso, una nueva dirección, se puede decir, a las inclinaciones carnales y terrenales para vivir solamente de las espirituales y celestiales; que se haya recompuesto enteramente a sí mismo y, por medio de la caridad más generosa, más pura, más perfecta, no viva más que de Dios, por Dios y con Dios, esto, dice San Agustín, es un prodigio mucho más grande que devolver a la vida a un cadáver: prodigio que no puede ser obra del hombre, sino de Dios, porque Dios que formó al hombre, sólo El puede reformarlo y sobre las ruinas del hombre viejo, que se identifica con Adán pecador, restablecer al hombre nuevo que llega a ser una sola cosa con Jesucristo.

Homilía de Todos los Santos – 1883

«Miremos la fe de los Santos»

Grandes en el reino de Dios por las obras practicadas en la fe y por la fe aquí en la tierra, los Santos nos predican, sobre todas las cosas, las glorias de nuestra fe; de esa fe que es tesoro de la vida doméstica, que aviva el amor de los hijos hacia los padres y lleva a todo a la perfección y a la santidad; de esa fe que enlaza en un vínculo de suaves relaciones todas las personas y las cosas del mundo y nos mantiene despiertos para el gran día de la rendición de cuentas al recordarnos, a ejemplo de los Santos, que la vida del cristiano es un combate sobre la tierra, que nosotros somos aquí soldados combatientes en difíciles batallas para ganar la beatitud inmortal, que estamos ahora en medio del fuego para purificarnos de la escoria, que somos peregrinos hacia la patria, pero continuamente acechados por poderosos y crueles enemigos. Si las fatigas de la lucha nos debilitan, si la llama de la purificación nos quema, si el camino nos agota, miremos la corona del triunfo, miremos la fe de los Santos, miremos mejor la fe que profesamos también nosotros y se afianzarán nuestros espíritus.

Id. 1876

«No son los milagros y los dones extraordinarios los que hacen a los Santos»

Se cree con frecuencia, especialmente en el vulgo, que para alcanzar la santidad es necesario distinguirse por dones extraordinarios y hacerse singulares por acciones luminosas. No, hijos míos, no; para ser santos no es necesario ni predecir el futuro como los profetas, ni obrar prodigios como los taumaturgos, ni ir a predicar el Evangelio a pueblos bárbaros, como los apóstoles, ni derramar su propia sangre como los mártires. Nada de esto. Cuando el rico del Evangelio le preguntó a Jesús qué debía hacer para salvarse, el Divino Maestro le respondió: Si quieres alcanzar la vida eterna, observa los mandamientos: serva mandata [observa los mandamientos]. La vida cristiana está toda aquí: observar fielmente la ley de Dios y cumplir con exactitud los deberes del propio estado. Hay gran número de personas que llegaron a la santidad siguiendo sólo este camino. No todos los Santos hicieron acciones estrepitosas, no todos fueron portentos en obras y elocuencia, no todos se hicieron admirar por prodigios de sabiduría. Han habido muchos que, desconocidos para el mundo, no salieron nunca de un estado humilde y llevaron siempre una vida común. María misma no se hizo notar por ningún don extraordinario y no se lee en la Escritura que Ella, durante su vida mortal, hiciese jamás un milagro. No por esto ella deja de ser considerada como la más santa de las criaturas. No son, por lo tanto, los milagros y los dones extraordinarios que hacen a los Santos y a los más grandes Santos, sino la virtud (…).

Muchos Santos que hoy veneramos, no salieron nunca del cerco de la vida doméstica, pero al permanecer en ese estado actuaban continuamente cumpliendo con sus deberes; estaban continuamente atentos para ennoblecer las ocupaciones ordinarias, mediante la rectitud de la intención, obrando siempre con fines sobrenaturales.

Id. 1898

Fuente/Autor: Una Voz Viva

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