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Editorial

EU: el fracaso migratorio

27 de enero de 2020

29 de junio de 2007

El Senado de Estados Unidos canceló ayer de golpe la esperanza de una reforma migratoria. Es obvio que los políticos de ese país quieren trabajadores, pero no están dispuestos a dar un marco legal a la mano de obra que necesitan, decisión que el presidente Felipe Calderón calificó de “grave error” y el presidente George W. Bush lamentó.

Doce millones de trabajadores indocumentados -dos terceras partes de los cuales son mexicanos- que viven en Estados Unidos seguirán sometidos a extraordinarias medidas de discriminación. Es un error porque el gran temor popular en ese país, el terrorismo, no se beneficia de esta subcultura de la ilegalidad al renunciar a ordenar el flujo de inmigrantes que cruzan la frontera no para hacerles daño, sino al contrario, para atender una demanda laboral insatisfecha por sus propios ciudadanos.

Resulta altamente hipócrita que Estados Unidos admita a los inmigrantes como peones, pero no los acepten como ciudadanos. Un estado que manda tropas al Medio Oriente para intentar implantar la democracia y el respeto a los derechos humanos, valores supremos, no los practica en su propio territorio, como lo evidencian reportajes del diario The New York Times, ayer y hoy publicados en nuestras páginas, en los que se documentan abusos inaceptables a indocumentados.

Los trabajadores mexicanos son una fuente de riqueza para ambos países. Anualmente remiten 26 mil millones de dólares a sus familias, pero en Estados Unidos producen con su trabajo 10 veces más en el mismo lapso.

Atienden tareas despreciadas, pagan impuestos, sustituyen a los jubilados y ayudan a controlar la inflación.

Aunque la fracasada reforma migratoria era competencia exclusiva del Congreso de Estados Unidos, el fenómeno de los trabajadores mexicanos que cruzan la frontera norte anualmente en un número que oscila -según distintas fuentes internacionales- entre 260 y 400 mil, no puede sernos ajeno.

Nuestros connacionales seguirán padeciendo por su condición allá, pero también nosotros acá estamos incurriendo en la misma hipocresía que reclamamos, puesto que tampoco estamos creando los empleos y los salarios necesarios para detener el éxodo.

En el rejuego del poder de ambos países, los migrantes son víctimas.

El desplome de la figura de Bush y la proximidad de las elecciones federales impedirán en los próximos 24 meses plantear de nuevo el asunto, si es que acaso intentara plantearlo un Presidente mexicano que avizora de igual manera un par de años en los que está utilizando su capital político para legitimarse internamente. Bush ya no es un pato cojo; es un pato sin patas. No es para burlarse, sino para reconocer una realidad. El texano hizo esfuerzos notables para conseguir la reforma; no pudo.

El debate ha sido pospuesto indefinidamente, lo que significa su liquidación política.

El problema seguirá siendo una espina en las relaciones entre México y Estados Unidos, vinculados estrechamente por la vecindad, la economía, el comercio y la seguridad.

Ahora nuestra tarea es vigilar con ahínco que se respeten los derechos esenciales de los migrantes de México en Estados Unidos y atender lo propio: reactivar las oportunidades de desarrollo para retenerlos en casa.

Fuente/Autor: EDITORIAL DE EL UNIVERSAL

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