“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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Este anciano vestido de blanco

27 de enero de 2020

Generación tras generación, Juan Pablo II y los jóvenes, los jóvenes y Juan Pablo II, parecen entenderse.

Ocurrió hace más de veinte años. España aún balbuceaba las primeras palabras de su recién estrenada democracia y respiraba un clima de esperanza ansiosa y de inquieto entusiasmo. No era consciente en aquel momento de lo rápido de su transición pacífica y se removía de impaciencia hambreando libertad sin ira y caminos compartidos.

Entonces llegó él desde Roma, con sus ropas blancas y el aspecto eslavo. Era alto, rubio, atlético, con voz de trueno y gestos decididos. Tenía la mirada viva y una sonrisa cómplice siempre a punto de asomarse entre los labios. Había convocado a los jóvenes, porque traía un mensaje para nosotros: “¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Cristo!”. Empezó entonces a desgranar un programa de vida que comprendíamos, a contracorriente de lo establecido:

“Cuando sabéis ser dignamente sencillos en un mundo que paga cualquier precio al poder… cuando sois limpios de corazón… cuando construís la paz…”. Nos cautivó por su energía, por la convicción de sus planteamientos y porque se fiaba de nosotros para construir la nueva civilización del amor apuntando al centro en su propuesta: “¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Cristo!”.

Han pasado más de veinte años. España sigue consolidando su camino, con avances luminosos y retrocesos mezquinos; con algunos cánceres para los que aún no encuentra cura y con nuevas epidemias que la debilitan. Hay otra juventud, la que algunos se empeñan en ver únicamente pegada a un botellón, pero que suele responder sin cálculos cuando la solidaridad lo requiere; que no acepta grandes discursos si no van acompañados del testimonio de vida, y se sabe con derecho a ser protagonista de su propia historia sin que otros les escriban el guión.

Y vuelve él, una vez más, desde Roma, con sus ropas blancas y los hombros cargados. no se arrodillará para besar la tierra que le acoge y que Dios bendice. Los años y la entrega a la misión que le fue confiada han ido pasando, día a día, arruga a arruga, temblor a temblor, su factura. Su voz no será potente como entonces, ni la expresión de su rostro tan viva. Su imagen no recordará la del actor, ni la del deportista que fue, ni es necesario. Su cuerpo, anciano y pobre, como el de todo mortal, encierra la sabiduría de la experiencia y la fuerza inexplicable del espíritu que sigue empujando a la lucidez de la Vida. En la fragilidad de Simón sigue la fuerza inquebrantable de Pedro. Tiene aún una palabra, muchas palabras que decir a esos jóvenes a los que sigue convocando por cientos de miles allá donde va y con quienes parece revivir año tras año: Roma, Santiago, Czestochowa, Toronto… Ahora de nuevo, en Madrid. Para ellos siempre tiene fuerza y tiempo.

Y así, generación tras generación, el Papa y los jóvenes, los jóvenes y el Papa, parecen entenderse.

Los jóvenes que fuimos escucharon entonces al líder espiritual cargado de energía que comunicaba seguridad por la firmeza de su fe; hoy le escuchamos con el respeto de quien se sabe ante una vida gastada y entregada en coherencia con la hondura de esa fe aquilatada. Los jóvenes que son se abren hoy al anciano maestro del espíritu que sabe de la vida y quiere transmitirla, como el abuelo al nieto, en una extraña conexión que no suelen explicarse los padres al margen de su cómplice ternura. Y entonces, y ahora, el misterio que encierran las verdades que van más allá de lo que se pesa, mide y cuenta: Cristo vivo y presente en el mundo, hoy representado por un anciano vestido de blanco que reúne en torno suyo a cientos de miles de jóvenes que esperan oír de su boca en nombre de Cristo: “Seréis mis testigos”.

Fuente/Autor: Ninfa Watt | Fuente: sereismistestigos.com

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