“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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El violín

27 de enero de 2020

En la sala de subastas no cabía una persona más. Todas las sillas estaban ocupadas y había un buen número de pie. El objetivo: adquirir piezas antiguas.

Le correspondía su turno a un viejo violín que, según la ficha de identificación, databa del siglo XVIII y por el precio inicial no se apreciaba muy valioso: tres mil libras esterlinas.

La puja inició. A los diez minutos pareciera que ya nadie ofrecería más de mil libras. A punto de ser adjudicado, una voz se elevó sobre el bullicio y solicitó que se le permitiera revisar el violín. El subastador astutamente preguntó al público si había algún inconveniente para detener unos minutos el proceso y, por supuesto con la aprobación del último postulante, el permiso se concedió.

Un hombre de edad avanzada pasó al frente, tomó delicadamente el instrumento entre sus manos, sacó un pañuelo y, más que limpiarlo parecía acariciarlo. Tensó las cuerdas, se lo llevó al cuello y con el arco interpretó unas cuantas notas musicales, suficientes para que en cinco minutos la sala de subastas como por arte de magia se transformara en una sala de conciertos.

El momento fue breve. Al terminar devolvió, al parecer satisfecho, el violín. El subastador lo recibió con un profundo respeto y volvió a la puja. Exclamó: “Cuatro mil libras fue la última oferta, ¿alguien da más?
Las manos se levantaron inexplicablemente, las ofertas subían segundo a segundo, hasta que finalmente se adjudicó en asombrosa cifra de 30,000 libras.

¿Cuál fue la diferencia?
El maestro, por supuesto, como casi todos los seres humanos, nació con las mismas posibilidades. Depende del maestro que nos saque las mejores notas y de nosotros mismos que estemos dispuestos a hacer de nuestra vida una obra magistral.

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