“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

GOETHE
PEREGRINACIÓN DE LA URNA DEL BEATO SCALABRINI POR LA DIÓCESIS DE PIACENZA
01/27/2020
REFLEXIONES DE SCALABRINI
01/27/2020

Scalabrini

EL MINISTERIO SACERDOTAL

27 de enero de 2020

En este Jueves Santo, Día del Sacerdocio Católico, publicamos unas reflexiones de Mons. Scalabrini sobre los sacerdotes.

“Partícipes de mis esfuerzos pastorales”

Con ardoroso afecto paternal los abrazo a todos, Rectores de almas, consciente de la excelencia y necesidad del ministerio de ustedes, ya que yo mismo por algunos años cumplí los oficios en esta vasta parroquia de San Bartolomé en Como, cuya docilidad, religión, piedad, frecuencia a la palabra de Dios y a los Sacramentos y pruebas luminosísimas de amor filial hacia mí, no cesaré nunca de ponderar. Ya que son ustedes partícipes de mis esfuerzos pastorales y dispensadores de los misterios de Dios, preocúpense por ser contados entre los dispensadores fieles, recordando esa gravísima y al mismo tiempo terrible sentencia: A juicio rigurosísimo serán sometidos aquellos que presiden (Sab. 5).

Cualquier sagrado ministerio que ejerciten, sea que ofrezcan el augusto sacrificio de la Misa, sea que administren los santos Sacramentos o se ocupen de los oficios divinos, puros en el corazón y en la mente, compenetrados de sentido religioso y de afectuosa piedad, usen el ministerio como virtud comunicada por Dios, con el fin de que en todo sea honrado Dios por Jesucristo (1 Ped. 4, 11).

Sean ángeles de paz, hermanos queridísimos, operarios intrépidos; consuelen con su premura y diligencia a los pobres, los pupilos, los huérfanos, las viudas, los enfermos, los moribundos, de modo que la caridad y la paternal solicitud de los pastores resplandezca con luz cada vez más viva.

Teniendo sentimientos de caridad tiernísima hacia los sordomudos, los ciegos y los otros más infelices, procuren que ellos también sean instruidos; enseñen diligentemente a los niños y a las niñas los principios de la fe y de la obediencia hacia Dios y a sus progenitores; dispuestos y voluntariosos de espíritu socorran a todos con las obras de caridad, uniendo por ello los ánimos de los fieles en estrechísima devoción hacia ustedes y la Religión. (Primera Carta Pastoral – 1876)

“Dios, el sacerdote y el hombre”

Ciertamente Jesucristo habría podido, por su virtud divina, salvar a los hombres sin servirse de la obra de otros hombres, pero en su infinita sabiduría no lo quiso; y creaba así también en el orden de la gracia, como había hecho en el orden de la naturaleza, las causas intermedias y segundas. Entre sí y los hombres Él puso a sus Sacerdotes, en los cuales se ha dignado continuar, y en su oración al Padre Él no reconoce otros discípulos fuera de aquellos que habrían creído por medio de ellos. El evangelio, en efecto, habla siempre de tres: Dios, el Sacerdote y el hombre. Quien excluye el Sacerdote, quita el anillo de conjunción y rompe la cadena, derriba el puente de paso y cava un abismo. (Unión con la Iglesia, obediencia a los legítimos Pastores – 1896)

“El sacerdote es Jesucristo operante en el hombre”

¿Qué hombre es éste que tiene en su mano la vida y la suerte de las almas, y, de algún modo, la vida y la suerte de un Dios? ¡Una vez más admiren la dignidad y el poder del sacerdote católico!

No solamente Jesucristo vive en él en una vida real, sino que ejercita continuamente por medio de él todas las funciones divinas que realizan la santificación de las almas y la salvación del mundo.

¡El sacerdote católico no es, por lo tanto, sólo Jesucristo viviente en el hombre, lo que es el privilegio de todos los cristianos: él es Jesucristo operante en el hombre y que cumple con el hombre la obra divina de la reparación; él es Jesucristo que habla, Jesucristo que sacrifica, Jesucristo que perdona, Jesucristo que salva en todas partes, sobre el púlpito, en el altar, en el tribunal de penitencia, revestido de la misma dignidad que El, porque está investido de la misma autoridad!. Sacerdos alter Christus.(El Sacerdocio Católico – 1892)

“Es el hombre de Dios en la comunicación de la verdad”

Cuando nosotros hablamos es como si hablase Dios, porque Él habla no sólo por su Hijo, sino por nosotros, continuadores de su obra.

El sacerdote, por lo tanto, es verdaderamente el hombre de Dios en la comunicación de la verdad. Él, se dijo muy bien, la da a todos, grandes y pequeños, como Dios da la luz del sol al cedro y al tallo de hierba. Él se ensalza sin agrandarse, se rebaja sin empequeñecerse. Tanto las mentes elevadas deseosas de altas y profundas especulaciones, como el pueblo y los niños, cuya inteligencia necesita simplicidad y claridad, hallan respuesta a todos los interrogantes que nuestra naturaleza instintivamente se hace a sí misma, preocupada de su propio origen, de su propio estado, de sus propios deberes y destinos, y, lo que más importa, la inamovible certeza y la perfecta seguridad de su fe. (El Sacerdocio Católico – 1892)

“En nombre de Dios da a los hombres la Gracia”

Además de la verdad, hay otra cosa sagrada, que el sacerdote, en nombre de Dios, da a los hombres: la Gracia, don absolutamente gratuito, que eleva el corazón, que crea y alimenta en nosotros la vida sobrenatural, que nos hace amigos de Dios, hermanos de Jesucristo y herederos de su reino. Nosotros, sin ella, no podemos hacer nada, nada que merezca vida eterna.

¿Pero, cómo el sacerdote puede comunicar a los fieles la gracia? La comunica por medio de esos misteriosos canales que son los Sacramentos.

Era necesario que la transmisión de este fluido celestial fuese realizada según el plan requerido por la naturaleza humana, que, siendo una composición de espíritu y de materia, exige que también las cosas puramente espirituales le sean aplicadas con algo material, que impresione los sentidos, y por los sentidos el alma sea advertida e impresionada de la operación espiritual que sucede en ella; y esto es justamente lo que ocurre por los Sacramentos. (El Sacerdocio Católico – 1892)

“La única ambición del sacerdote”

Trabajar, esforzarse, sacrificarse en todas las formas para dilatar aquí, en este mundo el reino de Dios y salvar las almas; diría, ponerse de rodillas ante el mundo para implorar como una gracia el permiso de hacerle el bien, he aquí la única ambición del sacerdote. Cuanto él tiene de poder, de autoridad, de industria, de ingenio, de fuerza, todo lo usa para este fin.

¿Peligra la inocencia? Asume su custodia. ¿Se produce una desgracia? Vuela para aliviarla. ¿Estalla un litigio? El es el heraldo de paz. Y aquí se convierte en guía para los descarriados, apoyo para los vacilantes, escudo para los oprimidos; allá, ojo para los ciegos, lengua para los mudos, padre para los huérfanos, madre para los niños, compañero para los presos. Se da todo a todos para ganar a todos para Cristo. Desde el tugurio del pobre corre al palacio del rico, desde el altar a la cabecera de los moribundos, desde el monte al valle, en busca de las ovejas perdidas, y entonces sólo se queda paz cuando puede estrechar una contra su seno, y cargar la otra sobre los hombros, y a ésta vendar las llagas, y saciar aquella con el alimento negado a su boca, nunca tan feliz como cuando antes de acostarse puede recordar una lágrima enjugada, una familia consolada, una inocencia protegida, el nombre de Dios glorificado. (El Sacerdocio Católico – 1892)

“Sacerdotes de Cristo, la sociedad invoca la obra de ustedes”

¡Sacerdotes de Cristo! No olviden que si alguna vez hubo un tiempo en que la sociedad humana necesitara de ustedes, es el presente. Ella misma invoca la obra de ustedes (…).

Por lo tanto, corran hacia ella, apóstoles de caridad y el ministerio de ustedes sea de salvación, sus palabras agua que calme la sed, pan que alimente, luz que ilumine las tinieblas, medicina que sane.

Profundicen siempre más el conocimiento de las verdades reveladas y en toda forma de estudios. Les corresponde a ustedes corroborar la fe, destruir los prejuicios, sacudir los inertes, reamigar los corazones.

Ámense entre ustedes, ayúdense recíprocamente; sean hombres de sacrificio, sean de aquellos que, según el decir del Apóstol, llevan el misterio de la fe en una conciencia pura. Procuren que a la fe se una la virtud, a la virtud la ciencia, a la ciencia la templanza, a la templanza el sufrimiento, al sufrimiento la piedad, a la piedad el amor fraterno, al amor fraterno la caridad; ya que donde estas cosas estén con ustedes, y vayan aumentándose, no dejarán sin fruto el conocimiento de Nuestro Señor Jesucristo (…).

Velen, oh hermanos, por la paz de las familias, por la santidad de los matrimonios, por el respeto de los días festivos, por el decoro de la gracia de Dios, por la reverencia de los superiores, por la lealtad en los comercios, por la observancia de la justicia. No se asusten frente a las dificultades y a las contradicciones del mundo.

Compadezcan los defectos de todos, quieran a todos, hagan el bien a todos, a todos sin excepción. Imiten al buen Pastor. Su celo, que une y no lacera, sea el celo de ustedes; su espíritu de mansedumbre, sea el espíritu de ustedes. Aborrezcan al vicio, nunca al culpable. Cuídense todos tanto de una excesiva condescendencia como de una severa rigidez. (El Sacerdocio Católico – 1892)

Fuente/Autor: de UNA VOZ VIVA

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