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Mundo Misionero Migrante

Cruzando el desierto a pie en busca de un destino mejor Washington

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Verónica tiene 30 años, es de Puebla, México, y vive en New York con su marido. Trabaja todo el día en una familia de Manhattan donde gana 600 dólares a la semana; se ocupa de la casa y de cuidar a dos niños. Sus hijos se han quedado en México, uno tiene siete años y el otro nueve. Viven con la hermana de Verónica en Ciudad de México, la capital. “Hemos tratado varias veces de traerlos aquí, queríamos pagarles un pase en automóvil con documentos falsos. Nos hubiera costado más o menos unos 5,000 dólares por niño, pero no hemos encontrado nada lo suficientemente convincente” cuenta Verónica a la Agencia Fides. “No quiero que mis hijos crucen el desierto como lo hice yo, y antes que yo mi esposo”.
Para poder reunirse con su esposo y lograr una vida más decente para ella y para sus hijos, Verónica tres años atrás cruzó el desierto partiendo del estado mexicano de Sonora, en la ciudad de Nogales, junto con un grupo de doce compatriotas, y un guía experto.
Por lo general, el paso de los emigrantes ilegales se realiza desde Nogales, en el estado mexicano de Sonora, hasta Nogales en Arizona. Se trata de uno de los desiertos más grandes y más calientes de Norteamérica, el desierto de Gila, que abarca grandes zonas de Arizona y California y se caracteriza por una notable variedad de animales, principalmente reptiles, algunos venenosos.“En el desierto teníamos un guía experto que nos había explicado todo, incluso como comportarnos si nos capturaban los agentes” continúa la mujer. “Podíamos caminar sólo de noche, para poder evitar no tanto el calor sino sobre todo los controles aéreos y las cámaras de video. Hay un punto en el que uno se tiene que arrastrar un poco para pasar bajo un cable alarmado.
Era oscuro y teníamos miedo. Alguien sin querer hizo sonar la alarma” recuerda Verónica. “Se prendieron las luces, parecía de día, y llegó la policía de frontera”, los Border Patrol, que los hispanos llama “la migra”.La mujer, de aquella noche recuerda el miedo, la espera, las perquisiciones.

Al final todos fueron arrestados y llevados a la comisaría. “Dimos nuestros datos y mostramos nuestros documentos, como nos había recomendado hacer nuestra guía. No fuimos maltratados por los agentes, y al final nos hicieron firmar una declaración de que no habríamos tratado nuevamente de entrar a los Estados Unidos”, nos cuenta la mujer.La mañana siguiente todo el grupo fue dejado en libertad al otro lado de la frontera. “El guía había huido apenas sonó la alarma para no ser arrestado, arriesgaba más que nosotros ya que era un emigrado legal.
Pero mantuvo su palabra y nos esperó toda la noche en Nogales, en el hotel que nos había indicado el día anterior, lo encontramos ahí”.“Todos teníamos la intención de volver a intentar el paso la siguiente noche, aún cuando habíamos firmado la declaración, lo que nos asustaba un poco” continua Verónica, “Pero ya habíamos llegado hasta ese punto, aunque la sensación de miedo se te queda adentro”.
Esa misma noche el grupo dejaba el hotel de Nogales para volver a probar, esta vez con éxito.En total el viaje le costó 3.000 dólares, incluyendo el transporte hasta Amarillo, en Texas, amontonados en un furgón, se tenía que hacer turnos para sentarse, manejado por un ciudadano Usa para no levantar sospechas. De ahí hasta New York siempre en furgón.

Pero la historia de Verónica no termina aquí. Un año después de su llegada quiso regresar a México para poder ver a sus hijos. Y tuvo que repetir el cruce del desierto, para finalmente regresar a su trabajo en New York. “Esa vez fue terrible”, nos cuenta, “mucho más dura que la primera vez. El calor era insoportable, caminábamos con dificultad. No sentía ni mis pies ni mis piernas”. Se avanzaba poquísimo y el grupo tuvo que esconderse todo un día en el desierto, sin alimentos y con poca agua. Por culpa del calor y de los agentes, recuerda Verónica “no se podía caminar a la luz del sol”.“La segunda vez, cuando comenzamos a caminar, pensé que no lo lograría, aun cuando ganas no me faltaban. Es verdad, al final lo logré, pero esta vez si regreso a México no vuelvo más”.
Verónica no está dispuesta a correr ese riesgo nuevamente para ella y tampoco para sus hijos. “Son demasiados pequeños, no podrían lograrlo con esas condiciones climáticas y todo el miedo que uno siente en el desierto. Por eso es que pensamos en comprar documentos falsos y hacerlos pasar con un automóvil. Me habían dicho, por ejemplo, que había una mujer americana que podía traerlos, pero los agentes por lo general comienzan a interrogar a los niños, a preguntarles su nombre y a hacer preguntas específicas. Si por cualquier razón se equivocan o se ponen nerviosos todo se echaría a perder”.No logrando traer a sus hijos a New York, Verónica ha decidido regresar a México definitivamente en junio del 2009, esperando haber ganado lo suficiente como para lograr comprar una casa decente en la capital. Seguramente nada ni nadie podrá nunca pagarle el haber estado cuatro años alejada de sus hijos. “Sin embargo –concluye– espero que haya valido la pena”.

Fuente/Autor: Agencia Fides

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