Algún día, cuando mis hijos sean suficientemente grandes para entender la lógica que motiva a las madres, les diré: Te ame lo suficiente, como para preguntarte a dónde ibas, con quién, y a qué hora regresarías a la casa. Te ame lo suficiente, como para insistir en que ahorraras dinero para comprarte una bicicleta aunque nosotros tus padres pudiéramos comprarte una. Te ame lo suficiente, como para callarme y dejarte descubrir que tu nuevo y mejor amigo era un patán. Te ame lo suficiente, como para fastidiarte y estar encima de tí, durante dos horas, mientras arreglabas tu cuarto, un trabajo que me hubiese tomado a mí sólo 15 minutos. Te ame lo suficiente, como para dejarte ver mi ira, […]