“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

GOETHE
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Meditando La Palabra

A – Domingo 32o. del Tiempo Ordinario

27 de enero de 2020

Primera: Sab 6,12-16
Salmo 62
Segunda: 1Tes 4,13-18
Evangelio: Mt 25, 1-13

Nexo entre las lecturas

Es indispensable adquirir aquella sabiduría que nos dispone para el encuentro definitivo con Dios Nuestro Señor. La liturgia de hoy nos prepara de modo mediato para la solemnidad de Cristo Rey del Universo. La primera lectura hace un elogio de la sabiduría y subraya que aquel que la busca la encuentra. No está, por tanto, lejos de nosotros. Si queremos, podemos hallarla (1L). Esta sabiduría no consiste propiamente en un grande cúmulo de datos científicos, sino es más bien una sapientia cordis. Es un conocimiento profundo y experiencial de Dios y de su amor; un conocimiento claro de sí mismo y de los hombres, mis hermanos. El evangelio también nos habla de la sabiduría y de la prudencia de las vírgenes bien preparadas para la llegada del esposo. Se compara el Reino de los cielos a un banquete nupcial, y se subraya la necesidad de estar preparados porque no sabemos con exactitud la hora de la llegada del esposo. Las vírgenes son sabias porque han sabido prepararse adecuadamente, llevando consigo una buena cantidad de aceite que mantenga encendida su lámpara. Las otras vírgenes son insensatas porque se lanzaron improvisadamente por los caminos de la vida; no advirtieron que el esposo podía tardar; no se dieron cuenta que el tiempo podía hacer mella sobre sus ilusiones y esperanzas, y así, advirtieron con espanto que cuando ya se oye la voz del esposo, no hay aceite en su alcuza. No están preparadas para emprender la procesión final que conduce a la casa del esposo. (Ev). San Pablo en su carta a los Tesalonicenses les habla de la importancia de mantener la fe, e interpela a aquellos que mueren como si no hubiera otra esperanza. Todos aquellos que creen en Cristo y pertenecen a Cristo, estarán siempre con el Señor. Por esta razón, el cristiano debe vivir consolado con una gozosa y profunda esperanza.

Mensaje doctrinal

1. La verdadera sabiduría.
La sabiduría se podría definir como la capacidad de juzgar y obrar conforme a la verdad y a la voluntad de Dios. La Sagrada Escritura presenta al hombre sabio como aquel que ama y busca la verdad (cf. Si. 14, 20-27). No es, por tanto, la sabiduría la suma de conocimientos científicos por muy amplios, técnicos y diversificados que éstos sean. Más bien, sabio es aquel que hace propios los pensamientos de Dios y los deseos de su voluntad. Sabio es el que posee un conocimiento experiencial del amor de Dios y, a la luz de este amor, juzga todo el acontecer humano; juzga la propia vida y las propias decisiones y obra en consecuencia. Al margen de la verdad y de la búsqueda sincera de la verdad, no hay sabiduría posible. Por eso, se da el caso de personas iletradas, pobres en conocimientos científicos, incluso analfabetas, que son sabias porque conocen experiencialmente a Dios y buscan con sinceridad la verdad. Recordemos a santa Catalina de Siena, que mantenía correspondencia epistolar con el Papa y los grandes de su época, y no sabía escribir. Se da el caso, por el contrario, de personas ricas en recursos intelectuales y en conocimientos científicos que, sin embargo, no poseen la sabiduría del corazón. No conocen, ni aman a Dios y su voluntad.

El evangelio nos muestra a las vírgenes prudentes que saben almacenar el aceite para que no falte luz a su lámpara. Era una tradición judía acompañar a los novios desde la casa de los padres de la esposa hasta el hogar del esposo. Se organizaba una procesión festiva con lámparas y cantos. Era, pues, necesario que las vírgenes o doncellas tuvieran su lámpara encendida para acompañar debidamente al esposo que llegaba. Según la parábola evangélica, ser prudente y sabio significa “estar preparado para la llegada del esposo”. Es decir, se trata de una actitud de vigilancia, una disposición del ánimo y del espíritu para salir al encuentro del Señor que está por llegar. El objetivo es mantener la lámpara encendida; mantener la confesión de la fe en Jesucristo nuestro salvador; mantener el gozo de la esperanza; mantener el ardor de la caridad hasta el último instante de nuestra vida. Por el contrario, ser insensato significa “ir al encuentro de los últimos acontecimientos de la vida, sin estar convenientemente preparado”, dejando morir en el corazón el amor primero.

¿Cuál es, se pregunta uno, este aceite que mantendrá mi lámpara encendida para la venida de Cristo? Y la respuesta no puede ser otra sino el amor. El amor ardiente y generoso que mantiene el alma vuelta hacia Dios y hacia sus hermanos los hombres. El amor que es donación de sí mismo. El amor que consiste en descubrir en cada hermano la imagen misma de Cristo. Es el amor que triunfa sobre el pecado, el egoísmo y la soberbia. Es el amor que es la “más grande de todas las virtudes”. Si deseas estar preparado para la venida del Señor, dispón tu alma para amar, para “permanecer en el amor” (cf. Jn 15,,9), porque al “atardecer de la vida te juzgarán sobre el amor”. En efecto, nos dice la Escritura que quien no ama, permanece en la muerte (cf. Jn 3,14).

La parábola también nos indica que esta sabia preparación para la llegada del esposo es un asunto personal. Cada uno debe prepararse, porque cuando llegue el esposo no será posible intercambiar las alcuzas o pasar el aceite de una a otra. Cada uno es responsable de sí mismo y deberá ir preparando su alma para el encuentro definitivo con Dios. Veamos que no es poca la responsabilidad que tenemos en las manos. Hemos sido creados por Dios por amor y nos dirigimos incesantemente hacia Él. Sería insensato vivir como si Dios no existiese, como si nuestra vida no fuera pasando minuto a minuto, como si después de la muerte no estuviese el banquete celestial y la posesión eterna de Dios. Veamos que una de las tentaciones más fuertes del hombre moderno, y también del cristiano, es la de reducir sus esperanzas únicamente a aquello que es terreno y mundano. Un hombre sin horizonte de eternidad. ¡Como si la eternidad no existiese y no estuviese cada momento más cerca de nosotros! Avivemos nuestro espíritu, dejemos toda somnolencia o pereza; mantengamos firme la confesión de la fe porque ¡el esposo está por llegar! Se retrasa, pero llegará. Revisemos nuestras alcuzas, revisemos nuestras almas y si no hay aceite, y si no hay amor, no sigamos adelante, pongamos manos a la obra, porque al atardecer me juzgarán del amor.

¡Qué desgracia la de aquellas almas que pensando caminar sensatamente por la vida llegan a la puerta del esposo y escuchan las terribles palabras: no os conozco, os lo aseguro, no os conozco! Para que no nos suceda esto amemos hoy, entreguémonos hoy, veamos que con nuestro presente construimos nuestra eternidad. Al final de la vida sólo cuenta lo hecho por Dios y por nuestros hermanos.

Sugerencias pastorales

1. Vivir con la lámpara encendida. En los primeros años de la era cristiana al bautizado se le llamaba también “iluminado”: aquel que había sido iluminado con la luz de Cristo. Aquel que había pasado de las tinieblas del pecado a la luz admirable del amor de Dios. El cristiano era como una lámpara cuya luz debía alumbrar a todos los de la casa. Esos cristianos seguimos siendo nosotros. También nosotros tenemos la obligación de vivir con la lámpara encendida. Tenemos la gran ocasión de iluminar a este mundo que se bate entre tinieblas. Tenemos la ocasión de ayudar a tantos hermanos nuestros que no conocen a Cristo o lo conocen sólo de oídas, pero no han hecho experiencia de su amor. Vivir con la lámpara encendida significa:

– Hacerse en la propia humanidad un dispensador de bien. Esto es lo que hacen esos grandes santos que irradian a Dios como el beato Juan XXIII que trataba con tanto cariño a los encarcelados, a los pobres, a las personas de otras religiones. Se trata de ser luz y consuelo para todos aquellos que yacen en tinieblas de muerte y de pecado.

– Vivir en actitud de servicio y donación. Se trata de superar el individualismo, el egoísmo, la propia comodidad. Me viene a la mente el caso del beato Laszlo Batthyany_Strattmann (1870_1931) un hombre laico húngaro, padre de 14 hijos, fundador de dos hospitales y un verdadero “buen samaritano” para cientos de enfermos y necesitados. Ante nuestros ojos hay dos opciones: o vivir para nosotros mismos, consumiendo nuestro aceite y guardando nuestra luz como luciérnagas; o vivir para Dios y para mis hermanos los hombres irradiando la luz de Cristo. Lo primero me llevará a la tristeza eterna, lo segundo a la felicidad eterna.

– Vivir de fe. Como san Pablo debemos poder decir al final de la vida: he combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe. Ahora espero la corona que el Señor me tiene reservada (cf. 2 Tm 4-8).

2. Juzgar todo conforme a la verdad. No nos engañemos con sofismas, con razonamientos humanos. Busquemos la verdad en todo, seamos sinceros con nosotros mismos y con los demás. Sólo aquellos que buscan la verdad por encima de todo son plenamente libres y no hay doblez en ellos. Recordemos que nosotros no somos los que construimos la verdad, ni decidimos sobre el bien y el mal. Por encima de nosotros está la ley eterna a la cual debemos conformarnos. No debemos, perder de vista que somos creaturas y que debemos humilde sumisión a nuestro creador. El inicio de la sabiduría es el temor de Dios (Prov. 1,7).

Fuente/Autor: P. Octavio Ortíz | Fuente: Catholic.net

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