A veces me da la sensación de vivir en un mundo de opiniones, donde se habla mucho pero se vive poco. Y me da miedo caer en lo mismo. Tener siempre una palabra, una interpretación, una propuesta, pero no tener nunca tiempo para hacer las cosas. Poder analizar fríamente las situaciones, describir y clasificar a las personas, interpretar los acontecimientos, pero no sumergirme en ellos y dejar que me involucren, me toquen de verdad. Sí, en mi mundo sobran recetas y faltan cocineros. Sobran análisis y faltan manos. Sobran juicios y faltan abrazos. Por eso quiero gritar para romper esas dinámicas, quiero callar un poco a pesar de que ahora sigo tirando de palabras- quiero cantar, servir y amar con sencillez. Y que sea lo que Dios quiera.
A veces se me va la vida interpretando, etiquetando, opinando Tengo que tener una palabra para todo, una palabra definitiva, diferente, especial. Me descubro calificando a las personas, con adjetivos más o menos adecuados (y no siempre benévolos). Puedo ser a la vez fiscal y juez, y a menudo sin necesitar pruebas. Describo las situaciones, diserto sobre nuestra sociedad y no tengo empacho en catalogar al personal todos encajamos bien en alguna categoría. Y ojo, que como es importante tener cierta capacidad crítica (y si no estamos perdidos), pues es difícil salir de esta dinámica. Rápidamente inventario al personal por secciones: tibios, brillantes, frívolos, geniales, intensos, vagos, serenos o raros y así hasta el infinito.
Fuente/Autor: www.pastoralsj.org/reflexion/