“La Biblia se vuelve más y más bella en la medida en que uno la comprende.”

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Mundo Joven

27 de enero de 2020

Deseo y Vocación

¿Qué es desear?

El deseo está unido a la verdad de la vida, de lo que nosotros somos por dentro y que somos llamados a ser y todavía no somos. Para un joven creyente el deseo fundamental y más profundo es VER A DIOS (Felipe: “muéstranos al Padre y esto nos basta”), o de realizarse según el proyecto que Dios tiene sobre cada uno. El hombre desea fundamentalmente realizarse en la verdad de sí mismo. El deseo es la proyección de un YO mejor del actual en el futuro.

• Características del deseo:

a) es abierto al futuro: la tendencia del “todo y enseguida” rinde vano el proceso de la realización personal, es una situación sin esperanza. Sin el deseo, sin desear en dimensión de futuro, con paciencia y en etapas, no hay vida verdadera…

b) abre al proyecto de vida: desear significa empezar un proyecto de vida, donde uno se empeña en dar lo mejor de sí mismo, imponiéndose metas… El deseo supone a una concepción mágica o ilusoria de la vida, en la cual la esperanza es sustituida por la fortuna o el destino, por la huida de las responsabilidades etc…

c) abre a una perspectiva trascendente: el deseo es una tensión hacia algo más, alguien más allá de la propia experiencia individua. Abre al otro y al Otro. Quien se cierra a la perspectiva trascendente tendrá solamente necesidades, no deseos, solamente impulsos en búsqueda de una satisfacción inmediata y de una gratificación superficial. El deseo, en cambio, tiene por objeto realidades a largo tiempo, implica sacrificios, renuncias, momentos obscuros…

d) Es de naturaleza insaciable: si es trascendente, naturalmente no se sacia, sino que se alimenta siempre y siempre crece, sin llegar nunca a su plena posesión. Solo los deseos pequeños y superficiales se sacian y se acaban. Los grandes deseos son como los horizontes: está siempre más allá de donde tú estás.

e) Es profundo: desear es la capacidad de canalizar todas las energías hacia un objeto estimado central para nosotros. No es el ciego impulso, la gana momentánea, el instinto incontrolado, sino una tendencia significativa hacia algo o alguien apreciado y amado desde siempre y en sí mismo.

f) Va hacia un CENTRO: para desear hace falta un centro, que sea en grado de atraer y unificar las energías afectivas, activar y orientar la capacidad de decisión. Debe ser un centro significativo, capaz de dar sentido a la vida y a la historia del joven; debe ser atrayente y también exigente…

g) No ponerse la centro: nadie puede poner el propio YO al centro de la vida… haría el mismo fin de Narciso, y acabaría en la frustración y aniquilamiento total.

h) Partir desde el centro: significa hacer en modo que toda decisión y acción inicie de esa realidad que la persona ha puesto al centro de su vida. El deseo debe preceder la decisión y no hay decisión sin deseo. Eso es lo que nos dice la parábola del tesoro escondido: es la alegría del descubrimiento, que determinará la decisión de renunciar al resto para comprar el campo. La alegría del descubrimiento es la fuerza de la renuncia.

i) Volver al centro: eso es que no hay deseo sin decisión; un auténtico deseo por naturaleza debe provocar una decisión. Desear implica decidir. El deseo debe ser fuerte y determinado.

*DESEO Y VOCACIÓN

La vocación es esencialmente llamada que sale de otro, de Dios y de Su deseo. La vocación es un deseo divino (Dios que desea llamar a su servicio una persona), al que sigue luego un deseo humano, de parte de quien elige consagrarse a Dios. La vocación es un deseo en su sentido pleno, porque es un deseo que llega a ser decisión.

Niveles del deseo:

Este deseo, que podríamos llamar deseo vocacional, muchas veces convive o puede convivir con otros deseos, más o menos en sintonía con ese deseo. El mismo deseo vocacional brota de otro deseo más profundo y fundamental, que pone a Dios al centro de la vida: es el deseo geocéntrico, y genera o debería generar otros muchos deseos concretos y típicos de quien entiende poner la propia vida totalmente al servicio de Dios y de su Reino: son los deseos cotidianos.
Hablamos entonces de tres niveles del deseo:

a) deseo teocéntrico: al inicio está un Dios que desea… y la persona que responde al deseo de Dios con su propio deseo de ser fiel al querer de Dios. Es en esta relación que nace la vocación. Es fundamental saber “contar” los deseos de Dios para uno, y respondernos a esta pregunta: ¿Qué deseos tiene Dios para mí? ¿Qué tiene Dios de bueno y de significativo para mí?
El segundo movimiento de esta relación es la respuesta del joven a los deseos de Dios. San Benito indicaba como primer criterio de discernimiento: ¿cuánto el joven busca de veras a Dios en sus acciones, pensamientos y decisiones? En otras palabras: ¿En mis deseos, se ve claramente mi búsqueda de Dios, o se notan otras búsqueda de intereses, necesidades…?

b) deseo vocacional: Un auténtico deseo de Dios, con una fuerte energía afectiva en esta búsqueda, abre y culmina normalmente en una decisión vocacional. El deseo de Dios se hace deseo vocacional, decisión vocacional.

c) deseos cotidianos: el deseo y la decisión vocacional se concretizan en los muchos deseos cotidianos, en la pequeñas decisiones de cada día, en lo que deseamos en la cotidianidad: nuestros deseos en el vestir, en el comer, en comprar, en el trabajo, en el estudio, en nuestras relaciones familiares, de amistades, en mis lecturas, etc…
Podremos discernir nuestros deseos cotidianos, dividiéndolos en 3 tipos:
1) deseos buenos y vocacionalmente en sintonía con el proyecto vocacional: son aquellos que están en la misma onda del proyecto, que me ayudan a realizar mejor el deseo vocacional y el deseo teocéntrico. (si tu deseo vocacional es la vida consagrada, buenos deseos cotidianos son todos los que van en la línea trascendente y altruista, deseos de caridad y de apostolado, deseos de oración y de donación de sí).
2) Deseos ambiguos o vocacionalmente neutros: son aquellos que revelan una concepción infantil o adolescente de la vocación, o que se sostienen más en aspectos secundarios y superficiales, o son más una respuesta a necesidades personales (como el deseo de llegar a ser Obispo, o el deseo de vestir el hábito, o el deseo de realizar un sueño o una supuesta aparición en los sueños, o el deseo de un título o de un puesto de prestigio…)
3) Deseos negativos o vocacionalmente disonantes: son aquellos que van en otra dirección, respeto al deseo vocacional (para la vocación sacerdotal consagrada: deseo de llegar a ser médico, deseo de prestigio y de ser personaje importante en la sociedad, deseo de que los demás me sirvan…)

Educación y transformación de los deseos:

Para un camino vocacional positivo y realizante, tendré que procesar mis deseos:

a) primero: reconocer y dar un nombre a mis deseos. El primer paso es saber reconocer lo que hay dentro de mi, qué deseos realmente tengo.
b) Segundo: purificar mis deseos: analizar y valorar mis deseos en función de mi proyecto vocacional, purificar los deseos que no están de acuerdo con mi proyecto.
c) Tercero: custodiar y proteger mis deseos: fortalecer los deseos vocacionales y cotidianos que deben luchar contra una cultura opuesta, la cultura del placer, del poder y del éxito individual.
d) Cuarto: sostener los deseos: o sea concentrar todas las energías en hacia el deseo vocacional, hacia el centro de interés, fortaleciendo la capacidad de decisión en los deseos cotidianos y en las elecciones de cada día.
e) Quinto: transformar los deseos: muchas veces se confunden los deseos con los instintos, con las necesidades y con los impulsos: habrá que estar en discernimiento para no confundirlos. Y también habrá que ir transformando los deseos ambiguos y negativos en deseos que se integren totalmente al “deseo vocacional”. Trascender es transformar. Para eso es necesaria una cierta capacidad de introspección para descifrar el origen (¿de dónde llega este deseo?), la motivación profunda de un deseo (¿por qué deseo tal cosa?) y la finalidad (¿adonde quiero llegar en concreto y en verdad?). En sentido positivo, todo deseo esconde un deseo vocacional, como toda decisión lleva escondida el deseo de felicidad y de realización…

* UN CASO PARTICULAR: LA VOCACIÓN DE SAN AGUSTÍN

San Agustín, ¿ha seguido un deseo de consagrarse a Dios en el sacerdocio?
Ciertamente no ha frecuentado cursos de formación específica al presbiterado. Sin embargo ha tenido un intenso curso de formación: después del bautismo recibido a los 33 años, en la noche de Pascua (era el 24 de abril del año 387) ha vivido por 3 años en un “monasterio laico”, fundado por él mismo con algunos amigos en Tagaste, Africa. A ser sacerdote, nunca lo pensó, ni en las remotas posibilidades. De hecho fue ordenado a la fuerza.
Fue así la historia: había ido a Ipona, para encontrar a un amigo. Pero su fama lo había precedido. Era un domingo del año 391. Agustín había ido a catedral donde el anciano Obispo, en la homilía, empezó a explicar que se necesitaba un sacerdote que lo ayudara a enfrentar a los paganos agresivos y heréticos que lo hostigaban en toda manera. De pronto Agustín se encontró literalmente aferrado por los vecinos. Lo llevaron al obispo para que lo ordenara. Él lloraba como un niño… pero al fin se cumplió el deseo de los fieles… El deseo entonces, lo tuvieron ellos, los fieles y vecino, no Agustín. “Fui tomado con fuerza y hecho sacerdote” dirá el mismo, añadiendo una nota de color: él lloraba porque no se sentía digno de aquel ministerio que le caía encima de repente; y los demás, sus ‘agresores’, pensaban que llorase porque lo hacían solamente presbítero y no obispo…. Y lo consolaban diciéndole que pronto podría ser obispo, porque Valerio, el obispo era muy anciano… En efecto no pasaron ni 4 años que Agustín sería elegido obispo de Ipona…
¿Qué consideraciones podríamos hacer de esta historia vocacional tan insólita?
“Que la vocación no es un sentimiento y deseo individual y subjetivo, sino una necesidad de la Iglesia que grita: “Hijo mío, te necesito para continuar la obra de Cristo, sobre la tierra… la vocación es un don de Dios, antes de un deseo individual. Non es una conquista personal, ni un premio merecido. Tú piensa en elegir a Dios, y será la Iglesia en elegirte para un ministerio o un testimonio, o te ayudará a hacerte entender lo que Dios necesita en este momento de ti”.

* LAS RESITENCIAS:

Es normal que un joven que se abre al proyecto de Dios advierta resistencias, miedos, perplejidades, incertidumbres, dificultades… que llegan del temperamento, de la propia sensibilidad, de la cultura actual, de la propia historia. Más bien, sería anormal lo contrario, que el deseo vocacional sea libre de todo esto…
Hace falta identificar bien estas dificultades y resistencias y trabajarlas una por una, alimentando la pasión por la misión y por la vocación descubierta.

* Volviendo a San Agustín:
Volvemos a esta original historia vocacional. El grande santo africano ha seguido un camino largo, extenuante y doloroso para llegar a la conversión a los 33 años. Aunque no era un pecador empedernido, como él mismo se define, no había tenido que convertirse solamente de sus errores doctrinales del maniqueísmo y del escepticismo; sino que tuvo que tirar algunos ídolos que particularmente lo tenían encadenado: el dinero, el poder y el placer. Y lo más duro fue este último. Aún después de la conversión, no entendía el sentido ni la posibilidad del celibato. Se había atado a una mujer a los 17 años, y convivía con ella desde más de 15.la amaba tiernamente y de ella había tenido un hijo: Adeodato. Cuando, antes del bautismo, tuvo que alejarse de ella, sintió encogerse carne y corazón: “Cuando me fue alejada de mi lado la mujer con la que estaba acostumbrado a dormir, mi corazón, del que ella era parte, fue profundamente lacerado y por largo tiempo sufrí como nadie. Ella partió para África, haciendo voto de no querer conocer a nadie más y dejándome un hijo natural tenido de ella” (Conf. 6,15,25).
Y el celibato continuaba a parecerle una “inútil y penosa fatiga”. Se había, mientras tanto, hecho una novia en Milán, “bella, buena y culta”, que sin embargo no estaba en edad para marido. Y mientras tanto convivía con otra mujer…. En medio de estas circunstancias, por cuanto pueda resultar extraño, continuaba a sentir esa misteriosa, discreta y sutil, atracción por la virginidad.

Actualizando: este ejemplo hace visible como en le campo de la sexualidad entran las mayores resistencias al proyecto vocacional de especial consagración. Muchos piensan que la atracción sexual sea un signo claro de vocación matrimonial… San Agustín nos dice que no es así que funcionan las cosas de Dios en vocación. Al contrario: si se tiene que tener dudas, será para aquellos jóvenes que dicen de no tener problemas en este campo….

*Volvemos a San Agustín: ¿cómo ha resuelto su contraste interior, entre deseos, que parecían eliminarse recíprocamente?
El deseo llega a ser decisión cuando se juntan coherentemente y de modo complementario, los dos elementos fundamentales de la elección: el elemento negativo y el positivo, o sea la renuncia y la preferencia. Hace falta decir “NO” a algo por la fuerza de un “S͔ a otra cosa, u otra persona, que es más amado y preferido, respeto del otro.
San Agustín hizo un profundo trabajo interior, con un progresivo y sensacional descubrimiento del amor de Dios, como un amor en el que encontraba todos los demás amores… Se vence un amor solamente con una amor más grande!!! Cristo Jesús le pareció el don más grande que Agustín podía desear y pensar, el amor que le daba la sensación de una plenitud que colmaba todo vacío y toda sed del corazón.

Podemos terminar este tema diciendo: “VE… Y HAZ TU LO MISMO”.

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