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Mundo Misionero Migrante

Primer Foro Internacional sobre Migración y Paz

27 de enero de 2020

New York, 7 de Febrero de 2009

El , organizado por la Scalabrini International Migration Network (SIMN) llevó alrededor de 200 personas a la ciudad de Antigua, Guatemala.

El evento se celebró los días 29 y 30 de enero bajo el lema “Frontera: ¿muros o puentes?”, y reunió a representantes de casi todos los países de América, a obispos, dirigentes gubernamentales y personal relacionado con la Pastoral de Movilidad Humana, así como a representantes de organizaciones internacionales y de la sociedad civil, a diversos órganos de los poderes públicos y algunos Premios Nobel de la Paz, como la guatemalteca Rigoberta Menchú. El Superior General de la Congregación de los Misioneros de San Carlos, el padre Sergio Geremia, presidió la sesión de apertura del Foro.

Es casi ocioso gastar tiempo y palabras para subrayar la importancia del evento. Si se consultan las publicaciones hechas por los medios de comunicación en los últimos meses o semanas, la cuestión de la migración emerge con creciente preocupación.
Sólo un ejemplo: un periódico brasileño dedica casi una página entera a la misma, bajo el título La crisis alimenta la xenofobia en el mercado de trabajo de los Estados Unidos. Ya en la primera página dice que “las acciones contra los inmigrantes aumentan en los Estados Unidos”. Profundizando en su análisis, el diario escribe: “Desde el Congreso hasta en los movimientos de base, los activistas anti-inmigración encuentran en la recesión económica toda la munición necesaria para cargar sus protestas.

A pesar de que tales slogans ya tienen precedentes, el nuevo contexto económico ofrece el caldo de cultivo ideal para la proliferación de actitudes peligrosas” (Andrea Murta, Folha de São Paulo, 5 de febrero de 2009, pág. B8).

Partiendo de este contexto y de los debates que tuvieron lugar durante el Foro, se puede reflexionar en torno a las siguientes tres binomios. En primer lugar, cuando se habla de migración y paz, se podría suponer que detrás de las migraciones en masa existe siempre una situación de guerra y violencia. Y así es, de hecho, para un buen número de personas que se desplazan dentro de sus países o más allá de sus fronteras, debido a la existencia de tales conflictos. Se cuentan por millones los refugiados, exiliados, deportados o “desplazados”, todos ellos, en mayor o menor medida, víctimas civiles de fuegos cruzados.

Sin embargo, estas personas que, por una parte, están huyendo de terrenos minados por la guerra, portan en sí mismas, por otra parte, una profunda aspiración de paz. Lo mismo puede decirse de los que migran por razones socioeconómicas. Sus horizontes son el trabajo, el respeto de los derechos humanos y la paz. ¡La fuga se convierte en búsqueda! En una palabra, buscan una ciudadanía que les es negada en el propio país de origen.

Durante esta crisis, ¿qué podría ocurrir con los latinoamericanos, asiáticos y africanos que viven en los Estados Unidos y que, a menudo, y aún clandestinamente, luchan por encontrar la seguridad de un suelo patrio? Podemos hacernos la misma pregunta en lo que respecta a los inmigrantes que se encuentran en Europa, Australia y Japón. Y la misma cuestión es válida para los bolivianos, peruanos y los provenientes de otros países vecinos que hoy habitan en los sótanos de São Paulo, Porto Alegre, Manaos, Foz de Iguazú, etc.

Prácticamente en todos los países, sean ricos o pobres, hay gente que vive en equilibrio precario debido a su condición de inmigrante. La verdad es, que en tiempos de crisis, o de “vacas flacas”, la tendencia de cada país es defender a sus propios ciudadanos en detrimento de los extranjeros. Los políticos, principalmente, y a menudo los sindicalistas y activistas, se unen para garantizar los puestos de trabajo de los “nuestros”. La barrera entre los de adentro y los de afuera tiende a levantar muros cada vez más altos. En este sentido, al mismo tiempo que la migración es una búsqueda de paz, también puede degenerar en conflictos entre pueblos distintos.

En segundo lugar, toda frontera constituye una mezcla simultánea de muros y puentes. En cualquier ambiente en el que se mezclen rostros y razas, lenguas y banderas, monedas y costumbres, mercancías y precios, se respira el oxígeno de la ambigüedad. El suelo que se pisa se torna movedizo y resbaladizo. Sin embargo, y a pesar de que las tensiones y la búsqueda de intereses personales acostumbran causar enfrentamientos en las zonas fronterizas, también hay en ellas lugar para la creación de nuevas relaciones humanas. Encuentros, desencuentros y reencuentros se mezclan, confunden y entrelazan.

La frontera es siempre un lugar donde muchos sueños y aspiraciones se rompen, pero es también un terreno fértil para nuevas oportunidades. Leyes cada vez más rígidas y muros, algunos visibles, otros invisibles, separan unas naciones de otras. Pero eso no impide que los migrantes sigan construyendo puentes, cruzando y volviendo a cruzar la frontera. En algunos casos, de tanto romper los límites, acaban, finalmente, por eliminarlos. Los muros pueden así convertirse en puentes y viceversa. Si los migrantes construyen un puente de supervivencia entre el lugar de origen y el lugar de destino, ¿por qué no pensar asimismo en un puente de solidaridad que una ambos polos? Además, es esto lo que muestran los propios migrantes con las remesas de dinero que envían y son, muy a menudo, el único sustento de la familia.

Así, incluso hasta la propia línea divisoria entre los países se vuelve móvil e imprecisa. De ahí el creciente dinamismo migratorio en los llamados “complejos fronterizos” (zonas en que se encuentran varias fronteras). En efecto, mientras los capitales, bienes y tecnología gozan de una relativa libertad para superar todos los obstáculos, los trabajadores tienden a enfrentarse a pasos cerrados. De ahí la concentración y la efervescencia generada en algunas zonas de triple frontera, como la región de Foz de Iguaçu y Tabatiga (Brasil, Argentina y Paraguay) o Arica (Chile, Perú y Bolivia).

El tercer binomio lo constituyen la seguridad y el desarrollo, y hace referencia a la forma de clasificar el “problema migratorio”. La palabra “problema” muestra ya una visión distorsionada de rechazo. De hecho, para los gobiernos y las autoridades, e incluso para muchas personas vinculadas a organizaciones que luchan por la defensa de los derechos humanos, el migrante suele ser visto como un problema. De ahí el llamamiento a la infame ideología de la seguridad nacional. En los Estados Unidos, por ejemplo, los inmigrantes son vistos a menudo como un “problema doméstico”. La inmigración, así, termina convirtiéndose en un asunto de la policía.

El Foro puso de manifiesto la necesidad de cambiar la perspectiva desde la que se analiza la cuestión. Más que hablar de seguridad nacional, es preciso partir del llamamiento hecho al desarrollo integral por el papa Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio. “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, decía en ella el pontífice. El concepto de desarrollo, en este caso, puede observarse desde dos aspectos. Desde el punto de vista de las regiones de emigración, que son generalmente los países periféricos, se trata de fomentar un tipo de desarrollo que incluya a la mayoría de los ciudadanos para que no se vean en la obligación de partir. Esto significa la necesidad de promover condiciones reales de vida. Volviendo al contenido de la encíclica de Pablo VI, no basta con el progreso técnico y el crecimiento económico, sino que es preciso que estos lleven a un nivel de vida cada vez más humano.

Desde la perspectiva de las regiones de inmigración, constituyendo estas, en general, los países interiores, es necesario darse cuenta de cómo los inmigrantes, lejos de constituir un problema, a menudo aportan una contribución real a la economía del país al que llegan. Son como sangre fresca en organismos muchas veces decrépitos, o entusiasmo juvenil en sociedades que se acercan a su ocaso. Los inmigrantes son, como no se puede negar, factor de desarrollo. Y no sólo eso. Sus costumbres y expresiones culturales, al entrelazarse con la cultura local, pueden aportar también, un enriquecimiento mutuo.

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Acerca del autor:
El padre Alfredo J. Gonçalves c.s. nace en la Isla de Madeira en 1953, transfiriéndose a Brasil en 1969. Es ordenado sacerdote en 1984 en la Congregación de los Misioneros de San Carlos, Scalabrinianos. Estudia Filosofía, Teología y Ciencias Religiosas. Su trabajo apostólico se realiza en las favelas más pobres de São Paolo, con los cortadores de caña y con los inmigrantes. Trabaja también en la zona llamada las “Tres Fronteras”, allí donde se encuentran Brasil, Argentina y Paraguay. Enseña Doctrina Social de la Iglesia, Teología y Trabajo Pastoral Urbano. En la actualidad es el Provincial Superior de los Misioneros de San Carlos, Scalabrinianos en la Provincia de São Paolo, en Brasil.

Acerca del SIMN (organizador del Forum):

El SCALABRINI INTERNATIONAL MIGRATION NETWORK (SIMN) conecta 270 organizaciones establecidas en más de 30 países de los cinco continentes, en las que trabajan 700 sacerdotes y religiosos scalabrinianos junto con varios cientos de voluntarios. Su misión es salvaguardar la dignidad y los derechos de los migrantes, refugiados, marinos, itinerantes y toda persona en movilidad.

Si desea encontrar más información sobre el Forum, puede hacerlo en
http://www.forummigracionypaz.org.

Fuente/Autor: Rev. Alfredo J. Gonçalves, CS

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