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Mundo Misionero Migrante

Para una mirada Scalabriniana de la Pandemia Covid19

23 de marzo de 2021

Pbro. Sidnei Marco Dornelas, cs
“Dobbiamo altresí essere uomini del nostro tempo (…) Il mondo cammina e noi
non dobbiamo restare addietro per qualche difficoltà de formalismo o dettame di
prudenza malintesa” G.B.Scalabrini, “Centenario de San Luigi Encíclica del S. Padre Obolo dell’amor filiale. Lettera Pastorale.
04/06/1981 (apud) Francesconi, M. Giovanni Battista Scalabrini, Roma, Citta Nuova Ed., 1985, p. 572

Este es un momento de perplejidad. Sería un lugar común decir que en la
era de la globalización estamos constantemente perplejos, por la velocidad
de la innovación, por la aceleración de los acontecimientos, porque estamos
en una vorágine de compromisos y desplazamientos. Y de repente, un virus
desconocido entra en esta corriente, para despertar el miedo y el espectro de la
muerte, y de alguna manera paralizar a todos. Cancelamos muchas actividades,
nos obligamos al aislamiento social, al encierro, sometiéndonos a diversas formas
de control sanitario. Así es como descubrimos algo que ya existía, pero que no
conocíamos: qué significa vivir en forma aislada, separado de los seres queridos
y de nuestro entorno familiar, con una vida diaria obligatoriamente controlada.
Estas son realidades que los migrantes, en este mundo de flujos tan intensos,
paradójicamente siempre vivieron, en las contingencias de su condición social.
Frente al insólito, nos preguntamos, ¿qué significa para nosotros, misioneros 10
scalabrinianos, ser una Iglesia y ser solidarios con los migrantes en estos tiempos
de pandemia? Resonando el testimonio de quienes se encuentran en las fronteras
de la misión y acompañan los hogares de los migrantes, los centros de atención y
el apostolado del mar, buscamos esbozar algunas reflexiones sobre esta situación
paradójica en la que vivimos.

La condición de los migrantes en tiempos de pandemia.
La era de la globalización, que hemos experimentado con mayor intensidad
en los últimos veinte años, está marcada por la intensidad de sus flujos:
desde el mercado financiero, el comercio de bienes y servicios, los medios de
comunicación, los medios digitales, los desplazamientos humanos. Un flujo
intenso que parecía no tener límites para expandirse, en el que el entrelazado
de diferentes tipos de redes estaba por condicionar nuestra vida diaria,
poniendo en relación las experiencias más diversas de contactos. Sin embargo,
la multiplicación de estos flujos tiene como correlato el avance de la sociedad
capitalista sobre el medio ambiente natural, la explotación exponencial de sus
recursos, trayendo desequilibrios que en los últimos años han sido cada vez más
patentes. La recurrencia del tema del cambio climático ya nos estaba advirtiendo
sobre estas consecuencias. Sin embargo, estábamos menos alertas a otros signos
de desequilibrio, como las repetidas situaciones de epidemias, pandemias y
emergencias sanitarias: VIH/SIDA, ébola, dengue, zika, chikungunya, fiebre
amarilla, SARS… Y esta vez, a través de los circuitos aéreos, donde circulan los
principales beneficiarios de la globalización, el virus de COVID 19 se propagó por
todos los continentes, creando una extraordinaria pandemia globalizada.
Así, los flujos de globalización por primera vez se han paralizado,
aparentemente condenándonos a la inmovilización generalizada. Sin embargo,
la sociedad aún funciona. En primer lugar, a través de una gran cantidad de
trabajadores que continúan circulando y trabajando, exponiéndose a los riesgos
de contagio. Son profesionales de la salud, profesionales de la seguridad pública,
pero también otros que, a través de una serie de actividades, como entregas a
domicilio, mantienen varios servicios esenciales que no se pueden detener. Entre
ellos hay un número significativo de migrantes. Además, una gran cantidad de
personas que viven en trabajos informales, sujetos a la inseguridad alimentaria
constante, es causa de preocupación. Para ellos, las medidas de cuarentena los
colocaron en una situación aún más vulnerable.
Sin embargo, lo nuevo es que parece que todos estamos descubriendo el
significado de situaciones que siempre fueron comunes en la experiencia de
los migrantes: control de fronteras; sistemas de vigilancia; áreas de contención,
detención y confinamiento; la separación de familias; control de salud y
procedimientos de deportación; inseguridad en relación al futuro. De hecho, el
lado oculto de la globalización se encuentra en sus áreas de contención, control
y confinamiento. En la historia de la migración, las áreas de contención y control
han siempre existido. Los hostales de recepción de migrantes en los siglos XIX y
XX tenían la tarea de recibir, registrar, seleccionar, limpiar y dirigir a los migrantes
a los lugares a ellos destinados. Eran áreas de contención que actuaban como
una frontera para las masas de pobres que emigraron a otras regiones, países o
continentes en busca de trabajo. En ese tiempo como hoy, la opinión corriente
que prevalecía era que son los extranjeros quienes traen las enfermedades
extrañas, que amenazan a los nativos de un país. Un factor más, que refuerza el
impacto de la xenofobia, el miedo al extraño y al “otro”, en la percepción sobre la
presencia de los migrantes.
Si antes de la pandemia del COVID 19, el cierre de fronteras, los procedimientos
sanitarios, la regulación de entradas, el control de documentos, las zonas de
contención, el confinamiento y la detención, ya eran una realidad común para los
migrantes, ahora esto se ha convertido aún más feroz y normalizado. Los migrantes
ya percibían un aumento en el rigor del control de la movilidad en los países en que
se encontraban. No obstante, al igual que los otros signos que señalaban la falta
de control y manifestaban las contradicciones del proceso de globalización, de la
misma manera hemos presenciado en los últimos años, en pequeña o gran escala,
el surgimiento de situaciones de crisis o emergencias humanitarias vinculadas
a la movilidad humana y la incapacidad de su gobernanza. Suelen ocurrir en
las fronteras y en los grandes centros urbanos, con la llegada inesperada de
migrantes que se desplazan para refugiarse, o por la necesidad de sobrevivir,
o aún inmovilizados por el bloqueo a su paso. Los más recientes, largos y
extendidos casos de emergencia humanitaria de los migrantes, en el continente
latinoamericano, fueron los proporcionados por la diáspora venezolana.
La gobernanza de esas situaciones puede ser afectada por las crisis
económicas, el colapso del servicio público o los cambios repentinos en las
regulaciones gubernamentales. En el caso de la situación de emergencia de salud
causada por la pandemia de COVID 19, hay una tendencia de endurecimiento
del confinamiento de los migrantes. Hay personas atrapadas en hogares, casas
de acogida, hostales, en aeropuertos, trabajadores marítimos encerrados en
sus barcos, y hay otros obligados a trabajar en lugares confinados, bajo el riesgo
de contaminarse. Hubo casos, como, por ejemplo, de miles de trabajadores
temporarios bolivianos acampados en plazas y gimnasios, en Santiago de Chile
y otros lugares, impedidos de regresar a su país de origen, debido al decreto de
cuarentena a que fueron obligados a cumplir. Igual a esas, hay tantas situaciones
liminares que exponen a la luz la verdadera condición social del migrante, que se
devela como una persona desplazada, en una provisoriedad permanente, entre
varios países y destinos.
Ante situaciones como esas, las casas de acogida y centros de atención para los
migrantes se proponen a ofrecer un espacio alternativo de contención. Sin embargo,
contradictoriamente, también deben adoptar, como en otros lugares, protocolos
de bioseguridad como forma de prevención de la contaminación. Estas medidas de
“bioseguridad” ahora, como en otros tiempos, son procedimientos corrientes en los
alojamientos para migrantes, y se aceptan como algo natural. Nos recuerdan, entretanto,
que, en adelante, de hecho, vivimos en una sociedad en la que la “biopolítica” se ha
normalizado, es decir, el control político de los cuerpos de toda la población.

Pastoral de la movilidad humana: más allá de la bioseguridad
Los misioneros scalabrinianos en América Latina, tratando de mantenerse
al día con las frecuentes emergencias en la movilidad humana, han elegido la
creación de casas de migrantes, centros de atención, stella maris, entre otros, como
modelos de pastoral. De esta manera, se colocan en el medio del camino, en los
lugares de tránsito de grupos y personas en situaciones de movilidad, al encuentro
de los migrantes, refugiados, trabajadores marítimos, camioneros, entre muchos
otros. Son hogares para los migrantes, que aspiran a ser un espacio acogedor
y afectuoso adaptado a sus necesidades. Además de satisfacer sus necesidades
básicas, estos lugares son adecuados para ejercer el encuentro personalizado
con el migrante. Durante la pandemia, este ejercicio es particularmente exigente,
debido a las demandas que el encierro obligatorio normalmente impone, con
sus reglas de bioseguridad y control, lo que lleva a situaciones de restricción de
libertad en la vida diaria.
Recordando el testimonio de los misioneros que trabajan y viven en estos
lugares de atención para personas en movimiento, volvemos a la frase de Scalabrini
que encabeza este texto. Con esas palabras, el fundador de la Congregación de
los Misioneros de San Carlos expone claramente el espíritu que debe animar a
la Iglesia y a sus misioneros en el mundo contemporáneo. Desde nuestro punto
de vista, hemos identificado tres actitudes mutuamente implicadas que pueden
explicar la visión que anima las prácticas pastorales asumidas en la misión con los
migrantes, en los escenarios siempre cambiantes de la movilidad humana.
a) “Debemos ser hombres de nuestro tiempo”. El misionero scalabriniano
debe estar atento al mundo en el que actúa. No sólo porque sigue las
noticias, recopila información y análisis sobre el tema de la migración,
sino también porque busca discernir lo que en la Iglesia suele llamarse los
“signos de los tiempos”. En otras palabras, al asumir una “espiritualidad
con los ojos abiertos”, busca discernir lo que el Espíritu de Dios dice
acerca de la realidad en que se inserta. En este sentido, todo misionero
sabe que, para actualizarse, también debe estar dispuesto a escuchar
el testimonio y la historia de los migrantes, de los pobres desplazados
y sometidos a los grandes flujos de la globalización. Está llamado a
conocer y comprender la condición social del migrante, tal como la vive
en los puntos de bloqueo y control, de confinamiento y aislamiento, en
su desplazamiento. Como también los estigmas propios producidos por
la condición de extrañeza vivida en los lugares por donde pasa o se ve
obligado a establecerse provisionalmente. El testimonio de los migrantes a
menudo muestra ese lado oscuro, el reverso de la globalización del capital.
Sólo siendo “hombres de nuestro tiempo”, en sintonía con los escenarios
que conforman el mundo contemporáneo, los misioneros pueden ejercer
el servicio de “mediación” que los migrantes y sus familias necesitan. Sólo
de esta manera pueden realmente sensibilizarse, compartir los dolores y las alegrías de los migrantes, tener suficiente empatía para comprender
el insólito de su condición, ayudándoles a abandonar la alienación en la
que se encuentran. Sobre todo, puede participar y contribuir al diálogo en
todos los niveles de la sociedad, mediando la inserción de los migrantes
en todos estos espacios y, si es posible, en su proceso de integración.
b) “El mundo camina y no debemos quedarnos atrás”. En Brasil, ante una
realidad que cambia rápidamente, se acuñó una versión de la frase original
de Scalabrini, traduciéndola como “o mundo anda depressa…” Es una
forma de pensar que se aferra a la aceleración de las transformaciones a
la que también debemos adaptarnos. Por lo tanto, la aceleración de los
flujos de globalización pediría que los misioneros también ingresen en el
vórtice de esta aceleración, en un intento de acompañar los cambios del
mundo de la movilidad humana. Al igual que muchas ONGs, buscamos
capacitarnos y racionalizar nuestras actividades para mantenernos en el
ritmo del flujo, con repercusiones que no siempre son positivas desde el
punto de vista de las motivaciones que animan la misión scalabriniana.
Si nos fijamos en el significado original de la frase de Scalabrini, vemos que
otra traducción podría ser que “el mundo está caminando”, y tenemos que
caminar juntos, para acompañar y no quedar atrás. En este caso, significa
seguir los pasos de los migrantes, irse a su encuentro y ponerse disponible.
Scalabrini también vivió en un mundo en plena transformación, debido a la
revolución industrial, con impactos políticos y culturales que han alterado
el orden establecido en el que se insertaba la Iglesia. En el fenómeno de
la migración, pudo testimoniar de manera vívida el significado de sus
consecuencias. Los misioneros scalabrinianos, en seguimiento a la visión
de Scalabrini, deben acompañar a los migrantes, adaptando su sacerdocio,
su pastoreo, a sus condiciones de existencia. Deben preocuparse por
cuidar todas las dimensiones de su vida, pero, sobre todo, cuidar lo que
corresponde a su “alma”, y que él sintetiza en el binomio “religión y patria”.
Las casas de los migrantes, los centros de atención y los stella maris se
interponen en el camino de tantos grupos y personas en movimiento.
Buscan acompañar sus pasos y hacer ejercicio de su “pastoreo” en los
lugares donde se detienen, en medio a los flujos ininterrumpidos de
la globalización. Caminar juntos y no quedarse atrás significa estar en
sintonía con el momento en que viven, ayudándoles a conectarse con su
“alma”, sus sentimientos, su cultura, su identidad y sus creencias, para
trascender las contingencias de su condición. Les ayudar a redescubrir
otro posible sentido de “patria”, teniendo en cuenta la famosa frase de
Scalabrini, que nos recuerda que “ para el desheredado, la patria es la
tierra que le da el pan”.
c) Por lo tanto, el misionero no debe detenerse “debido a alguna dificultad
de formalismo o alguna norma de prudencia incomprendida”. La dificultad
del formalismo, la prudencia incomprendida, en la época de Scalabrini (y no sólo en su época) recuerda la condición de un clero y una Iglesia
excesivamente escrupulosa, apegada a sus normas, y que por consiguiente
teme enfrentar la realidad en la que se encuentra. Son temerosos de
transgredir una imagen y una concepción de Iglesia cerrada y acomodada
en su universo interior. Scalabrini invita a los miembros de la Iglesia a ser
más audaces y dejar de lado el miedo de constreñir las susceptibilidades
que maraña su misión.
Hoy en día, junto con susceptibilidades como éstas, que todavía están
vigentes, existen otras restricciones, específicas a los compromisos
implícitos en los proyectos emprendidos por organizaciones públicas
y privadas, con sus reglamentos, protocolos, objetivos, que enmarcan y
condicionan la acción pastoral de la movilidad humana. La necesidad de
sostenibilidad de la acción, de mantener relaciones con toda una gama
de instituciones que también operan en este campo, obliga a las casas de
acogida y a los centros de atención a adaptarse a esta regulación social y
política de su desempeño. Los misioneros, voluntarios y colaboradores, en
sintonía con el carisma scalabriniano, perciben estas contingencias, que
incluso influyen en la identidad del servicio que estamos llamados a prestar.
La frase de Scalabrini nos recuerda que debemos ir más allá de todo
formalismo, de cualquier tipo de susceptibilidad, que pueda condicionar
nuestras acciones. La marca propia del actuar de Scalabrini es la parresia,
el coraje de hablar con franqueza y asumir públicamente la verdad que
profesa. Parresia significa para los scalabrinianos la actitud profética
y transparente en el mundo de la movilidad humana. Scalabrini nos
recuerda que somos más que simples empleados de entidades que
ayudan a los migrantes. Reconociendo las contingencias del contexto en
el que operamos, los requisitos de los protocolos y proyectos que estamos
obligados a asumir, sin embargo, nuestra identidad y la actitud auténtica
al acoger a los migrantes debe prevalecer. Creemos en el migrante, a
quien el protagonismo de su vida debe ser restaurado. A los ojos de la
fe, reconocemos en él la imagen misma de Cristo, amado por Dios, capaz
de elegir y de tomar en sus manos el camino de su vida. Finalmente, en
el contexto de la pandemia, la inspiración sigue siendo la misma, y por
esta misma razón debemos ir más allá de los protocolos de bioseguridad
y contribuir a restaurar a los migrantes un verdadero horizonte de
participación en la sociedad.

A modo de conclusión
La búsqueda de una mirada scalabriniana en tiempos de pandemia, en el
mundo de la movilidad humana, significa aprender con quienes acompañan y
comparten la experiencia de las personas que, en ese contexto, viven en condición
de desplazamiento. Por otro lado, al mismo tiempo, también significa prestar un

servicio a la Iglesia misma, ayudándola a percibir y vivir su misión con esta parte del
Pueblo de Dios. Es sobre todo un servicio a la sociedad en general, contribuyendo
para que todos puedan mirar de manera más abierta y generosa a quienes se
mueven debido a las transformaciones y contradicciones de la globalización. Ir
más allá de las contingencias de bioseguridad, o las normas de la biopolítica,
por necesarias que parezcan, también es alimentar la esperanza de otro mundo
posible, también para los migrantes.
Buenos Aires, 29 de junio de 2020

 

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