Dicen que Dios, cuando creó al hombre y a la mujer, olvidó un particular: las manos.
Apenas se dio cuenta, se puso a la obra y modeló una manos bellísimas, tiernas y delicadas para la mujer, fuertes y grandes para el hombre.
Comenzaron a usarlas. A veces las usaban bien y a veces mal.
Entonces Dios decidió encarnarse, para tener él mismo las manos y enseñar cómo tenían que usarlas. Les mostró como bendecir, curar, donar, donarse.
Permitió que clavaran sus manos, para demostrar que era posible tenerlas siempre abiertas, listas para acoger…
Demostró que dos clavos nunca y de ninguna manera pueden clavar la libertad…