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Editorial

Ironías del Día del Niño

27 de enero de 2020

30 de abril de 2007

Junto al problema del desempleo que México padece, coexiste una población infantil que labora para sobrevivir y ayudar a alimentar a su familia. No pretendemos amargar el Día del Niño, sino reflexionar sobre aquellos a quienes su realidad les arrebata la inocencia infantil. Esto no debe aceptarse como resultado de la pobreza presente, sino plantearse como una responsabilidad para rescatar el futuro del país.

En campos, industrias y servicios del México del siglo XXI se evocan imágenes de explotación laboral infantil propias de la Inglaterra del siglo XIX, retratada por Oliver Twist, en los descarnados relatos de Charles Dickens.

Uno de cada cinco niños mexicanos hoy tiene que trabajar. Muchos residen en áreas de la mayor marginación, sin los servicios básicos de salud, educación y vivienda. Chiapas, Durango, Guerrero, Hidalgo, Oaxaca y Puebla son los estados de la pobreza para todos, pero para 6.4 millones de niños de estos y otros estados de la República menos rezagados, el trabajo es tan cotidiano y tan duro como para sus padres.

De Oaxaca emigran niños menores de 15 años para trabajar como braceros en las cosechas de legumbres en Sinaloa. Otros laboran en los talleres de calzado de León, Guanajuato, en ensamble y limpieza con pegamentos y solventes, sin usar mascarillas ni guantes.

En los supermercados del DF, entidad que estima en más de 100 mil el número de niños trabajadores, los empacadores de mercancía, los cerillos, son contratados sin sueldo, sólo con el derecho de recibir propinas de los clientes.

Son niños que contribuyen al gasto familiar, por lo que el problema tiene hondas raíces sociales y económicas, y no podrá ser resuelto con llamados a cumplir la ley que prohíbe ya emplearlos. Tampoco se soluciona con medidas legislativas, aunque sea indispensable promoverlas para que cuando menos, ante lo inevitable, los pequeños sean tratados con justicia y consideración.

La Organización Internacional del Trabajo tiene probado que el trabajo infantil entorpece la educación de los menores, afecta su desarrollo integral, pone en riesgo su salud y su vida, y atenta contra su dignidad humana. Difícil eludir que el pleno disfrute de esa etapa fundamental de la vida, la infancia, no puede darse en las condiciones en las que muchos mexicanos sobreviven. Su trabajo interfiere igualmente muchas veces con la oportunidad de una formación educativa.

La lección de los países desarrollados -que no nacieron así, sino establecieron políticas públicas, económicas y sociales, conducentes a mejorar la distribución de oportunidades y el bienestar- es que conviene regular y combinar las jornadas para que trabajo y estudio sean complementarios.

Como lo demostró la revolución industrial primero, y ahora lo refrenda la revolución del conocimiento, los niños que sean marginados de la preparación por el exiguo beneficio, que no se puede negar produce su trabajo presente, serán, en el futuro, los adultos que no lograrán empleo más allá de la subsistencia.

Dejarlos atrás, obviar que hay que ayudarlos a ellos, pero también a sus familias para interrumpir el círculo de la pobreza, es responsabilidad de todos los integrantes de una nación que no puede resignarse a la pérdida de la sonrisa de millones de sus niños.

Fuente/Autor: El Universal

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