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Editorial

H0MILIA EN LAS EXEQUIAS DEL ARZOBISPO RODOLFO

27 de enero de 2020

H0MILIA EN LAS EXEQUIAS DEL ARZOBISPO EMERITO
DE LA ARQUIDIOCESIS DE SANTIAGO,
RODOLFO CARDENAL QUEZADA TORUÑO.

Junio 7, 2012.

“Dichosos ya desde ahora los muertos que han muerto en el Señor, El Espíritu es quien lo dice: que descansen ya de sus fatigas, pues sus obras los acompañan” (Apocalipsis ,14-13).
El viernes pasado, en la tarde, mientras visitaba al cardenal Quezada en el hospital me dijo: “mañana me operaran. Si la operación sale bien, bueno. Si no, mejor. Yo estoy preparado”.
¿Jactancia? ¿Autosuficiencia? Muchas veces le oí decir: “Como decía Santa Teresa” “la verdad es la humildad”. Cuál fué la verdad de la vida del arzobispo Quezada? El decía: “ quiero ya ver a Jesús a quien creo presente en la Eucaristía, cuando la celebro”. Jactancia, autosuficiencia? No, abandono en Aquel en quien él puso siempre su confianza y que lo hizo tomar como lema de su episcopado “fuertes en la fe”. Creer es confiar, de modo absoluto y total en Aquel que no nos traiciona ni nos defrauda: El Señor Resucitado. En nombre de esa confianza comenzó su misión como Rector del Seminario Menor de la Arquidiócesis, posteriormente como Rector del Seminario Mayor Nacional de la Asunción cuando apenas teníamos tres edificios y un número pequeño de seminaristas. No dijo no cuando el Papa Paulo VI lo nombró obispo auxiliar de Zacapa y a pesar del calor, al cual no estaba acostumbrado, enfrentó esta etapa de su vida, en un contexto de violencia y muerte que asolaba el oriente del país. Cuántas veces nos contaba las atrocidades que tenían lugar en aquella región, por quienes estaban involucrados en el conflicto armado. Era el tiempo del río Motagua y sus cadáveres, del reclutamiento militar forzado, de las violaciones de derechos humanos de la población civil. Con una mirada retrospectiva se entiende ahora su pasión por lograr la paz en el país, su compromiso, su entrega. Más de 25 años de vivir en aquellas zona, le permitió cambiar su mentalidad, su conciencia de académico, de ciudadano capitalino, que había estudiado en Innsbruck, en la Gregoriana en Roma y le fué moldeando su corazón de pastor, hasta ser el arzobispo de la arquidiócesis de Santiago.

La hora de la verdad para cualquier ser humano es la hora de la muerte. Esa muerte de la cual el poeta latino Horacio decía: “la pálida muerte lo mismo llama a las cabañas de los humildes que a las torres de los reyes”. “Esa muerte que nos espera en todas partes pero si somos prudentes, en todas partes la esperamos nosotros” (San Bernardo de Claraval). Vivir la vida sabiendo que en la vuelta de la esquina nos encontraremos con “la hermana muerte”, da un sentido diverso, radicalmente diverso a lo que somos y a lo que hacemos. En la profundidad de la conciencia de lo efímero de la vida, de su precariedad, realzada por la enfermedad se encuentra aquella honda tendencia a vivir para siempre, el ansia de la eternidad, que hizo exclamar a santa Teresa de Ávila: “ Vida, qué puedo yo darte a mi Dios, que vive en mi, si no es el perderte a ti, para merecer ganarte? Quiero muriendo alcanzarte pues tanto a mi amado quiero, que muero porque no muero”.

En sus momentos de desánimo, de preocupación constante por el país, por la Iglesia, la fe que siempre sostuvo su existencia, le hacía decir: “seguramente hay algo que Dios quiere que todavía haga mientras estoy en este mundo”.

Deseo de encontrarse con Dios, voluntad de hacer lo que Dios le pedía. Este binomio dinamizó los últimos años de vida del cardenal Quezada, especialmente cuando ya el Papa Benedicto XVI le había aceptado la renuncia al servicio pastoral en la Arquidiócesis de Santiago.

Hermano Rodolfo: ¡descansa ya de tus fatigas, de tus dolores, de tus desilusiones, de aquellas preocupaciones que llenaron tu corazón de buen pastor y que te quitaban el sueño y te oprimían y te inquietaban¡

Quiero ahora leerles una parte de la carta de despedida que escribió a los fieles de la Arquidiócesis de Santiago, incluídos sacerdotes y personas de la vida consagrada al dejar la Arquidiócesis:
“ En el tiempo de mi ministerio pastoral en esta querida Arquidiócesis he vivido grandes alegrías junto con todos ustedes. En primer lugar la III visita apostólica del Santo Padre Juan Pablo II, para canonizar al Santo Hermano Pedro de san José de Betancur; luego la celebración del II Congreso Misionero Americano… Naturalmente no han faltado los sufrimientos. Pero posiblemente el más grande sea el haber vito cómo cada día se hacen más profundas las huellas de una secular injusticia y marginación que desembocan en tantas situaciones de pobreza a las que está sujeta la mayoría de los fieles de nuestra Arquidiócesis. Vienen a mi mente las miles de personas que viven hacinadas en los barrancos de nuestra ciudad, los indígenas de todas la etnias que viene a la urbe metropolitana buscando un porvenir que no encuentran en sus propios lugares, los migrantes, los campesinos, los ancianos, los niños abandonados a su suerte, los jóvenes que no tienen respaldo familiar, las mujeres que deben sostener solas un hogar sin la compañía de un esposo, etc. Son tantas las situaciones en la que se manifiesta la profunda injusticia que vive nuestra patria. Vienen a mi mente las víctimas de la violencia, de los secuestros y extorsiones así como la de los desastres naturales; rostros de seres humanos que pasan a diario por el sufrimiento. El escenario muchas veces ha sido terrible: impunidad, corrupción, crimen organizado, depredación de la naturaleza, amenazas contra la vida naciente, cultura de la muerte. Situaciones en las que no he querido ni podido quedarme callado, aún a costa de incomprensiones por parte de aquellos que no comprenden que parte esencial del ministerio de un Obispo consiste en alzar su voz para denunciar todo aquello que aparta del Reino de Dios. Con espíritu de fe es sobrellevado este sufrimiento, uniéndolo al de Cristo en la Cruz y al de tantas personas y familias que lo sufren diariamente por la pobreza y miseria en la que se ven sumidas, aún a pesar de vivir en medio de la abundancia y el derroche”. Cita de la Carta de despedida del Arzobispo Quezada Toruño.

El texto del Apocalipsis proclamado en la primera lectura nos ha recordado que la razón del descanso de las fatigas es haber muerto en el Señor y la compañía de las obras realizadas. Jesús nos ha dicho: “como mi Padre me ha amado así los amo Yo, permanezcan en mi amor”. Morir en el Señor es el resultado de haber permanecido en El, como el sarmiento unido a la vida. El resultado de esta unión íntima y vital es dar fruto, es decir, hacer las buenas obras. Hoy el texto del evangelio proclamado nos ilumina para entender cuáles son estas buenas obras que deben acompañar nuestra vida si queremos descansar de las fatigas que implica realizarlas y que son el camino para alcanzar la felicidad plena: la pobreza de espíritu que incluye la opción libre y responsable por la pobreza material y se traduce en la opción preferencial por los pobres y excluidos, los desechables de la humanidad. Una opción que debe llevarnos hasta el martirio si es necesario y debe atravesar todas nuestras estructuras pastorales; el llanto por el dolor humano que lacera almas y cuerpos, fruto de la impunidad, de la violencia, de la injusticia estructural, de la pobreza forzada; es el llanto por el dolor de los migrantes, secuestrados, asesinados, abandonados en el desierto, de las familias dejadas atrás; es el llanto del buen pastor que sufre en el alma cuando descubre que sus hermanos, hombres y mujeres son negados en el valor de su dignidad y de su identidad personal, por el racismo y de la exclusión; es el llanto de las mujeres que se ganan la vida cómo pueden ; de los campesinos explotados y humillados en un sistema de propiedad agraria que debe ser profundamente transformado para permitir que los bienes creados por Dios lleguen por igual a todos; es el llanto de los niños desnutridos, de los ancianos abandonados; es el llanto de una patria que no logra alcanzar la paz “firme y duradera” firmada en los Acuerdos de paz; el sufrimiento de quienes por seguir a Jesús pierden la vida, reciben calumnias y humillaciones, son atacados y vilipendiados; es el hambre y la sed de justicia que cuando viene de Dios se convierte en un ansia insaciable que consume las entrañas y la vida a favor de quienes sufren las injusticias compartiendo su destino; esto convierte al cristiano, al obispo, al presbítero, a la persona de vida consagrada, en un profeta que denuncia armado con la fuerza de la verdad, que la impunidad no debe ya existir, que la economía está al servicio del ser humano para su promoción y su bienestar, que la persona humana no es una mercancía y que en ninguna circunstancia el dinero y lo que de él se deriva es más importante que el ser humano; la misericordia del buen pastor que comprende, escucha, atiende a quienes necesitan sentirse siempre amados por Dios y por los demás, que abre siempre su mano para acoger y extiende su brazo con fuerza para sostener y levantar al caído; es la limpieza de corazón que purifica la mente y permite evitar los prejuicios, los pensamientos maliciosos, las intenciones espúreas y escondidas, ; la paz distintivo de los verdaderos hijos e hijas de Dios, fruto de la justicia, la solidaridad, la verdad y la libertad . Este es el camino de la felicidad propuesto por el Señor Jesús a quienes queremos seguirlo.

Así lo entendió y vivió el arzobispo y cardenal Quezada. Esta visión de la vida orientó cada una de sus acciones y declaraciones. Fué la razón de su lucha ardua, tenaz, firme en contra de un modelo de desarrollo irrespetuoso del medio ambiente, favorecedor de las industrias extractivas del oro y la plata , sordo a las voces de las comunidades indígenas y ladinas, generador de conflictos sociales y de divisiones. La conciencia profunda que tenía de ser servidor auténtico de la Iglesia, pero no de la Iglesia triunfalista, llena de poder mundano y de complacencias hipócritas, sino de la Iglesia del Magisterio de Paulo VI, de Juan Pablo II, de Benedicto XVI, de Aparecida, lo hizo cuestionar hasta sus últimos días las posiciones que pudieran contradecir aquello que llenaba su vida y que había causado en él un profundo cambio en su mente y su espíritu, como lo mencionaba anteriormente. Sin lugar a dudas su experiencia como Conciliador, que le abrió espacios con los diferentes sectores involucrados en el proceso de paz, su visión y conocimiento de la historia del país, su contacto con la realidad de pobreza, su amor profundo por la paz, lo animaron hasta sus últimos días en el hospital cuando me preguntaba: “cómo estuvo el comunicado ultimo de la Conferencia Episcopal?

Es verdad, el cardenal Quezada como todo ser humano tuvo sus limitaciones y sus fragilidades. Quienes los conocimos y lo tratamos de cerca, pudimos darnos cuenta que las mismas quedaban disminuidas cuando se entraba en su corazón, en su alma y se percibía que sobre todo amaba al Señor Jesús, a su santísima Madre, a la Iglesia y a la gente empobrecida; que tenía un amor especial por el sucesor del Pedro; una mente ecuménica y una gran preocupación por la verdad.

Hoy estamos hache ante su cadáver. Ese cuerpo miserable que Serra transformado en cuerpo glorioso, semejante al del Señor Jesucristo, nuestro Salvador. Mantenemos la esperanza que un día, cuando así sea, nos encontraremos con él, para seguir contando chistes, allá en el Paraíso, para reírnos, para seguir discutiendo , para tomarle el pelo y hacerlo enojar un poquito, bueno, nada ( en el Cielo nadie se enoja, es el lugar de la risa eterna, sin fin). Permítanme decirles que me parece escuchar sus palabras diciéndonos: “hermanos míos, mi alegría y mi corona, manténganse fieles al Señor”.

Hermano Rodolfo, quiero terminar esta alocución, tal como me lo pidió, (para mí un honor, un privilegio) diciéndole este verso de otro gran obispo: Pedro Casaldaliga, que vive acompañado de su hermanito Parkinson, como él dice: “Cuando llegues al final del camino, te preguntarán; has vivido? Has amado? Y tú le descubrirás tu corazón lleno de nombres”.

Álvaro Ramazzini
Obispo Electo de Huehuetenango
Administrador de la Diócesis de San Marcos

Fuente/Autor: Mons. Alvaro Ramazzini

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