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Editorial

El Retorno de Scalabrini

27 de enero de 2020

Recordando los 8 años de su Beatificación.

El domingo 9 de noviembre de 1997, quien proclamó “Beato” a Juan Bautista Scalabrini, el Apóstol de los Migrantes, fue el Papa Juan Pablo II, el Papa “llegado de lejos” que experimentó como tantos la separación de la propia tierra. Pero ese día, en el esplendor de la Basílica Vaticana, sucedió otro hecho singular.

La enorme multitud que aclamaba al nuevo Beato, estuvo compuesta no sólo por los fieles llegados de Como, de Piacenza y de otras partes de Italia, sino también de numerosos emigrantes provenientes de todas las partes del mundo y guiados por sus misioneros y misioneras. Fue un verdadero Pentecostés.

En efecto, como en la plaza de Jerusalén, el día de Pentecostés, se encontraba una multitud proveniente “de todas las naciones que existen bajo el cielo” (Hc 2, 5), así en San Pedro de Roma hubo emigrantes de toda lengua y cultura, los cuales dieron acción de gracias a Dios por el gran don de tener un modelo y un patrono exclusivo para ellos.

Este hecho, ciertamente no podía haber sido previsto por Scalabrini, a pesar de su extraordinaria clarividencia, cuando recorría Italia o atravesaba el océano pidiendo al Estado y a la Iglesia que tomaran conciencia del terrible drama de los emigrantes. Esta escena del Obispo Scalabrini elevado a los honores de los altares y aclamado por miles y miles de emigrantes, unidos como por un inmenso abrazo entre la columnata de Bernini, constituyó un hecho único, grandioso y cualificante en la secular historia de la emigración, que es en definitiva historia de la Iglesia la cual no es otra cosa que “el Pueblo de Dios en marcha”.

Como ya hemos recordado, Scalabrini pertenece al 800, apenas llegó al 900, pero gracias a la clarividencia de sus intuiciones y a la continuidad de sus obras, él llega hasta nosotros, a punto de atravesar el umbral del tercer milenio. Pero la Iglesia, incluyendo en el número de los Santos al Obispo Scalabrini, convierte esta actualidad en presencia.

Con la canonización Scalabrini vuelve en medio nuestro, ante todo a contemplar su obra misionera dejada inconclusa a causa de su prematura desaparición, pero vuelve sobre todo en un mundo que tiene mucha necesidad de él. Vuelve a Italia llegada a ser país de inmigración al extremo que multitudes de pobres y necesitados asaltan sus costas; vuelve en un mundo donde centenares de millones de emigrantes y de prófugos son empujados por los caminos de los cinco continentes sin que las naciones logren implementar una manera civil y humana de derecho internacional.

Scalabrini, por lo tanto, vuelve porque Italia, Europa y el mundo tienen siempre necesidad de él.

Fuente/Autor: Humberto Marín

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