Caminaste humildemente con nosotros, escuchando la historia de nuestro éxodo, hecho de esperanzas decepcionadas, de injusticias sufridas, de proyectos no realizados.
Alrededor de la mesa hemos mirado tus manos y hemos reconocido las cicatrices del crucifijo.
En esa tarde nos has hablado del proyecto del Padre y has partido con nosotros el pan.
En esa tarde hemos mirado tu cara y hemos cantado a la resurrección de la vida y del amor.
Y nos entregaste el pan para compartir y el mensaje de fraternidad para anunciar.
Después de haberte encontrado migrante, Señor, debemos correr a anunciar a otros migrantes y refugiados, que todavía es posible esperar y creer, y que la cruz del éxodo y de la encarnación se transformará en la gloria de la resurrección.
Debemos acampar en otro lugar, Señor, porque es necesario mostrar también a otros el rostro de la Trinidad, resplandeciente de fraternidad y de comunión.